jueves, febrero 03, 2011

JAZMINES EN EL PELO

Poco a poco aparecen los discursos que ponen en evidencia nuestra crueldad al contemplar los acontecimientos, la misma y vieja y crueldad de occidente que siempre ha utilizado el resto del mundo en su propio beneficio... y aún no ha dejado de hacerlo, sólo que ahora no sólo lo hace desde lo material sino también desde lo simbólico.

Empezamos a preocuparnos por lo que puede haber detrás, estructurando los motines populares que están sucediendo en algunos países del oriente próximo y medio. Vivimos en un mundo tan profundamente penetrado por los intereses que, primero, no podemos creer que las cosas surjan espontáneamente. Nuestro propio miedo a la verdadera libertad, no a la que nos permite elegir entre Carrefour o Alcampo, nos incapacita para entender y, por contra, nos capacita para sospechar, intuir alargadas sombras que están detrás arrebatando a los individuos capacidades que precisamente generaron el mundo tal y como lo conocemos: quién estaba detrás de la Revolución Francesa o de la Revolución Norteamericana o del Renacimiento.

Se nos olvida que para que algo prenda tiene que tener donde prender. Las ideas no triunfan por si solas. Lo hacen en situaciones que devienen favorables por errores y decadencias de una realidad que es criticada y cuestionada por aquellas. ¿Por qué la revolución socialista solo fue posible en Rusia? ¿Por qué fracasó en Alemania?

Pura proyección.

Se nos olvida también que todo esto empezó porque un frutero tunecino se prendió fuego al chocar contra la violencia arbitraria e injusta que un estado totalitario ejerció contra él cerrándole la única fuente de sustento. A veces, una pequeña chispa es suficiente para que el fuego prenda. Es suficiente si la realidad está empapada de acelerantes como el el paro, la escasez, la inflación; acelerantes de cuya existencia somos directamente responsables nosotros y nuestra crisis financiera basada en la avaricia y el beneficio que ignora las consecuencias.

Se nos olvidan los efectos que esta crisis ha tenido sobre los países menos avanzados, sobre ese resto del mundo que no sube vídeos a youtube o no está pendiente del último gadget de Apple.

Leed esto:

"La Crisis política de Túnez en 2010 y 2011, también conocida como Revolución tunecina o Intifada de Sidi Bouzid, puesto que comenzó en la ciudad de Sidi Bouzid, se inició como una serie de protestas democráticas, con gran presencia de jóvenes, que sentaron un precedente en el mundo árabe y consiguieron derrocar al gobierno autocrático de Ben Ali. Los medios de comunicación han tomado como fecha de inicio el 17 de diciembre de 2010, cuando el joven diplomado informático Mohamed Bouazizi se quemó a lo bonzo para protestar por la acción de la policía que, al confiscarle su puesto callejero de venta de frutas, le había condenado al paro, y continuaron por la reacción de la población con fuertes protestas ante el suceso, así como por el incremento excesivo de los precios en los alimentos básicos, la corrupción, las malas condiciones de vida de los habitantes tunecinos y la falta de oportunidades para superar la crisis económica que sufría el país desde 2008."
(Leer más)

La gente no va quemándose por ahí cuando le cierran el puesto de frutas. Hay una gran desesperación en ese gesto.

¿Por qué no simplificamos las cosas?

¿Por qué no nos imaginamos cada vez que vemos las imágenes de Tunez y Egipto a gente tan desesperada como el frutero tunecino?

Igual nos las creeríamos más y no jugaríamos, desde nuestra aburrida opulencia derrochadora, a ver quién es el más listo pergeñando teorías conspirativas. Y eso que algunas de ellas terminarán siendo verdad, pero simplemente porque se ha creado la oportunidad, un espacio vacío destinado a ser aprovechado por revolucionarios y aventureros.

Pero no lo hacemos. Preferimos el asombro y la sospecha.

No podemos entender que la gente esté harta y salga a las calles o se prenda fuego, seguramente porque es una conducta que ya no concebimos en nosotros cada vez más convertido en ladrillos correctos y formales que se suman al muro de la Torre de Babel que interminablemente se construye en busca del cielo de la imposible satisfacción de todos los deseos.

Tiene que haber una mano invisible, una inteligencia que lo organice todo y olvidamos lo que es una sociedad realmente viva, una sociedad que sale a la calle, que se niega aceptar que las cosas sean de una determinada manera.

Los islamistas no están haciendo otra cosa que frotarse las manos. Somos nosotros, los formales occidentales, quienes les hemos puesto la oportunidad en bandeja de plata.

Porque los motines causados por la escasez han existido siempre, a lo largo de toda la historia de la humanidad. No es necesario que ningún grupo secreto o terrorista los estructure. Y no entiendo como algo tan sencillo y simple no se comprende y se opta por intentar la cuadratura del circulo intentando que esa espontaneidad popular se comporte de acuerdo a lo que nos conviene.

La caja de Pandora está ya abierta y quienes la abrieron tienen ya lo que querían: sus comisiones, indemnizaciones millonarias y piscinas climatizadas. Lo que no podemos pretender es que ademas la gente en Tunez, Egipto o Yemen se muera de hambre sin intentar nada.

No seamos crueles. No les neguemos la capacidad para sentir esa identidad desesperada sin necesidad de ser manipulados y tampoco les neguemos el valor de rebelarse contra esa realidad que les desespera; un valor que, por cierto, nosotros no tenemos.

Quizá arrojarse en brazos de los islamistas con jazmines en pelo sea lo último que en su desesperación les quede.

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