Al final todo encaja.
Tiene sentido que un país donde Mariano Rajoy es y va a ser el político más votado, "Ocho apellidos vascos" sea la película más vista de la historia de su cine.
Es mejor no resistirse y aceptarlo.
Construida sobre un guión a medio cocinar en el que la inteligencia brilla por su ausencia, "Ocho maneras de morir" es un ejemplo enésimo de ese cine subdesarrollado, sólo para nuestros ojos, que el franquismo utilizó para intentar decirnos quienes eramos.
Y esto ya resulta bastante inquietante de por sí: pudiendo optar entre volver al Landismo o intentar hacer algo parecido a "Cuatro bodas y un funeral", optemos con alegría por el Landismo de un Dani Rovira que apunta cualidades para perseguir en calzoncillos a chicas en topless.
Dice mucho de nosotros, los españoles, que prefiramos lo que preferimos... No sólo en cine sino también en política, pero, en fin, esa es otra historia.
En cualquier caso, la sucesión de personajes imposibles, situaciones deslabazadas, diálogos de pie de obra, chistes malos cuando no zafios pusieron a prueba mi cordura estética durante el tiempo -siempre demasiado- que dura este crimen contra el cine, no ya como arte, sino como espectáculo.
No por casualidad recuerdo aquella frase elitista del aristócrata y filósofo Bertrand Russell, aquella que dice que "si cincuenta millones de personas creen una tontería es una tontería".
"Ocho apellidos vascos" es un magnífico ejemplo de la verdad que encierra ese aserto.
Otra oportunidad perdida para ir más allá de la mera sucesión de estereotipos vomitados a discreción, como casi exigiendo la risa del espectador desde la rotundidad impúdica de su expresión, pero está claro que en este país todavía no estamos preparados para semejante reto.
Ni siquiera se de qué coño se ríe Carmen Machi, que hace lo que puede con un imposible personaje de juzgado de guardia, en el cartel de esta película que juega con los colores de la Ikurriña y en el que brillan por su ausencia el rojo y el amarillo del restante 50% de la historia.
Lo cual nos lleva a un espinoso asunto: al hecho más que evidente de que "Ocho apellidos vascos" tampoco es la historia inocente que dice ser. Principalmente porque en ella son los personajes españoles, el andaluz coplillas y la viuda del guardia civil, quienes presentan una actitud positiva hacia la vida mientras que los personajes vascos, el padre y la hija, son seres frustrados, inadaptados y resentidos que terminan por ser contagiados de la luminosidad de la actitud positiva de eso tan saleroso que es ser español.
Como si el resto del mundo necesitase de nuestro sol y de nuestras gambas para dar sentido a su existencia desgraciada.
En fin... pura ideología del franquismo más desarrollista aquí y ahora, entre nosotros, y haciéndonos muchísima gracia.
No quiero pensar lo que el gran Rafael Azcona hubiera hecho con la idea que da lugar a esta "cosa", pero lo que sí se es que no hubiera sido la película más vista de la historia del cine español.
Sencillamente, "Ocho apellidos vascos" ofende a la inteligencia. Exactamente igual que el discurso de nuestros políticos que diariamente nos tragamos.
Y no es casualidad.
Para verlo... y no creerlo.
Tiene sentido que un país donde Mariano Rajoy es y va a ser el político más votado, "Ocho apellidos vascos" sea la película más vista de la historia de su cine.
Es mejor no resistirse y aceptarlo.
Construida sobre un guión a medio cocinar en el que la inteligencia brilla por su ausencia, "Ocho maneras de morir" es un ejemplo enésimo de ese cine subdesarrollado, sólo para nuestros ojos, que el franquismo utilizó para intentar decirnos quienes eramos.
Y esto ya resulta bastante inquietante de por sí: pudiendo optar entre volver al Landismo o intentar hacer algo parecido a "Cuatro bodas y un funeral", optemos con alegría por el Landismo de un Dani Rovira que apunta cualidades para perseguir en calzoncillos a chicas en topless.
Dice mucho de nosotros, los españoles, que prefiramos lo que preferimos... No sólo en cine sino también en política, pero, en fin, esa es otra historia.
En cualquier caso, la sucesión de personajes imposibles, situaciones deslabazadas, diálogos de pie de obra, chistes malos cuando no zafios pusieron a prueba mi cordura estética durante el tiempo -siempre demasiado- que dura este crimen contra el cine, no ya como arte, sino como espectáculo.
No por casualidad recuerdo aquella frase elitista del aristócrata y filósofo Bertrand Russell, aquella que dice que "si cincuenta millones de personas creen una tontería es una tontería".
"Ocho apellidos vascos" es un magnífico ejemplo de la verdad que encierra ese aserto.
Otra oportunidad perdida para ir más allá de la mera sucesión de estereotipos vomitados a discreción, como casi exigiendo la risa del espectador desde la rotundidad impúdica de su expresión, pero está claro que en este país todavía no estamos preparados para semejante reto.
Ni siquiera se de qué coño se ríe Carmen Machi, que hace lo que puede con un imposible personaje de juzgado de guardia, en el cartel de esta película que juega con los colores de la Ikurriña y en el que brillan por su ausencia el rojo y el amarillo del restante 50% de la historia.
Lo cual nos lleva a un espinoso asunto: al hecho más que evidente de que "Ocho apellidos vascos" tampoco es la historia inocente que dice ser. Principalmente porque en ella son los personajes españoles, el andaluz coplillas y la viuda del guardia civil, quienes presentan una actitud positiva hacia la vida mientras que los personajes vascos, el padre y la hija, son seres frustrados, inadaptados y resentidos que terminan por ser contagiados de la luminosidad de la actitud positiva de eso tan saleroso que es ser español.
Como si el resto del mundo necesitase de nuestro sol y de nuestras gambas para dar sentido a su existencia desgraciada.
En fin... pura ideología del franquismo más desarrollista aquí y ahora, entre nosotros, y haciéndonos muchísima gracia.
No quiero pensar lo que el gran Rafael Azcona hubiera hecho con la idea que da lugar a esta "cosa", pero lo que sí se es que no hubiera sido la película más vista de la historia del cine español.
Sencillamente, "Ocho apellidos vascos" ofende a la inteligencia. Exactamente igual que el discurso de nuestros políticos que diariamente nos tragamos.
Y no es casualidad.
Para verlo... y no creerlo.