En 1888 el gran poeta irlandés Yeats publicó un poema llamado Lake Isle of Innisfree en el que expresaba con su habitual melancólico sentido de la belleza el deseo de regresar a un lugar paradisiaco, convertido en la encarnación ideal del hogar, del lugar al que regresar.
Imagino que en el brumoso y cosmopolita Londres victoriano, Yeats idealizaría su Irlanda natal convirtiéndola en una arcadia de paz y tranquilidad, lo opuesto a la diaria lucha por la supervivencia en la por entonces capital del mundo.
Y del mismo modo que Yates muchos irlandeses, que siempre fueron pobres pero cultos, entendieron este poema del mismo modo, haciéndolo suyo como una especie de segundo himno de una nación que fue patria de emigrantes por antonomasia.
Formando parte de esa corriente migratoria que llevó a muchos irlandeses a los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX, llegaron los Feeney a Maine. Uno de sus hijos, John Pactrick, acabaría siendo John Ford, uno de los más grandes directores de la historia del cine.
Como buen emigrante irlandés, Ford siempre tuvo un lugar en su corazón para la tierra de sus padres, llegando a rodar varias películas, no demasiadas dentro de su filmografía extensa, que sucedían en torno a Irlanda: "El Delator" (1935), "La osa mayor y las estrellas" (1936), "El hombre tranquilo" (1952) y "La salida de la luna" (1957).
Incluso la enfermedad le impidió terminar una quinta, "El soñador rebelde" (1965), basada en la vida de Sean O'Casey, dramaturgo irlandés autor de la pieza "La osa mayor y las estrellas" que Ford llevó al cine en la década de los treintas. Terminada por el director de fotografía Jack Cardiff y que pareció ser el último trabajo de Ford durante un tiempo, hasta que volvió para rodar la floja "Siete mujeres" en 1966 que fue su último trabajo.
En cualquier caso, y en la cima de su éxito, Ford decidió rodar sobre Irlanda una de esas películas pequeñas que él siempre gustaba de rodar con sus amigos. Se trataba de proyectos más personales realizados para productoras más pequeñas como la Republic o, como en el caso de "El hombre Tranquilo" una productora propia como la Argosy.
Y el punto de partida sería el melancólico regreso a Innisfree de uno de sus hijos cansados de luchar en el ancho y ajeno mundo, Sean Thornton.
De todo punto, me parece que "El hombre tranquilo" resulta troncal dentro del imaginario fordiano y lo es por varias razones, la principal de todas ellas es la puesta por obra del lugar para esa comunidad de buenos seres humanos, pese a sus defectos y gracias a sus virtudes, que siempre se transparenta en todas las obras de Ford.
Toda la sangre noble de esos personajes ha salido de Innisfree, arcadia comunitaria y santuario por antonomasia que se convierte en el centro del imaginario personal de Ford, personificando la imagen idealizada de la Irlanda de sus ancestros, pero también siendo la mejor expresión de esa comunidad de individuos que, como escribo, Ford siempre expresa a lo largo de todo su cine.
Todo viene de Irlanda para Ford, su cuerpo y su mente, y hacia allí se dirige Jose Luis Guerin en 1990 con su cámara. Y para ello regresa al pueblo de Cong y sus alrededores, en la provincia de Connemara, lugares que prestaron su fisicidad al maestro para que este construyera su particular visión de ese Innisfree que cada irlandés soñó con añoranza siempre lejos de su tierra.
Pero lo mejor del documental de Guerin no es filmar lo que queda de ese espíritu, sino recuperarlo y enfrentarlo en toda su intensidad.
En este sentido, su documental funciona a dos niveles.
Uno melancólico y rememorante en el que la camara se pasea por los lugares que fueron localizaciones de la película y en el que también jovenes y viejos, participasen o no, reconstruyen a través de la memoria las vicisitudes del rodaje.
