
Confieso que me ha decepcionado un poco la conclusión con la que George Steiner cierra el libro. También, y siendo autocrítico, debía haberla esperado dados los planteamientos ideológicos y personales de Steiner. Pero, y desde luego, la afirmación de que el arte sólo es posible con Dios me sobra bastante.
En cualquier caso, la lectura de este libro en cuyas páginas el erudito Steiner vierte toda su inmensa sabiduría buscando una explicación para las mecánicas y los sentidos que generan todo proceso de creación, ha sido como la puesta por obra de Itaca, el poema más conocido de Kavafis. Ha importado más el viaje, el camino, que la Itaca a la que Steiner termina llegando. Tanta erudición y tanto talento, para llegar a esa conclusión para mi gusto tan decepcionante.
A lo largo del libro, Steiner expone un interesante planteamiento diferenciador entre creación e invención. Reserva la segunda al ámbito de lo instrumental, al evento creativo consistente en la diferente combinatoria de lo ya existente: se añaden o se quitan elementos, se combinan en orden diferente. Pura teoría de la creatividad reservada al ámbito material de lo científico y lo técnico.
En cuanto a la primera, la creación pertenece al territorio de lo estrictamente humano, a la razón final que confiere y otorga sentido a las cosas. En este sentido, y para Steiner, la creación es una actividad de carácter superior a la invención porque conecta al hombre con la verdad de si mismo, con sus necesidades y planteamientos como ser humano en el mundo y se convierte en fuente de sentido para ese esfuerzo instrumental basado en la invención.
Además, y mientras lo instrumental se mueve dentro de la progresión y la acumulación ya que una invencion perfecciona y mejora a la otra, lo final es fundamentalmente ciclico. Para Steiner el arte y sus temas se mueven dentro de un mismo ciclo de repetición de los mismos miedos y ansiedades y comunicaciones. Asi, y reconocido por el propio Shakespeare por ejemplo, el autor se reconoce como inspirado por las preocupaciones de otros autores que a su vez se sintieron llamados por los temas de otros autores que les precedieron.
La creación no innova, repite y su caracter innovador descansa en el aspecto que coloca en primer lugar frente a otros, en la perspectiva que el autor adopta, una perspectiva basada en su propio sentido de lo que es esencial o no.
En todo ésto, el libro de Steiner resulta un perfecto estimulador del intelecto. Incluso, la interpretación de Marcel Duchamp como cruce de caminos entre creación e invención, convirtiendo en arte los objetos más materiales y la combinatoria de los mismos (ruedas de bicicleta atornilladas sobre taburetes, por ejemplo) como una especie de broma cínica sobre la pérdida del sentido finalista en una sociedad cada vez más volcada hacia lo instrumental tal y como detectaron los pensadores de la Escuela de Frankfurt.
Hasta ahí, todo perfecto.
Lástima que Steiner, un tipo tan listo, necesite de Dios, el perfecto primo de zumosol, para explicar la necesidad de separar lo instrumental de lo final reivindicando en lo último una autenticidad diferencial y esencial que hace imposible esa mezcolanza, que como mínimo genera un vacío y una ausencia de sentido estructurador en lo instrumental finalista. Y por extensión que el arte más auténtico solo tenga su sentido en Dios como si no pudieran existir otros absolutos en los que creer... la Beatriz de Dante, por ejemplo.
Es lo peor que tienen las religiones monoteístas. Desde el punto de vista moral, no conciben que pueda existir vida fuera de ellas. Para los que están en su interior, la libertad de opción es una falsedad porque siempre se trata de elegir entre la verdad y la mentira... y nadie en su sano juicio elegiría una mentira. Para apartarse de ellas, es necesario dejar de creer. Volverse loco. No hay punto medio. Son intolerantes por naturaleza. Confunden su parte con el todo, cosa que es respetable como experiencia personal de sentido. Pero lo que no es tan respetable es extender ese ámbito personal de sentido al espacio neutro de convivencia desaprovando, como minimo, la existencia de otros puntos de vista sobre las cosas, otras morales que tienen el mismo derecho a existir.