No es una película fácil Valhalla Rising... Demasiado violenta, demasiado misteriosa, demasiado silenciosa... Sin duda estamos ante una de esas películas que gusta a muy pocos y que, al mismo tiempo, disgusta y/o incomoda a una gran parte de los muchos.
Directamente nacida de las obsesiones y laberintos internos de su director Nicholas Winding Refn, Valhalla Rising no puede gustar a todo el mundo del mismo modo que aquel que sea uno mismo con demasiada intensidad puede aspirar a conseguir la aprobación de la mayoría... pero, y al mismo tiempo, ésa es la diferencia que, a mi entender, existe entre el arte verdadero y los productos que se apilan en los lineales de ese mercado que es nuestra vida... siempre recordando a otra cosa, siempre aspirando a permanecer el menor tiempo posible para dejar su lugar a otros.
Y aunque sólo sea por éso, por atreverse a ser diferente en el sentido de proyectar el uno mismo en cantidades desacostumbradas a los otros, a ese infierno que busca reconocer y ser reconocido (aunque lo que se reconozca no valga demasiado la pena y se desvanezca como el humo de un cigarrillo entre los pliegues de la noche), Valhalla Rising me gusta.
La pelicula nos cuenta el misterioso viaje hacia la aniquilación de un misterioso guerrero (magnifico Mads Mikelsen) y un niño que se convierte en su interpretante y traductor frente a un mundo oscuro y árido, violento y desesperanzado, en el que los dioses parecen dar la espalda a sus criaturas y en el que la presencia de la muerte es la realidad más perentoria que sus protagonistas, vikingos del siglo X, deben afrontar a cada momento.
Cuidada hasta el extremo manierista en todos y cada uno de sus planos, se nota que Valhalla Rising es una película soñada, una película deseada, una idea que el director no ha tenido sino que ha sido la idea quién en todo momento ha tenido al director como vehículo para expresarse.
De eso no me cabe la menor duda y para quién les escribe resulta muy reconfortante topar de vez en cuando con una de estas flores raras llenas de verdad, sea la que sea.
Su sola presencia indescifrable se basta para ahuyentar el lento veneno de esa indiferencia nuestra de cada día, la que nos mata haciendo de nosotros meros eventos convenientes y formales.