sábado, abril 10, 2010

La ciudad está llena de oficinistas
desvestidos de la habitual piel suya de cada día,
desnudos y entregados a la afilada luz del sol,
con todos los sentidos abiertos de par en par
al rocío de la más perfecta de las mañanas,
despertándose de las opacidades,
buscándose las transparencias,
esperándose impacientes
y sin terminar nunca de llegar
como personajes de una obra teatral de vanguardia,
deseando tener algo más que un reloj
gobernando el inmóvil balcón de sus almas,
suspirando por un poco de brisa
que haga del horizonte algo más que una línea recta,
un cuerno de la abundancia
de cuya profundo e inexplicable seno
incesantes, las posibilidades manan.

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