martes, marzo 19, 2013

SOBRE LA IMPUTACIÓN

Una prueba de los niveles altos de corrupción que hay en nuestro país es la revisión a la baja que, con el paso del tiempo y la sucesión ininterrumpida de casos, ha sufrido la figura legal de imputado. En este sentido, la presión de la comunicación de los políticos implicados y sus fieles terminales mediáticas, ese cuarto poder hacia el que la sociedad española aún no ha enfocado su espíritu crítico, han jugado un papel esencial a la hora de mitigar lo que significa ser imputado.

Y por supuesto que ser imputado no significa ser culpable ni condenado, pero tampoco significa lo contrario y digo ésto en lo que respecta a la asunción de las responsabilidades políticas de quién, y como consecuencia de la investigación de un juez de instrucción, resulta imputado.

En pocas palabras, la imputación es la atribución de un delito o una acción e implica la acusación formal a una persona de un delito.

El juez tras un proceso de instrucción termina por atribuir de forma motivada y fundamentada un delito a una persona, es decir, le imputa... y lo hace porque existen indicios... Este es el aspecto que la responsabilidad política no resiste. Tanto sea culpable como inocente, un representante político no puede permitirse el lujo de verse implicado en un sumario que implica comportamientos delictivos. Por supuesto que puede resultar no culpable o inocente pero éso no debería bastar. Un político no debería soportar ser  inocente si se deduce que en torno a su inocencia se ha producido una trama delictiva. Una de las labores de los representantes políticos es mantenerse alerta de posibles comportamientos irregulares que suceden a su alrededor, deben ser conscientes de la imperfección del ser humano y del carácter goloso del espacio de poder que detentan.

Los territorios de la legalidad y de la moralidad nunca coinciden al 100% cuando son superpuestos y es en esas zonas de no coincidencia donde rige la responsabilidad política. No basta con ser inocentes, hay que parecerlo y sacrificar todo lo que sea necesario para transmitir la seguridad de que el entorno donde el político desarrolla su labor es fiable para los ciudadanos.

En este sentido el territorio de la imputación es claramente el territorio de la responsabilidad política.

Me atrevo a afirmar que ni tu ni yo, en nuestras pequeñas vidas, seremos probablemente jamás imputados. Nada hay en nuestras vidas y su entorno que atraigan a los corruptos, pero la esfera política es otra historia. Asi, la obligación del político no sólo debe ser inocente sino también asegurarse en la medida de lo posible de que su entorno lo sea. Y eso les obliga a ser un poco más estrictos en sus usos y costumbres que a cualquiera de nosotros.

Ser inocente dentro de una trama de ladrones, ser inocente y estar lo suficientemente cerca de esos ladrones como para que puedan ser imputados o estos le imputen nunca será ejemplo de buena práctica política.

Ejercer la responsabilidad política es un deber para el político. Tiene que ver con el ejemplo y con la didáctica, aspectos esenciales de la política desde los griegos.

Todo político que se precie no puede permitirse ser imputado. Si es inocente, significa que ha fracasado. Y solo por autoestima y por respeto a lo que significa su labor desde un punto de vista social debería dimitir. De hecho, estos dos aspectos son elementos esenciales de esa responsabilidad política de la que tanto se habla.

lunes, marzo 18, 2013


No se si viví esos recuerdos.
Lo cierto es que todo ese mar tranquilo
y toda aquella luz
no me resultan del todo extraños
ahora que lo pienso.
Y quizá este desmemoriado yo
que intenta recordar sin demasiado éxito
estuviera realmente allí,
entre el cielo y la tierra,
mínimo y despreocupado punto feliz
que existía a tientas,
medio ciego,
esperando el regreso feliz de tu mirada
para volver a ser cierto.
MAPA DE LOS SONIDOS DE TOKYO

Ufff...

Hasta la hora y veinte minutos aproximadamente encuentro a esta Mapa de los Sonidos de Tokyo como una insoportable acumulación de clichés, muy a lo Garci. Un poco de Wim Wenders por aquí, otro poco de Wong Kar Wai por allá,, acumulación de imágenes y diálogos que uno ya ha visto y escuchado y que hacen que la película suene rimbonbantemente a hueco.

Y además toda esa tristeza excesiva, espesa, empalagosa y ñoña que los personajes sienten de manera inmotivada, porque sí, obedeciendo a la ley de la gravedad del cliché que habitan y representan. Tristeza, soledad, seriedad e incomunicación que no se entiende nada más que por si mismas, porque las cosas tienen que ser asi, palabra del creador y que convierten a los personajes en irritantes iconos de una estética emo.

