Salvo quizá en "800 balas" o "Crimen Ferpecto" siempre he tenido la misma sensación agridulce frente al cine de Alex de la Iglesia.
Planteamientos seductores, desarrollos interesantes hasta que en un momento determinado la historía perdía el control y desembocaba en un desordenado e inconexo vodevil que terminaba por arruinar todas las promesas que el autor había ido acumulando en la primera mitad de la película.
Era como si el propio autor no pudiese soportar más la tensión de una historia estructurada y terminase reventando las costuras de aquella dando, en un sangriento acto gore narrativo, rienda suelta a lo salvaje e irracional de los personajes y del momento.
Y para mi gusto esa suerte de alucinado slapstick sangriento terminaba por emborronar todo el esfuerzo anterior en una especie de reventón gamberro y adolescente que nunca le ha venido nada bien al arte de contar historias.
No obstante, casi siempre, he mantenido la esperanza.
Fascinado por las posibilidades que insinuaban, cuando no mostraban, las historias de Alex de la Iglesia, imaginaba que se trataba de una cuestión de madurez, una madurez que entre otras cosas llevase al autor a la sublime conclusión de considerar que lo gamberro, a la hora de ser relatado, no debe ni puede ser abordado gamberramente.
Y tengo que decir que viendo "Las brujas de Zugarramurdi" estamos un poco más cerca del autor de primer nivel que, para mi gusto, Alex de la Iglesia encierra,
Por lo menos, la locura final se me antoja más controlada, más matizada, lo suficiente para que no arruine completamente toda la maravilla castiza y esperpéntica que ofrece en su soberbia primera parte. Personajes descentrados y bien perfilados, situaciones desesperada y enloquecidas, trasfondo de crítica social, sentido del humor certero y ácido, diálogos chispeantes y agudos.
Todo bien acompañado con la receta berlanguiana de los buenos actores campando por sus anchas sobre la pantalla. Viejas generaciones encabezadas por Carmen Maura o Terele Pavez y nuevas, encabezadas por unos divertidos y talentosos Hugo Silva y Mario Casas.
De lo mejor que ha parido la retorcida inteligencia de Alex de la Iglesia.
A la altura de "800 balas" o "Crimen Ferpecto", sus mejores obras para mi gusto, aunque las primeras partes "Balada triste de trompeta" y "La Comunidad" no vayan a la zaga.
La complicada sintesis entre el slapstick del cine mudo y el gore que Alex de la Iglesia persigue está cada vez más cerca de ser conseguida.
Se huele la obra maestra.
Brillante y divertida.
Planteamientos seductores, desarrollos interesantes hasta que en un momento determinado la historía perdía el control y desembocaba en un desordenado e inconexo vodevil que terminaba por arruinar todas las promesas que el autor había ido acumulando en la primera mitad de la película.
Era como si el propio autor no pudiese soportar más la tensión de una historia estructurada y terminase reventando las costuras de aquella dando, en un sangriento acto gore narrativo, rienda suelta a lo salvaje e irracional de los personajes y del momento.
Y para mi gusto esa suerte de alucinado slapstick sangriento terminaba por emborronar todo el esfuerzo anterior en una especie de reventón gamberro y adolescente que nunca le ha venido nada bien al arte de contar historias.
No obstante, casi siempre, he mantenido la esperanza.
Fascinado por las posibilidades que insinuaban, cuando no mostraban, las historias de Alex de la Iglesia, imaginaba que se trataba de una cuestión de madurez, una madurez que entre otras cosas llevase al autor a la sublime conclusión de considerar que lo gamberro, a la hora de ser relatado, no debe ni puede ser abordado gamberramente.
Y tengo que decir que viendo "Las brujas de Zugarramurdi" estamos un poco más cerca del autor de primer nivel que, para mi gusto, Alex de la Iglesia encierra,
Por lo menos, la locura final se me antoja más controlada, más matizada, lo suficiente para que no arruine completamente toda la maravilla castiza y esperpéntica que ofrece en su soberbia primera parte. Personajes descentrados y bien perfilados, situaciones desesperada y enloquecidas, trasfondo de crítica social, sentido del humor certero y ácido, diálogos chispeantes y agudos.
Todo bien acompañado con la receta berlanguiana de los buenos actores campando por sus anchas sobre la pantalla. Viejas generaciones encabezadas por Carmen Maura o Terele Pavez y nuevas, encabezadas por unos divertidos y talentosos Hugo Silva y Mario Casas.
De lo mejor que ha parido la retorcida inteligencia de Alex de la Iglesia.
A la altura de "800 balas" o "Crimen Ferpecto", sus mejores obras para mi gusto, aunque las primeras partes "Balada triste de trompeta" y "La Comunidad" no vayan a la zaga.
La complicada sintesis entre el slapstick del cine mudo y el gore que Alex de la Iglesia persigue está cada vez más cerca de ser conseguida.
Se huele la obra maestra.
Brillante y divertida.