Otro no menos melancólico, protagonizado por la estudiante que regresa de Londres a ese Innisfree que se vuelve real para ella. Allí encontrará para su cansancio la misma tranquilidad y paz que Sean Thornton encontró, convirtiéndose incluso, y por necesidades del propio documental, en un improvisado trasunto de la Mary Kate Danaher, que encarnase Maureen O`Hara en la película de Ford.
Su reeditado y mágico paseo con las ovejas por los verdes prados de Innisfree volverá a despertar el corazón de un joven de la localidad
Y en este sentido, Guerin convierte su documental en un hermoso y sentido homenaje al maestro John Ford transformando ese regreso de Sean Thornton en un mito en un eterno retorno de los hijos desperdigados por el mundo a un hogar que siempre los espera y los esperará para ofrecerles el escenario y el momento para entrar en contacto con lo mejor de sí mismos.
Desde su eterna condición de mito, Innisfree siempre espera para abrazar a los que regresan convertido en una suerte de estado de alma que como Brigadoon, otra leyenda irlandesa, el pueblo que aparece y desaparece, se materializa ante los cansados ojos del viajero para portegerle de los rigores del mundo.
En este sentido, "Innisfree" profundiza de manera inteligente, hermosa y brillante en la poco trabajada mitología de la emigración construida en torno a la esperanza por lo que espera al otro lado del horizonte, la melancolía por el hogar que queda atrás y el eterno retorno de los que se fueron al fuego que siempre les espera encendido, tal y como lo dejaron al marchar.
Innisfree como utopía, como lugar de escape al mundo sin escapatoria que poco a poco está construyendo la globalización en torno a nosotros para atraparnos para siempre mientras el planeta aguante en el consumismo.
El regreso a la comunidad y al pasado como única posibilidad de escape. Por primera vez en siglos el futuro empieza a ser un lugar al que debemos negarnos ir, porque ellos ya nos esperan allí.
Con la modestia de uno de los personajes de Ford, "Innisfree" es una de las grandes obras cinematográficas de nuestro cine español.
Incluso yo, que no he tenido hogar, he soñado alguna vez con la Irlanda de Innisfree.
Obra maestra.
Imagino que en el brumoso y cosmopolita Londres victoriano, Yeats idealizaría su Irlanda natal convirtiéndola en una arcadia de paz y tranquilidad, lo opuesto a la diaria lucha por la supervivencia en la por entonces capital del mundo.
Y del mismo modo que Yates muchos irlandeses, que siempre fueron pobres pero cultos, entendieron este poema del mismo modo, haciéndolo suyo como una especie de segundo himno de una nación que fue patria de emigrantes por antonomasia.
Formando parte de esa corriente migratoria que llevó a muchos irlandeses a los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX, llegaron los Feeney a Maine. Uno de sus hijos, John Pactrick, acabaría siendo John Ford, uno de los más grandes directores de la historia del cine.
Como buen emigrante irlandés, Ford siempre tuvo un lugar en su corazón para la tierra de sus padres, llegando a rodar varias películas, no demasiadas dentro de su filmografía extensa, que sucedían en torno a Irlanda: "El Delator" (1935), "La osa mayor y las estrellas" (1936), "El hombre tranquilo" (1952) y "La salida de la luna" (1957).
Incluso la enfermedad le impidió terminar una quinta, "El soñador rebelde" (1965), basada en la vida de Sean O'Casey, dramaturgo irlandés autor de la pieza "La osa mayor y las estrellas" que Ford llevó al cine en la década de los treintas. Terminada por el director de fotografía Jack Cardiff y que pareció ser el último trabajo de Ford durante un tiempo, hasta que volvió para rodar la floja "Siete mujeres" en 1966 que fue su último trabajo.
En cualquier caso, y en la cima de su éxito, Ford decidió rodar sobre Irlanda una de esas películas pequeñas que él siempre gustaba de rodar con sus amigos. Se trataba de proyectos más personales realizados para productoras más pequeñas como la Republic o, como en el caso de "El hombre Tranquilo" una productora propia como la Argosy.