Ufff... Da mucha pereza todo y en general.

Menos mal que al que les escribe le gusta mirar y saborear las buenas imágenes y en este sentido, Isabel Coixet no desaprovecha un país tan fotogénico como Japón. En este sentido, y en lo visual, hay mucho que mirar en esta película.

Y menos mal también que Coixet consigue que la historia remonte un poco desde la falsa falsedad del cliché hacia la auténtica falsedad de una narración en una última media hora final en la que se descubre algo que merece la pena: la historia de un equivoco entre sexo y amor entre dos personajes que se encuentran en una habitación de hotel durante unos instantes para seguir luego perdidos por las calles de Tokyo.

Sospecho que la idea inicial era buena, pero en torno a ella Isabel Coixet ha puesto demasiado papel celofán.

En cualquier caso, se trata más de lo que imagino que lo que la directora muestra en esta película autocomplaciente, narcisista y vacua en la que abunda el simulacro y que en absoluto termina de funcionar perdida en el laberinto de otras películas, de otras imágenes a las que la directora no puede resistirse en favor de un poco de verdad.

Fallida.

THE FOG OF WAR

Es una buena metáfora.

The fog of war... La niebla de la guerra.... Una buena metáfora con la que designar de una manera bastante poética esas zonas oscuras del ejercicio del poder. Las sucias y escondidas salas de máquinas de la historia, donde el bien y el mal se confunden para convertirse en medios a través de los cuales conseguir un determinado fin.

En esta niebla se refugia Robert McNamara, personalidad esencial de la politica exterior estadounidense de la segunda postguerra mundial y lo hace ante el espectador en este magnífico documental, ganador del oscar 2003.

El documental recorre la vida de Robert McNamara, un tecnócrata con una trayectoria personal muy interesante. Responsable de la mejora en le eficiencia de los bombardeos de la fuerza aérea norteamericana durante la II Guerra Mundial, especialmente de la devastación criminal de las ciudades japonesas con el demoledor uso de las bombas incendiarias, sus decisiones posteriormente en la empresa privada relacionadas con el marketing y la producción de la industria automovilística que le llevóa a ser el primer presidente de la Ford Motor Company que no formaba parte de la familia Ford y lo que es el aspecto más esencial de su vida: su nombramiento como Secretario de Estado de Defensa que le llevó a servir a su país bajo los mandatos de los presidentes Kennedy y Johnson, situación que le llevó a ser el rostro visible ante sus compatriotas y el mundo de la Guerra del Vietnam.

Acompañado de un extraordinario material audiovisual combinado y presentado con mucho talento, McNamara se presenta sólo y ante la cámara, dispuesto a compartir intimamente con el espectador, ya en su vejez, las principales conclusiones de toda su vida. Esa experiencia se resume en once lecciones que McNamara va desgranando conforme el documental va repasando su trayectoria biográfica.

Sin dejar de lado los aspectos más espinosos: los bombardeos del Japón, el ataque al destructor Maddox que justificó la entrada de los Estados Unidos en la Guerra de Vietnam y la propia gestión de la guerra, Robert McNamara busca compartir con el espectador su punto de vista, una perspectiva que es la del hombre que ha vivido muchos años dentro de esa niebla de la guerra.

En este sentido McNamara aborda con franqueza su gestión, reconociendo incluso errores como la falsedad del ataque al destructor Maddox haciendo un repaso bastante critico de toda esa trayectoria, repaso que deja dos momentos de acojonante y cruda franqueza que están relacionados como anécdota y categoría.

El primero de ellos es la anecdota y tiene que ver con la campaña de bombardeos incendiarios que devastó el 60% de todas las ciudades del japón, hechas predominantemente con madera. McNamara abiertamente comenta que, d ehaber perdido la guerra, no le cabe la menor duda de que habría sido juzgado como criminal de guerra.

El segundo de ellos es la categoría y como consecuencia global de su gestión de la guerra del Vietnam.. bombardeos masivos, agente naranja. Una categoría expresada como pregunta: ¿Cuánto mal hay que estar dispuesto a hacer para conseguir el bien? Pregunta que McNamara lanza directamente a la cámara, sin contemplaciones, como una de las bombas que ordenó lanzar.

En definitiva, The fog of war es un documental magnífico que ofrece al espectador la oportunidad de escuchar la visión de un hombre de estado que no dudó en llevar hasta el extremo su desempeño en beneficio de la nación a la que servía.

