¿Quién no querría ver a uno de esos tiburones de las finanzas, responsable de esto que algunos llaman crisis, desenmascarado y ajusticiado publicamente?
"Money Monster" se encarga de hacerlo.
Ya que en la vida real no ha sucedido. "Money Monster" es una historia que sin el menor escrúpulo se dirige al vientre del espectador para mostrarle un algo que sin duda es una confesada fantasía.
Pero es precisamente éso lo que me incomoda: la ficción reemplazando a la realidad en una situación donde esta debiera haber proporcionado el sentido que aquella ofrece.
Y tengo que confesar que encuentro perversas todas estas películas que intentan narrar una situación y una crisis.
Encuentro perverso que los escenarios reales que constituyen la política y la justicia tengan que ser reemplazados por la ficción en un tema que tiene tan claras repercusiones en nuestras vidas.
Las cosas están muy mal, tan mal que el propio sistema que nos destroza utiliza sus propios desmanes como carnaza que pone a la venta para reproducirse como tal, como si los verdaderos efectos de esa crítica fuesen imposibles y todo estuviera atado y bien atado (que lo está).
¿Te imaginas una película de la Alemania nazi describiendo a un protagonista de raza judía condenando y luchando contra el exterminio de los suyos dentro de la propia Alemania?
Ellos no llegaron tan lejos, pero el capitalismo neoliberal sí.
Hemos cruzado demasiadas líneas rojas y hemos ido demasiado lejos, tan lejos que ya ni siquiera sabemos donde estamos: sólo queremos vender y consumir.
Todo lo demás no importa.
Y "Money Monster" estaría bien si generase un debate en torno al por qué la verdadera justicia en determinados aspectos está quedando relegada a la ficción, como si el mundo feliz de la sociedad abierta que decimos ser hubiera quedado relegado a la condición de imposible sueño que el espectador debe realizar de manera privada y de pensamiento en la sala oscura del cine.
Porque las cosas son mucho más complicadas ahí fuera, donde crece la luz y los malvados se salen con la suya con la novedad, como decía Godard, de ni siquiera tener que disimular que lo son
La justicia relegada a un mero asunto de ficción cuya exposición pública ni siquiera incomoda al sistema como hace 40 años.
Por algo será.
Antes estas tramas de injusticia sucedían en remotos lugares de Oriente Medio, Asia o Latino América, ahora suceden en nuestras calles.
Pero esto no parece importarnos demasiado.
El resultado de todo el proceso de ilustración y modernidad inaugurado en el siglo XVIII parace haber desembocado en un mundo donde el vientre (y no la cabeza) tiene el control.
Estamos fatal de los nuestro.
"Money Monster" se encarga de hacerlo.
Ya que en la vida real no ha sucedido. "Money Monster" es una historia que sin el menor escrúpulo se dirige al vientre del espectador para mostrarle un algo que sin duda es una confesada fantasía.
Pero es precisamente éso lo que me incomoda: la ficción reemplazando a la realidad en una situación donde esta debiera haber proporcionado el sentido que aquella ofrece.
Y tengo que confesar que encuentro perversas todas estas películas que intentan narrar una situación y una crisis.
Encuentro perverso que los escenarios reales que constituyen la política y la justicia tengan que ser reemplazados por la ficción en un tema que tiene tan claras repercusiones en nuestras vidas.
Las cosas están muy mal, tan mal que el propio sistema que nos destroza utiliza sus propios desmanes como carnaza que pone a la venta para reproducirse como tal, como si los verdaderos efectos de esa crítica fuesen imposibles y todo estuviera atado y bien atado (que lo está).
¿Te imaginas una película de la Alemania nazi describiendo a un protagonista de raza judía condenando y luchando contra el exterminio de los suyos dentro de la propia Alemania?
Ellos no llegaron tan lejos, pero el capitalismo neoliberal sí.
Hemos cruzado demasiadas líneas rojas y hemos ido demasiado lejos, tan lejos que ya ni siquiera sabemos donde estamos: sólo queremos vender y consumir.
Todo lo demás no importa.
Y "Money Monster" estaría bien si generase un debate en torno al por qué la verdadera justicia en determinados aspectos está quedando relegada a la ficción, como si el mundo feliz de la sociedad abierta que decimos ser hubiera quedado relegado a la condición de imposible sueño que el espectador debe realizar de manera privada y de pensamiento en la sala oscura del cine.
Porque las cosas son mucho más complicadas ahí fuera, donde crece la luz y los malvados se salen con la suya con la novedad, como decía Godard, de ni siquiera tener que disimular que lo son
La justicia relegada a un mero asunto de ficción cuya exposición pública ni siquiera incomoda al sistema como hace 40 años.
Por algo será.
Antes estas tramas de injusticia sucedían en remotos lugares de Oriente Medio, Asia o Latino América, ahora suceden en nuestras calles.
Pero esto no parece importarnos demasiado.
El resultado de todo el proceso de ilustración y modernidad inaugurado en el siglo XVIII parace haber desembocado en un mundo donde el vientre (y no la cabeza) tiene el control.
Estamos fatal de los nuestro.