Desde lo excesivo y los extremos el norteamericano Todd Solontz construye historias que describen con la frialdad de un cirujano el desierto espiritual de la clase media de la sociedad norteamericana.
En "La vida en tiempos de guerra" Solontz retoma personajes ya presentes en su sorprendente opera prima, "Happiness", para plantear una historia que en lo profundo resulta ser su misma historia de siempre, la de Solontz.
Resulta un poco repetitiva y por debajo de los arabescos con que Solontz intenta equipar con traumas y taras diferenciales a sus personajes poco sorprendente.
El mismo "yo" ensimismado proyectándose sobre el mundo sin contemplaciones en una desesperada búsqueda de una imposible felicidad. A su paso van quedando los cadáveres de los "yoes" más débiles, utilizados y en última instancia devorados.
Y tengo que decir que me gusta la concepción bélica de la vida diaria que Solontz resume en el titulo de la película.
Aspecto que corona casi al final de la película en un diálogo clarividente pronunciado por uno de sus personajes, un diálogo que compara la retórica de la política exterior norteamericana con la retórica de la vida diaria: si en el exterior se utilizan conceptos como libertad y democracia para justificar toda clase de desmanes, en el interior los "yoes" imperialistas y agresivos, siempre en busca del propio interés, utilizan conceptos como el perdón y el arrepentimiento para revestir lo imperdonable de una cierta patina de decente respetabilidad.
Me entusiasma mucho esa idea, pero no estoy demasiado convencido de que Solontz haya conseguido ponerla de manifiesto con la suficiente asertividad. Pareciendo más preocupado por la cuidadosa puesta en escena de todos y cada uno de sus pequeños monstruos.
En este sentido, "La vida en tiempos de guerra" se me aparece como una suerte de conato estructurador de la habitual descripción atomizada y desestructurada de conductas a su vez desestructuradas que forman e paisaje habitual de su cine.
Hay un intento de construir una teoría, de presentar un punto de vista que va más allá de la descripción, que va hacia la opinión, a la toma de postura con respecto a esa galería de los horrores que Solontz saca a la luz en sus películas con la dedicación de uno de sus propios psicópatas.
Algo más interesante que la mera presentación sensacionalista de los extremos de la larga cola de la clase media o la aspiración de Solontz a convertirse en el Woody Allen de la tristeza.
Aceptable.
En "La vida en tiempos de guerra" Solontz retoma personajes ya presentes en su sorprendente opera prima, "Happiness", para plantear una historia que en lo profundo resulta ser su misma historia de siempre, la de Solontz.
Resulta un poco repetitiva y por debajo de los arabescos con que Solontz intenta equipar con traumas y taras diferenciales a sus personajes poco sorprendente.
El mismo "yo" ensimismado proyectándose sobre el mundo sin contemplaciones en una desesperada búsqueda de una imposible felicidad. A su paso van quedando los cadáveres de los "yoes" más débiles, utilizados y en última instancia devorados.
Y tengo que decir que me gusta la concepción bélica de la vida diaria que Solontz resume en el titulo de la película.
Aspecto que corona casi al final de la película en un diálogo clarividente pronunciado por uno de sus personajes, un diálogo que compara la retórica de la política exterior norteamericana con la retórica de la vida diaria: si en el exterior se utilizan conceptos como libertad y democracia para justificar toda clase de desmanes, en el interior los "yoes" imperialistas y agresivos, siempre en busca del propio interés, utilizan conceptos como el perdón y el arrepentimiento para revestir lo imperdonable de una cierta patina de decente respetabilidad.
Me entusiasma mucho esa idea, pero no estoy demasiado convencido de que Solontz haya conseguido ponerla de manifiesto con la suficiente asertividad. Pareciendo más preocupado por la cuidadosa puesta en escena de todos y cada uno de sus pequeños monstruos.
En este sentido, "La vida en tiempos de guerra" se me aparece como una suerte de conato estructurador de la habitual descripción atomizada y desestructurada de conductas a su vez desestructuradas que forman e paisaje habitual de su cine.
Hay un intento de construir una teoría, de presentar un punto de vista que va más allá de la descripción, que va hacia la opinión, a la toma de postura con respecto a esa galería de los horrores que Solontz saca a la luz en sus películas con la dedicación de uno de sus propios psicópatas.
Algo más interesante que la mera presentación sensacionalista de los extremos de la larga cola de la clase media o la aspiración de Solontz a convertirse en el Woody Allen de la tristeza.
Aceptable.