Y quizá lo más sobrecogedor sea la pregunta que McNamara nunca plantea pero que flota a lo largo del documental y que tiene que ver con la necesidad de hacer el mal para conseguir el bien, pregunta que McNamara tácitamente responde de una manera afirmativa, como si la política fuese una actividad que a la larga corrompiese necesariamente al ser ese reino de la necesidad y la supervivencia donde la moral no siempre tiene el recorrido que debiera tener.

Como dice el viejo refrán, para hacer tortillas hay que romper huevos... y McNamara rompió unos cuantos y lo mejor del documental es que, de la ruptura de algunos ellos, el viejo secretario de estado se siente en su vejez culpable.

Y de todo modo, las preguntas que se formula McNamara resumen buena parte de la moralidad del siglo XX.

Brillante.


sábado, marzo 16, 2013

Rugby!!! El mejor deporte del mundo...






"Debería ser posible para cada cual el ir hasta el límite de su «capital » biológico, el disfrutar «hasta el tope» de su vida, sin violencia ni muerte precoz. Como si cada cual tuviera su pequeño esquema de vida impreso, su «esperanza normal» de vida, un «contrato de vida», en el fondo. De ahí la reivindicación social de esta cualidad de vida de la cual forma parte la muerte natural. Nuevo contrato social: es toda la sociedad, con su ciencia y su técnica, la que se vuelve solidariamente responsable de la muerte de cada individuo. Esta reivindicación puede, por otra parte, implicar un ataque al orden existente, del mismo tipo que las reivindicaciones salariales y cuantitativas: es la exigencia de una justa duración de la vida, como de una justa retribución de la fuerza de trabajo. En lo esencial, este derecho, como todos los otros, esconde una jurisdicción represiva. Cada cual tiene derecho, pero al mismo tiempo, deber de muerte natural. Porque ésta es la muerte característica del sistema de la economía política, su tipo de muerte obligado:

1. Como sistema de maximización de las fuerzas productivas (en un sistema «extensivo» de la mano de obra, no hay muerte natural para los esclavos, se les hace reventar trabajando).
11. Mucho más importante: que cada cual tenga derecho a su vida (habeas corpus-habeas vitam), es la jurisdicción social extendida a la muerte. La muerte es socializada como todo el resto: no puede ser más que natural, porque toda otra muerte es un escándalo social, no se ha hecho lo que se debía. ¿Progreso social? No: progreso de lo social, que se anexa incluso la muerte. Cada uno está desposeído de ella, ya no le será nunca posible morir como él lo entiende. Ya nunca será libre más que de vivir el mayor tiempo posible. Esto significa entre otras, la prohibición de consumir su vida sin consideración de límites. El principio de la muerte natural equivale a una neutralización de la vida, pura y simplemente..."

(El intercambio simbólico y la muerte, Jean Baudrillard)

viernes, marzo 15, 2013

JULES ET JIM

Dirigida por François Truffaut en 1962, "Jules et Jim" es el tercer largometraje del director francés, uno de los grandes nombres de la llamada "nouvelle vague".

La historia cuenta el desarrollo de un triangulo amoroso que dos hombres y una mujer mantienen en el periodo de tiempo que precede y antecede a la primera guerra mundial. Jules (Oskaer Werner) y Jim (Henri Serre), dos amigos artistas pertenecientes a  la bohemia parisina, conocen a la bella y fascinante Catharine (Jeanne Morau). Los dos caerán bajo su influjo y terminarán enamorándose de ella. Primero Jules y luego Jim, por indicación del anterior, configurando un triangulo amoroso a contracorriente y contratiempo.

"Jules et Jim" está basada en una novela homónima escrita por Henri-Pierre Roché en la que éste recuerda buena parte de su vida en los ambientes bohemios del Paris de los artistas y la Belle Epoque. Roché, un coleccionista de arte, devino a escritor en los últimos años de su vida, publicando dos novelas largas, ésta y "Deus anglaises et le continent", ambas filmadas por el director francés.

Hijo de una relación ilegitima y criado lejos de su madre, Truffaut tuvo una infancia difícil que se tradujo en delincuencia juvenil, frecuentes visitas a los correccionales e incluso la deserción del ejército francés. Afortunadamente el cine acabó atrapando al joven Truffaut convirtiendose las salas de cine en el auténtico hogar de un Truffaut siempre en relaciones conflictivas con lo emocional y sentimental.

Una de las consecuencias de esa forja del carácter del director francés es su constante interés por el amor, las relaciones afectivas y su deterioro progresivo cuando estas son sometidas al lento trabajo del tiempo. Todo el cine de Truffaut transpira una emocionante visión melancólica del amor y las relaciones humanas que, con el paso del tiempo y el olvido de todo aquel ruido coyuntural que fue la furia de la "Nouvelle Vague", se ha revelado como un aspecto esencial de su cine que le ha permitido perdurar en el tiempo.

