No me interesa tanto lo que Bennet Miller cuenta en esta estupenda "Foxcatcher" como el contexto de la misma.
La película nos cuenta la tortuosa y difícil de relación real que el multimillonario John du Pont mantiene con los hermanos Schultz a propósito del deseo de aquel de montar un equipo competitivo de lucha libre que de a los Estados Unidos la medalla de oro en los Juegos Olimpicos de Seul.
Pero lo que más interesa de esta historia es que pone por obra de manera dramática, desde lo excepcional del caso, el terrible contexto de desigualdad que caracteriza a ese ejemplo por algunos que es la sociedad norteamericana. Porque al final lo que uno puede leer entre líneas durante la visión de "Foxcatcher" es que John du Pont es lo suficientemente rico no sólo para comprar una medalla de oro olimpica sino para comprar su salud mental.
Como bien plantea el filósofo francés Michel Foucault, el discurso de la locura es en el fondo un discurso del poder para etiquetar y excluir a todos aquellos que han sido triturados por el orden social y económico que el poder encarna.
Es el poder el que decide dónde situar la línea que separa lo que es normal de lo que no lo es y casi siempre lo normal tiene que ver con la funcional, con el grado en que un individuo puede insertarse en los mecanismos de reproducción del orden social. Por eso el papel de quienes curan a los locos se centra, o bien en curarlos de manera que acepten esa normalidad como criterio, bien desactivandolos para que no molesten a los normales.
Pero lo que el poder no puede permitirse bajo ningún concepto es la relación directa entre su existencia y la locura.
No puede permitir un discurso que convierta en locos a esa mayoría de normales, cosa que por cierto empieza a ser aplicable a las sociedades democráticas de consumo empeñadas, por ejemplo, en la locura de crecer infinitamente en un mundo infinito. Pero tampoco puede permitir un discurso que relacione la existencia de los locos con lo inevitable de su funcionamiento.
Y "Foxcatcher" nos muestra la máxima paradoja del poder confundido con la locura a través de la relación que los hermanos Schultz establecen con du Pont..
Y, aunque a lo largo de toda la película el espectador se da cuenta de que el comportamiento de John du Pont se mueve a un lado y a otro de la línea que separa la normal de lo anormal, también comprueba que no hay un cuestionamiento del comportamiento de John du Pont en ese mundo donde sucede el relato.
Todo lo contrario.
Su dinero le ayuda a construir una realidad que contribuye a confundir aún más su delirio con el mundo hasta que ya es demasiado tarde, lo que por cierto es una perfecta metonimia de lo que ahora mismo está haciendo el capitalismo de consumo.
Nadie le dice al poder que está loco. Es el poder quién decida la normalidad y la locura mientras es poder, pero lo cierto es el poder quien casi siempre delira.
Y seguramente, de no haber cruzado todos los limites de lo aceptable que du Pont cruza con el asesinato de David, el millonario habría seguido comprando cosas profundizando aún más en el delirio de confundir la pequeñez de su ser con la grandeza de aquello que compra.
En todo este contexto, "Foxcatcher" me parece una película inteligente y rica que además está muy bien contada.
A lo largo de toda ella, destaca el peso de una tensión invisible que poco a poco va concentrándose en la presencia de John du Pont, magníficamente encarnado por un estólido Steve Carell.
Y sin duda, la ausencia de música incidental contribuye a la generación de esa tensión, quedando la mirada del espectador abandonada a sí misma, sin la ayuda que casi siempre aporta la música para entender el sentido de las situaciones que se muestran, experimentando la misma sorpresa que experimenta Mark Schultz comforme descubre la compleja y tortuosa realidad de du Pont.
El resultado es brillante.
La película nos cuenta la tortuosa y difícil de relación real que el multimillonario John du Pont mantiene con los hermanos Schultz a propósito del deseo de aquel de montar un equipo competitivo de lucha libre que de a los Estados Unidos la medalla de oro en los Juegos Olimpicos de Seul.
Pero lo que más interesa de esta historia es que pone por obra de manera dramática, desde lo excepcional del caso, el terrible contexto de desigualdad que caracteriza a ese ejemplo por algunos que es la sociedad norteamericana. Porque al final lo que uno puede leer entre líneas durante la visión de "Foxcatcher" es que John du Pont es lo suficientemente rico no sólo para comprar una medalla de oro olimpica sino para comprar su salud mental.
Como bien plantea el filósofo francés Michel Foucault, el discurso de la locura es en el fondo un discurso del poder para etiquetar y excluir a todos aquellos que han sido triturados por el orden social y económico que el poder encarna.
Es el poder el que decide dónde situar la línea que separa lo que es normal de lo que no lo es y casi siempre lo normal tiene que ver con la funcional, con el grado en que un individuo puede insertarse en los mecanismos de reproducción del orden social. Por eso el papel de quienes curan a los locos se centra, o bien en curarlos de manera que acepten esa normalidad como criterio, bien desactivandolos para que no molesten a los normales.
Pero lo que el poder no puede permitirse bajo ningún concepto es la relación directa entre su existencia y la locura.
No puede permitir un discurso que convierta en locos a esa mayoría de normales, cosa que por cierto empieza a ser aplicable a las sociedades democráticas de consumo empeñadas, por ejemplo, en la locura de crecer infinitamente en un mundo infinito. Pero tampoco puede permitir un discurso que relacione la existencia de los locos con lo inevitable de su funcionamiento.
Y "Foxcatcher" nos muestra la máxima paradoja del poder confundido con la locura a través de la relación que los hermanos Schultz establecen con du Pont..
Y, aunque a lo largo de toda la película el espectador se da cuenta de que el comportamiento de John du Pont se mueve a un lado y a otro de la línea que separa la normal de lo anormal, también comprueba que no hay un cuestionamiento del comportamiento de John du Pont en ese mundo donde sucede el relato.
Todo lo contrario.
Su dinero le ayuda a construir una realidad que contribuye a confundir aún más su delirio con el mundo hasta que ya es demasiado tarde, lo que por cierto es una perfecta metonimia de lo que ahora mismo está haciendo el capitalismo de consumo.
Nadie le dice al poder que está loco. Es el poder quién decida la normalidad y la locura mientras es poder, pero lo cierto es el poder quien casi siempre delira.
Y seguramente, de no haber cruzado todos los limites de lo aceptable que du Pont cruza con el asesinato de David, el millonario habría seguido comprando cosas profundizando aún más en el delirio de confundir la pequeñez de su ser con la grandeza de aquello que compra.
En todo este contexto, "Foxcatcher" me parece una película inteligente y rica que además está muy bien contada.
A lo largo de toda ella, destaca el peso de una tensión invisible que poco a poco va concentrándose en la presencia de John du Pont, magníficamente encarnado por un estólido Steve Carell.
Y sin duda, la ausencia de música incidental contribuye a la generación de esa tensión, quedando la mirada del espectador abandonada a sí misma, sin la ayuda que casi siempre aporta la música para entender el sentido de las situaciones que se muestran, experimentando la misma sorpresa que experimenta Mark Schultz comforme descubre la compleja y tortuosa realidad de du Pont.
El resultado es brillante.