No tengo muy claro que lo que sucede en esta película de Wes Anderson tenga directamente que ver con algún texto del escritor austriaco Stephan Zweig. Tampoco puedo asegurarlo porque no he leído demasiado a Zweig, pero tengo absolutamente claro que lo que está presente`en "El Gran Hotel Budapest" es el espíritu de Zweig como intelectual en la escena europea de entreguerras en el siglo XX.
Zweig fue portador de ese espíritu elegante y burgués de la Belle Epoque que quizá más que ningún otro, y desde un punto de vista político representó el imperio austro-húngaro del que fue ciudadano buena parte de su vida. Un espíritu que reivindicaba la tranquilidad de una vida en paz frente a la Europa desmoronada y enfrentada de la guerra y los nacionalismos.
Ese estilo de vida que Gustave H (maravillosamente encarnado por Ralph Fiennes) vive entre las paredes de su Gran Hotel Budapest representa siempre -a la particular manera de Anderson- ese estilo de vida que Zweig representaba; un estilo de vida amenazado por todo lo que sucede fuera de las paredes del hotel, donde una Europa nevada, gris y convulsa se debate al borde de la destrucción.
Sobre este contexto, Anderson compone un divertido relato teñido de preciosa y emocionante melancolía que sin duda es una de sus mejores películas, lo cual ya es mucho decir especialmente para los fans de Anderson entre los que orgullosamente me encuentro.
Como en todas las películas de Anderson, la sonrisa y la lágrima cabalgan siempre juntas dentro de una puesta de escena que recuerda al teatro de marionetas o el gran guiñol y donde la simetría y la geometría a la hora de construir las secuencias, las escenas o los planos es un aspecto esencial y característico.
Hay mucho del cine mudo, especialmente la comedia, en el lenguaje cinematográfico de Wes Anderson quien parece tomar elementos estructurales del gag para la construcción de sus planos y escenas. Aspectos como la repetición o el ritmo de la alternancia en el juego del plano y el contraplano, la mecanización de los gestos o la inercia de las trayectorias entre el campo y el fuera de campo están presentes de manera brillante en esta "Gran Hotel Budapest".
Así, Anderson parece descomponer el lenguaje vertiginoso del gag del cine mudo para obtener elementos narrativos con los que construir una manera propia de expresarse, mucho más lenta a través de la cual Anderson nos transmite la misma melancolía que nos inoculaba en joyas como "Los Royal Tannenbaums" o "The Life Aquatic with Steve Zissou".
La nostalgia de un tiempo perdido que quizá no haya existido nunca. Como si el relato existiese en toda su inmensidad e intensidad para justificar precisamente la inexplicable presencia de ese sentimiento de irrecuperable pérdida.
Porque, y en mi opinión, para Anderson el sentido solo existe a posteriori, como necesario colofón para dar cuenta del sinsentido de cada día, un sinsentido que sus personajes viven casi mecánicamente, con resignada tristeza, como aislados en su propia insula de sueños y deseos incumplidos.
Kafka en color.
Absolutamente recomendable.
Zweig fue portador de ese espíritu elegante y burgués de la Belle Epoque que quizá más que ningún otro, y desde un punto de vista político representó el imperio austro-húngaro del que fue ciudadano buena parte de su vida. Un espíritu que reivindicaba la tranquilidad de una vida en paz frente a la Europa desmoronada y enfrentada de la guerra y los nacionalismos.
Ese estilo de vida que Gustave H (maravillosamente encarnado por Ralph Fiennes) vive entre las paredes de su Gran Hotel Budapest representa siempre -a la particular manera de Anderson- ese estilo de vida que Zweig representaba; un estilo de vida amenazado por todo lo que sucede fuera de las paredes del hotel, donde una Europa nevada, gris y convulsa se debate al borde de la destrucción.
Sobre este contexto, Anderson compone un divertido relato teñido de preciosa y emocionante melancolía que sin duda es una de sus mejores películas, lo cual ya es mucho decir especialmente para los fans de Anderson entre los que orgullosamente me encuentro.
Como en todas las películas de Anderson, la sonrisa y la lágrima cabalgan siempre juntas dentro de una puesta de escena que recuerda al teatro de marionetas o el gran guiñol y donde la simetría y la geometría a la hora de construir las secuencias, las escenas o los planos es un aspecto esencial y característico.
Hay mucho del cine mudo, especialmente la comedia, en el lenguaje cinematográfico de Wes Anderson quien parece tomar elementos estructurales del gag para la construcción de sus planos y escenas. Aspectos como la repetición o el ritmo de la alternancia en el juego del plano y el contraplano, la mecanización de los gestos o la inercia de las trayectorias entre el campo y el fuera de campo están presentes de manera brillante en esta "Gran Hotel Budapest".
Así, Anderson parece descomponer el lenguaje vertiginoso del gag del cine mudo para obtener elementos narrativos con los que construir una manera propia de expresarse, mucho más lenta a través de la cual Anderson nos transmite la misma melancolía que nos inoculaba en joyas como "Los Royal Tannenbaums" o "The Life Aquatic with Steve Zissou".
La nostalgia de un tiempo perdido que quizá no haya existido nunca. Como si el relato existiese en toda su inmensidad e intensidad para justificar precisamente la inexplicable presencia de ese sentimiento de irrecuperable pérdida.
Porque, y en mi opinión, para Anderson el sentido solo existe a posteriori, como necesario colofón para dar cuenta del sinsentido de cada día, un sinsentido que sus personajes viven casi mecánicamente, con resignada tristeza, como aislados en su propia insula de sueños y deseos incumplidos.
Kafka en color.
Absolutamente recomendable.
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