Y en este sentido, se entiende perfectamente las razones por las que este texto de Roché capto el interés de Truffaut. "Jules et Jim" muestra como pocas historias esa visión melancólica del amor como paraíso perdido, como imposible mito deteriorado siempre por el paso del tiempo que tan presente está en su cine y que, como escribo, hace de Truffaut un autor más mayor de lo que muchos de los críticos de la nouvelle vague piensan.

Porque "Jules et Jim" muestra el paraíso y también su pérdida, pero también los esfuerzos que los tres personajes protagonistas hacen por amarse contra las circunstancias y el tiempo, esfuerzo que desemboca en un trágico final un instante antes de que se produzca la demoladora constatación de un fracaso.

Porque "Jules et Jim" huele a ese espíritu trágico del romanticismo entendido como el siempre condenado al fracaso esfuerzo del individuo por imponerse a los rigores de un destino que parece escrito para todos... Tal y como canta Catharine en Le Tourbillon, esa maravillosa canción que resume a los personajes y la historia, una canción que narra el amor de dos amantes que se encuentran y desencuentran en el torbellino de la vida y es la vida, y su dictado, lo que justo ninguno de ellos tiene en cuenta.



Para los que no tienen el amor, éste puede convertirse en un El Dorado, un escondido paraíso que encontrar... hasta que el buscador lo encuentra y descubre que, en cuanto se descuida, el tresoro ya no está y se convierte en un perdido paraíso que añorar... Y entre esos dos extremos, Truffaut sitúa su fascinación hacia el amor, su mirada melancólica dirigida hacia una entelequia que parece más nacido para ser contado, deseado o recordado que para ser tenido.

Por todo ésto, y pese a su escritura excesivamente efectista en algunos momentos, "Jules et Jim" me parece una de las mejores obras de Truffaut.

Imprescindible.


















Nadie podría jamás sospechar que conservas esa belleza demente de la infancia, ese furor contra lo útil de tu cuerpo
(Leopoldo María Panero)


No es tarea fácil la de contradecir a dios
en este gran teatro del bien y del mal
que con naturalidad perversa
transmuta lo bueno en malo… y viceversa,
Faltaría más.
Con todo lo que hay que hacer,
y todas esas cuentas pendientes,
que si uno se descuida se multiplican
-y que aunque uno se descuide crecen sin cesar-,
pero que siempre justifican y atan
como no podía ser de otra forma
estando por medio una divina voz.
En efecto, no es tarea fácil mantener la calma
cuando, y por dictamen legal,
el debe siempre supera inocentemente al haber,
mientras incesantamente se suceden vanas
y por boca de ese endemoniado dios
todas estas intercambiables esperanzas
que llenan de aire y nada
nuestro cada vez más escaso pan de cada día.












Y para qué, te dices, abrir los ojos al país de los ciegos
(Leopoldo María Panero)

miércoles, marzo 13, 2013

La ciudad está llena de oficinistas
sepultados en vida bajo la alargada sombra
de ese incómodo detalle de autenticidad
que puede traicionarles y perderles.
Y sintiendo al otro lado del cristal
el filo de cientos de ojos pendientes
de la enmarañada trama 
con pretensiones de autenticidad
que componen cada una de sus palabras,
y cada uno de sus gestos
habitan con inseguridad milenaria,
sin esperar demasiado, 
su particular tragedia diaria de destino incierto



Las sociedades verdaderamente libres crean realidad, no se adaptan a ellas:

“Una sociedad autónoma, una sociedad verdaderamente democrática, es una sociedad que cuestiona todo lo predeterminado y que, en el mismo acto, libera la creación de nuevos significados. En una sociedad así, todos los individuos son libres de crear para sus vidas los significados que quieran (y puedan)”
(Le délabrement de l’Occident, Cornelius Castoriadis)
Proud to be maladjusted!!!

"But I say to you, my friends, as I move to my conclusion, there are certain things in our nation and in the world which I am proud to be maladjusted and which I hope all men of good-will will be maladjusted until the good societies realize."

 
EL TREN DE LA VIDA

Siempre hay una primera vez para todo... dicen... en este caso, "El tren de la vida" es mi primera película rumana... y tan contento que estoy porque esta historia dirigida y escrita en 1998 por Radu Mihaileanu entra dentro de las que llamo películas con encanto.

Sin ser absoluto una película redonda, "El tren de la vida" se las arregla para mantener mi atención como espectador con su sorprendente propuesta, un tanto arriesgada, que busca combinar holocausto con un cierto realismo mágico.