Y el punto de partida sería el melancólico regreso a Innisfree de uno de sus hijos cansados de luchar en el ancho y ajeno mundo, Sean Thornton.
De todo punto, me parece que "El hombre tranquilo" resulta troncal dentro del imaginario fordiano y lo es por varias razones, la principal de todas ellas es la puesta por obra del lugar para esa comunidad de buenos seres humanos, pese a sus defectos y gracias a sus virtudes, que siempre se transparenta en todas las obras de Ford.
Toda la sangre noble de esos personajes ha salido de Innisfree, arcadia comunitaria y santuario por antonomasia que se convierte en el centro del imaginario personal de Ford, personificando la imagen idealizada de la Irlanda de sus ancestros, pero también siendo la mejor expresión de esa comunidad de individuos que, como escribo, Ford siempre expresa a lo largo de todo su cine.
Todo viene de Irlanda para Ford, su cuerpo y su mente, y hacia allí se dirige Jose Luis Guerin en 1990 con su cámara. Y para ello regresa al pueblo de Cong y sus alrededores, en la provincia de Connemara, lugares que prestaron su fisicidad al maestro para que este construyera su particular visión de ese Innisfree que cada irlandés soñó con añoranza siempre lejos de su tierra.
Pero lo mejor del documental de Guerin no es filmar lo que queda de ese espíritu, sino recuperarlo y enfrentarlo en toda su intensidad.
En este sentido, su documental funciona a dos niveles.
Uno melancólico y rememorante en el que la camara se pasea por los lugares que fueron localizaciones de la película y en el que también jovenes y viejos, participasen o no, reconstruyen a través de la memoria las vicisitudes del rodaje.
Otro no menos melancólico, protagonizado por la estudiante que regresa de Londres a ese Innisfree que se vuelve real para ella. Allí encontrará para su cansancio la misma tranquilidad y paz que Sean Thornton encontró, convirtiéndose incluso, y por necesidades del propio documental, en un improvisado trasunto de la Mary Kate Danaher, que encarnase Maureen O`Hara en la película de Ford.
Su reeditado y mágico paseo con las ovejas por los verdes prados de Innisfree volverá a despertar el corazón de un joven de la localidad
Y en este sentido, Guerin convierte su documental en un hermoso y sentido homenaje al maestro John Ford transformando ese regreso de Sean Thornton en un mito en un eterno retorno de los hijos desperdigados por el mundo a un hogar que siempre los espera y los esperará para ofrecerles el escenario y el momento para entrar en contacto con lo mejor de sí mismos.
Desde su eterna condición de mito, Innisfree siempre espera para abrazar a los que regresan convertido en una suerte de estado de alma que como Brigadoon, otra leyenda irlandesa, el pueblo que aparece y desaparece, se materializa ante los cansados ojos del viajero para portegerle de los rigores del mundo.
En este sentido, "Innisfree" profundiza de manera inteligente, hermosa y brillante en la poco trabajada mitología de la emigración construida en torno a la esperanza por lo que espera al otro lado del horizonte, la melancolía por el hogar que queda atrás y el eterno retorno de los que se fueron al fuego que siempre les espera encendido, tal y como lo dejaron al marchar.
Innisfree como utopía, como lugar de escape al mundo sin escapatoria que poco a poco está construyendo la globalización en torno a nosotros para atraparnos para siempre mientras el planeta aguante en el consumismo.
El regreso a la comunidad y al pasado como única posibilidad de escape. Por primera vez en siglos el futuro empieza a ser un lugar al que debemos negarnos ir, porque ellos ya nos esperan allí.
Con la modestia de uno de los personajes de Ford, "Innisfree" es una de las grandes obras cinematográficas de nuestro cine español.
Incluso yo, que no he tenido hogar, he soñado alguna vez con la Irlanda de Innisfree.
Obra maestra.
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