La reciente dimisión de Juan Carlos Monedero de sus responsabilidades políticas en Podemos, junto con los argumentos que aquel ha dado o entre líneas ha dado a entender, nos retrotraen, a mi entender y ante todo, a un arquetipo presente desde el inicio de los tiempos en la praxis de la política.
Este arquetipo no es otro que la tensión entre idealismo y pragmatismo que tan bien encarnaron en la Revolución Francesa el intransigente Marat frente al no menos intransigente Robespierre.
Este arquetipo representa el inevitable conflicto entre dos tipos de liderazgo: el carismático y el burocrático.
El primero es portador de ideas, moviliza a las personas en pos de un objetivo sin importar las constricciones que impone lo real, buscando realizar la idea en su manera más perfecta posible.
El segundo está más preocupado por gestionar la idea, la organización que encarna la búsqueda de esa idea y las relaciones que esta organización y esa idea tienen con la realidad. Los propósitos de índole práctica se imponen en el liderazgo burocrático quién siempre está dispuesto a negociar, a ceder sacrificando parte de la pureza de esa idea a cambio de un mayor porcentaje de realización práctica de lo que quede de esa idea.
En este sentido, los papeles han sido convenientemente repartidos en las comunicaciones públicas que tanto Iglesias como Monedero han realizado como consecuencia de la dimisión del segundo: el verso libre frente al verso que debe someterse a las constricciones de ritmo, rima y medida que impone el modo en que se ha decidido poetizar.
No obstante, la desaparición de Monedero también saca a la luz un claro techo de Podemos.
El pragmatismo, la necesidad de una transversalidad que obliga a difuminar el discurso en sus aristas principales para alcanzar a un mayor número de personas puede estar empezando a caer en un exceso que a la media y larga será contraproducente.
Este pragmatismo se manifiesta de manera clara e inequívoca en una excesiva preocupación por la táctica, por la necesidad de vencer cuanto antes. Aspecto que queda una vez más de manifiesto en la entrevista que Pablo Iglesias realiza en su programa de La Tuerka a Julio Anguita.
Hay un momento en que Iglesias no puede evadir la necesidad de explicar su necesidad de vencer, explicación que en todo momento aparece teñida de una cierta frustración, casi desesperación por verse abocados a una situación táctica, una guerra de trincheras a la que Podemos, tras su inicialmente arrolladora aparición, se ha visto abocado.
Incluso Iglesias llega a argumentar con pesar la necesidad imperiosa de convertirse en uno más dentro de esa guerra táctica que apesta a esa vieja política que los propios miembros de Podemos condenan.
Anguita escucha, sonríe y cuando puede contestar termina remitiéndose a su viejo mantra de "programa, programa y programa", pero el programa concebido como expresión de esa idea que te hace diferente.
En este aspecto, Iglesias no se diferencia de Gonzalez, de Aznar, de Rajoy o de Sanchez.
Iglesias carece de la suficiente inteligencia estratégica como para entender que, abrazando lo táctico, Podemos renuncia a su mejor arma para esa misma lucha por la victoria que tanto quiere pelear,
Estoy convencido que la acumulación de cosas que no se pueden decir o hacer, han producido la marcha de Monedero quien ha comprendido que la exposición exhaustiva de la idea en su integridad no es lo más importante
Se ha debido quedar sólo en el argumento de que la exposición de la idea en su integridad debe implicar el no tener miedo a perder, a no ser escuchado por el suficiente número de ciudadanos como para gobernar.
Podemos no contempla la posibilidad de perder y para evitarlo prefiere ganar con cualquier cosa, de cualquier manera. Y en esto, Podemos se comporta como lo peor de la vieja política, anteponiendo la necesidad de ganar por encima de cualquier cosa y me temo que en eso el PSOE y el PP son grandes expertos.
Así, Podemos abandona lo mejor que sabe hacer, la estrategia, para aceptar un combate táctico en un terreno que le es desfavorable y con unas armas que en absoluto sabe usar.
Y lo peor es que Iglesias cree con tristeza que no hay otra opción y lo cree porque en el fondo es un político de los de antes, que quiere ganar a cualquier precio incluso traicionando la propia idea que les ha llevado a donde les ha llevado.
La obsesión por ganar puede acabar con un Podemos que prefiere el cuerpo a cuerpo de las trincheras a su mesiánica y carismática misión de transmitir su mensaje sobre un nuevo y futuro mundo.
Lo mismo, por cierto, que hizo la socialdemocracia ante el cuerno de la abundancia de la sociedad de consumo.
En este sentido para Podemos es mejor morir de Monedero que vivir a golpes de Iglesias y Errejón porque hay que medir muy mucho el precio que se está dispuesto a pagar por ganar a toda costa.
Y en este sentido, la aparición de Iglesias regalando "Juego de Tronos" a Felipe VI es un mensaje tan terrible como cualquier noticias de corrupción porque de la táctica la confusión conduce a la tontería.
A algunos la vanidad, el deseo de ser ellos y no otros quienes cambien las cosas les puede completamente.
Y la vanidad siempre ha sido un enfermedad característica de la izquierda.
Y la vanidad les ciega porque, y aun siendo sociólogos y politólogos, parecen no entender que el cambio social es una carrera de fondo, no una carrera de velocidad en la que el destino de toda una sociedad puede resolverse en unas elecciones.
Los procesos son largos y las voces de la autoridad carismática aparecen y desaparecen para volver a aparecer cargadas de razón.
Asi, la gente de Podemos expresan de manera preocupante el estado de animo del hombre victima de la sociedad de consumo que cree que todo se puede comprar ya y en cualquier supermercado.
Esa mirada que Anguita le dirige a un Iglesias que parecía intentar justificarse mientras argumentaba vale más que mil palabras.
La marcha de Monedero es la constatación de una flagrante y evidente perdida de rumbo que puede terminar devolviendo a Podemos a la nada de donde vino.