Azuzados por el loco del pueblo, los judíos de una aldea rumana deciden escapar de la amenaza nazi hacia la soñada palestina en un tren de deportación falso que ellos se encargarán de construir y llenar. Sobre este planteamiento un tanto descabellado, Mihaileanu construye una historia coral que cuenta como inequívoco referente al cine del director serbio Emir Kusturica.

La película pisa en algunos momentos la línea que separa lo sublime de lo ridículo llevando a pensar al espectador generoso, y seducido por el extraño encanto de la historia, que esa acumulación de aspectos imposibles que parecen llevar la película del realismo mágico al más chapucero exploit tienen una razón de ser. Y en este sentido la película se explica a sí misma en un sorprendente final que cambia la perspectiva del espectador sobre todo lo que ha visto añadiendo una sobrecogedora dimensión poética que a estas alturas de tanta sorpresa fracasada resulta verdaderamente sorprendente.

En cualquier caso, y lindando algunas veces con lo ridículo y otras con lo directamente pueril, "El tren de la vida" es una historia más que estimable sobre esa necesidad de belleza que anida incluso en el mas loco de los seres humanos, una entrañable historia protagonizada por fantasmas y, como es la vida en terminos shakesperianos, contada por un loco.

Maravillosa... con algunos reparos que el que escribe, aún siendo consciente de ellos, se los perdonan por ser finalmente tan encantadora.

martes, marzo 12, 2013

“La irreversibilidad de la muerte biológica, su carácter objetivo y puntual, es un hecho científico moderno. Es específico de nuestra cultura. Todas las otras afirman que la muerte comienza antes de la muerte, que la vida continúa después de la vida y que es imposible discriminar la vida de la muerte. Contra la representación que ve en la una el término de la otra, hay que tratar de ver la indeterminación radical de la vida y de la muerte y la imposibilidad de autonomizarlas en el orden simbólico. La muerte no es un plazo, es un matiz de la vida, o quizá la vida es un matiz de la muerte. Pero nuestra idea moderna de la muerte está dominada por un sistema de representaciones totalmente diferente: el de la máquina y el funcionamiento. Una máquina anda o no anda. Del mismo modo, la máquina biológica está muerta o viva.”
(El intercambio simbólico y la muerte, Jean Baudrillard)
"Nada enfurecía a los ingleses tanto como el proteccionismo aduanero y a veces lo hacían saber en un lenguaje de sangre y fuego, como en la Guerra del Opio contra China. Pero la libre competencia en los mercados se convirtió en una verdad revelada para Inglaterra, sólo a partir del momento en que estuvo segura de que era la más fuerte, y después de haber desarrollado su propia industria textil al abrigo de la legislación proteccionista más severa de Europa."
(Las venas abiertas de américa latina, Eduardo Galeano)

lunes, marzo 11, 2013

"Pero precisamente Werther no es perverso, está enamorado: crea el sentido, siempre, en todas partes, de nada, y es el sentido el que lo hace estremecerse: está en el incendio del sentido"
(Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barhes)

11M

Recuerdo muy bien aquel día.

Y sobre todo recuerdo tres cosas:

1.- Tras el shock inicial, cualquier persona informada y con dos dedos de frente que se hubiera puesto a pensar hubiese tenido grandes problemas para imaginar seriamente que las explosiones formasen parte de un atentado de ETA.

Primeramente porque hubiera sido un evento que contradiría la lógica del fenómeno terrorista puesto que fundamentalmente los atentados se hacen para ser reivindicados. A este respecto,  y en primera instancia, ya salió Arnaldo Otegui, el portavoz de ETA en aquel momento, para negar toda participación de los terroristas vascos en el atentado. Posteriormente, y por si quedaba alguna duda y viendo la deriva interesada de la posición del gobierno español, fue la propia organización terrorista la que en un comunicado negó toda relación, cosa que nunca antes había sucedido y, como es lógico, jamás volvió a suceder.

Por otro lado, y entendiendo todo acto terrorista como lo que es: un cruel acto de comunicación, las explosiones de los trenes de cercanías implicaban un claro cambio de emisor. Por aquella época, ETA había dejado de matar de una manera fluida, sus atentados eran esporádicos y localizados. Principalmente, explosiones aisladas en polígonos en medio de ninguna parte y alguna que otra ejecución. Actos que reflejaban su incapacidad y agotamiento y en este sentido el tremendo atentado de volar varios trenes por los aires supone 16 inesperadas vueltas de tuerca en el proceder de una organización a la que además se acusaba por aquella época de haber perdido incluso calidad en sus acciones. Recuerdo perfectamente que portavoces políticos y policiales hablaban de una ETA descabezada sumida en un profundo cambio generacional que llenaba sus filas de terroristas jóvenes y faltos de experiencia... y de pronto llegaba la mañana del 11 de Marzo. La voladura de los trenes. Su carácter indiscriminado y brutal, su tamaño y alcance, su vertiente suicida, lo emparejaban más con los terroristas islámicos que por aquel entonces se volaban en las calles comerciales de Tel Aviv  que con los que asesinaban a un guardia civil en una perdida carretera de Navarra o se volaban por los aires intentando poner una bomba...

Los datos estaban ahí y decían que se trataba claramente de un nuevo interlocutor.

2.- En otro orden de cosas, estaban las consecuencias que para el gobierno del Partido Popular estaba implicando el sorprendente apoyo incondicional a la intervención americana en Irak, sellado con fotografía y todo en las Azores. Apoyo que ya había producido amenazas aisladas desde las filas de los islamistas, incluyendo delirantes discursos de reconquista del perdido Al-Andalus, tema favorito para explayarse por buena parte de los tertulianos de derechas.

De todos modos, y dentro de lo posible, el mayor peligro que podía afrontar el Partido Popular de cara a la opinión pública española como consecuencia de la guerra de Irak era un atentado islamista como el del metro de Londres.

Algún artículo y alguna opinión ya se habían vertido a este respecto.

Una acción así podía desbordar de sus límites ideológicos el amplio movimiento social de No a la Guerra con el que buena parte de la sociedad civil respondió a la decisión del gobierno de Aznar de apoyar la incuestionablemente injusta segunda guerra de Irak. Y este desborde de límites podría afectar a bolsas de voto con las que por el momento contaban los populares para ganar y continuar en el gobierno, victoria que las encuestas les otorgaban por una cierta holgura.

Y en este sentido, nada podría ser peor que se produjera además el atentado con apenas dos días de distancia de las elecciones... y uno de ellos la jornada de reflexión. Toda información que cada día apuntase a los islamistas significaría sin duda una prolongación de la hemorragia de votos que se temía. Bastaban un par de declaraciones y otro par de titulares para llegar a la más temida simplificación: nos ponen la bomba por ir a una guerra en la que no deberíamos estar.

Y todos sabemos, populares incluídos, que esta democracia neurótica nuestra que tiene tan buena opinión de si misma y tan decepcionante realidad se mueve a golpes de simplificaciones como ésta . Es por ésto que el gobierno explotó hasta el extremo la inexistente pista etarra.... con llamadas personales del presidente del gobierno incluidas a los directores de medios garantizando la veracidad de semejante mentira.

Además, todo lo que fuera una respuesta agresiva de ETA ante la dureza del gobierno Aznar... respuesta que nunca se produjo sino de manera aislada beneficiaba a los populares proporcionando una prueba que respaldaba la adecuación a la realidad de su discurso.

En aquel momento, la hipótesis de ETA no tenía mas que ventajas y entiendo que el escenario que manejaban los populares era mantener semejante hipótesis un par de días, lo suficiente para confirmar la victoria electoral que se predecía, y posteriormente, con cuatro años por delante, empezar a manejar la otra innombrable hipótesis, pero la realidad les superó. No eran tan duros como sus abdominales posteriormente nos quieren hacer pensar.

3.- Subido al caballo de la sociedad civil del No a la Guerra, el Partido Socialista jugó muy bien sus cartas, alguna de ellas de una manera no muy honesta, pero, y con independencia de participaciones puntuales, fue principalmente el sentido común de la sociedad civil el que se negó a aceptar una mentira que ya era insostenible al segundo día, el de la jornada de reflexión, castigando electoralmente al mentiroso.

La no reivindicación por parte de ETA, la constatación de manera concreta del carácter suicida del atentado y de manera genérica de su escenografía brutal y desproporcionada, unido a la revelación de las identidades magrebíes de los actores últimos fueron suficiente prueba para la duda de muchos y en este aspecto, confundiendo realidad con deseo, el gobierno de Aznar, en un acto de supina soberbia que ya empezaba a  caracterizar al principal responsable, prefirió mantenerse en la certeza de una explicación que resultó aún mucho más mentirosa ante la falta de respuestas a preguntas que ya se revelaban como fundamentales.

domingo, marzo 10, 2013

THE MASTER

Es cierto que la película hace honor a su titulo y está protagonizada por un maestro: el Dr. Lancaster Dodd magnificamente interpretado por Phillip Seymour Hoffmann. Un carismático paracientífico que propone un sentido y un método para entender o vivir la vida y que por lo visto está inspirado en L. Ron Hubbard, el creador de la Cienciología, aunque no veo por qué no podría ser John Harvey Kellogg, el médico inventor de los corn flakes.

Y como siempre que hay un maestro, debe haber un discípulo. En este caso, se trata de Freddie Quell, un personaje introvertido, aislado, alcohólico y autodestructivo, también brillantemente interpretado por Joaquin Phoenix. No se sabe bien si Quell está destrozado por la guerra o ya venía dañado de antes, algunos comentarios y actitudes del propio personaje me generan esa duda, pero, y en cualquier caso, Quell se convierte en un reto para ese dominador de mentes espíritus que es el Dr. Lancaster Dodd.

Buena parte de la película está dedicada a mostrar los esfuerzos que Dodd hace por hacer un adaptado del inadaptado Quell, un metodo extraño que combina la ciencia con la metafísica, la psicología con la medicina y que no termina de funcionar porque, y por encima de todo, The Master es la historia de alguien que no quiere o no puede aprender.

Y en este sentido, la película cuenta con dos momentos esenciales en la que, a mi entender, se explica de manera meridiana.

Por un lado, está la secuencia en que Dodd propone conducir una motocicleta por el desierto hasta alcanzar un objetivo fijado en la distancia. Mientras Dodd conduce moderadamente rápido hacia un objetivo cercano, mostrando de todo modo la cierta falsedad que encarna toda su propuesta, Quell, como buen converso, conduce la moto a toda velocidad hasta desaparecer.

Por otro, el discurso final en el que Dodd, sin decírselo claramente, da por perdido a Quell como discípulo argumentando su imposibilidad de fijarse el objetivo de servir a un amo criticando, sin decírselo claramente, la locura autodestructiva que se convierte en una especie de inevitable libertad que le impide atarse a nada que, a su vez, le permita medrar y tener éxito en la vida... cosa que Dodd al igual que Hubbard o Kellogg consigue finalmente hacer a costa de suministrar una pauta de conducta y vida a todos aquellos lo suficientemente débiles como para tenerla.

Y en este sentido, Quell se convierte en un tolerable límite que confirma a Dodd la realidad de su éxito; una especie de enloquecido salvaje incapaz de construir, una existencia incomprensible que sin embargo tiene su lugar en la falta de trascendencia y el olvido que implica una existencia esforzada y sin pretensiones.

Asi, el director Paul Thomas Anderson contrapone dos modos de ser extremos: uno racional, apolíneo y calculador y otro irracional, dionisiaco y pulsional; dos sensibilidades que como el agua y el aceite jamás pueden mezclar pero que no dejan de sentir una extraña e irreprimible fascinación el uno hacia el otro.

Su The master no es otra cosa que una suerte de aprendiz de brujo en el que ni el maestro ni el aprendiz pueden evitar su destino contrapuesto, un destino que por mucho que se empeñen en negar ambos desde el primer momento quieren; aspecto que de modo colateral Anderson utiliza para realizar una especie de genealogía del éxito basándose en una quirúrgica disección del concepto de self made man que ya empezó en su película anterior There will be blood.

No tengo la menor duda de que la evidente oscuridad y complejidad que caracteriza al cine de Anderson proviene de lo oscuro y complejo de sus pretensiones que, a mi entender, no son otras que revolver en el desván del mito de lo americano.

Tanto el Daniel Plainview de There will be blood como este Dr. Dodd de The Master son dos voluntades desencadenadas e imparables, dos fuerzas de la naturaleza en las que el fin lo es todo y que despliegan todo su estar siempre de una manera calculada e interesada, persiguiendo egoístamente un propio fin que, con independencia de la circunstancia personal de cada personaje, tiene como objetivo sobrevivir y medrar en  un mundo cruel... y ese ecce homo llamado Freddy Quell es una prueba viva de semejante crueldad amenazante.

Por todo ello, tengo la impresión de que ambas películas comparten un tronco común que es mostrar las oscuras raíces donde se asienta todo un modo de pensar llamado conservadurismo, republicanismo, neoliberalismo, un mundo de débiles y fuertes en donde si uno se descuida acaba como Freddy Quell, y Anderson lo hace a través de extremas aberraciones que llevan hasta las últimas consecuencias determinados modos de ser.

A Anderson le interesa por encima de todo contarnos cómo cree que son esos vencedores de la lucha por la existencia y lo hace por cierto con mucho talento.

Extraordinaria.

jueves, marzo 07, 2013

TEMPESTAD SOBRE WASHINGTON

Por encima de todo, Otto Preminger fue un tipo muy astuto, que supo entender muy bien las características del público norteamericano al que se dirigían sus películas... sobre todo sus oscuridades y debilidades.

Pero también fue lo suficiente inteligente como para saber que precisamente, y recordando a Georges Bataille en su ensayo sobre lo profano, donde uno más quiere mirar es precisamente dónde le dicen que no puede hacerlo.

Nacido en Wiznitz, una localidad que hoy en día pertenece a Ucrania, pero que en su momento formaba parte del Imperio Austro-Húngaro, Preminger forma parte de esa oleada de directores centro-europeos que por circunstancias políticas, personales y/o profesionales emigraron a los Estados Unidos.

Preminger siempre se preocupó de cultivar ese "peligroso" lado intelectual y crítico que para cierta opinión pública norteamericana, bastante contaminada por el macartismo, representaba lo europeo abordando siempre proyectos centrados en temas polémicos, y en mayor o menor medida alejados de la luminosa calle principal donde confortablemente paseaba lo aceptado y convencional.

Y así partiendo del cine negro con obras maestras como Laura o Angel o diablo, Preminger fue labrándose una sólida fama de director eficiente capaz de crear dramas estimulantes basados en temas adultos.

Dirigida en 1962, Tempestad sobre Washington forma parte de la edad de oro del director cuyo éxito, basado en el morbo que sus películas generaban en una sociedad demasiado puritana, le permitió convertirse  en su propio productor.

Esta época comienza con la adaptación de la nihilista novela de la adolescente Françoise Sagan "Buenos días tristeza" en 1958 y alcanza su momento de esplendor a principios de la década de los sesentas del siglo pasado con "Anatomía de un asesinato" (1959), "Exodo" (1960), "Tempestad sobre Washington" (1962) y la posterior "El cardenal" (1964)... todas superproducciones, con grandes repartos, bastante nominadas al premio Oscar -cuando no premiadas- y que con sólidos guiones abordaban temas -como ya he comentado- adultos: violación y racismo, holocausto y política internacional, alta política, y homosexualidad, alta religión y el bajo mundo... si mal no recuerdo.... casi nada!

"Tempestad sobre Washington" esta basada en la novela Advice and Consent que fue premio Pulitzer a finales de la década de los cincuentas y sucede dentro de un espacio que hasta el momento había sido tabú  dentro de la cinematografía norteamericana: los enredos de la alta política de Washington.

Un enfermo presidente de los Estados Unidos decide poner toda su confianza en Robert Leffingwell (Henry Fonda), un personaje polémico que desencadenará toda una trama de intereses en el senado como consecuencia de la necesidad de respaldar ese nombramiento.

De hecho, el propio titulo de la novela (que por cierto es el titulo real de la película), Advice a Consent hace referencia a una fórmula legal que acompaña a toda promulgación del poder ejecutivo que ha sido respaldada por el poder legislativo... El ejecutivo promulga con el consejo y el consentimiento del legislativo... y Tempestad sobre Washington no cuenta otra cosa que los trapos sucios que hay detrás de un acto respaldado por esa fórmula legal, en este caso el nombramiento de Leffingwell como secretario de estado.

No obstante, y si uno espera encontrar cuestionamiento en las películas de Preminger se equivoca. Otto era mucho más inteligente que eso.

Sus películas en general no se meten en ningún lio. No hay valoraciones ni tomas de postura en el cine de Preminger que siempre se limita a mostrar, a sugerir aquello de lo que no se habla o aquello que no se suele dejar ver... lo suficiente como para que las manos lleguen a los collares de perlas o se crucen las piernas en la dirección opuesta.

Preminger se limita a nombrar lo innombrable para poner sus producciones a la estela de su rebufo consiguiendo un efecto sensacionalista que acompaña lo justo y necesario a películas como ésta que nos ocupa: poderosos artefactos narrativos, llenos de interés y ritmo, que funcionan por si mismos.

Por así decirlo, debajo de cada película de Preminger funciona un preciso y eficaz artefacto de relojería narrativo que atrapa al espectador desde el primer momento tras suscitar su interés mediante el morbo que supone, en este caso, ver Washington desde dentro. Y en este sentido Tempestad sobre Washington es un magnífico ejemplo de las virtudes de Preminger como narrador.

En casi todos los casos, y como no podía ser de otra forma, el modo en que Prmeinger aborda esos tema polémicos resulta ya insuficiente, pero la solidez narrativa del producto permanece.

Asi, y hoy en día, "Tempestad sobre Washington" resulta una película brillante, un absorbente drama de personajes con la política como fondo.

Extraordinaria.