sábado, noviembre 13, 2010

COPIA CERTIFICADA












La primera película europea del cineasta iraní Abbas Kiarostami se sitúa entre el "Te querré siempre" Roberto Rosellini y el Michelangelo Antonioni de "La Aventura", pero lo hace sólo como punto de partida.

"Copia certificada" aparentemente nos dibuja con preciso detenimiento la indagación que en un soleado y paradisíaco domingo toscano una pareja hace sobre las raíces y sentido de la relación que vienen manteniendo desde hace 15 años. Constantemente se demandan el uno al otro cosas que parecen no ser capaces de darse. Mientras ella (una brillante Juliette Binoche) se niega a reconocer el tiempo y permanece instalada en la pasión romántica del primer día, él (un estupendo y desconocido -para mi- William Schimell) está empeñado en revisar la relación a la luz del tiempo sucedido encontrándose incapaz de devolver a su mujer esa pasión que ella le demanda, sintiendo dolor ante la ceguera que ella muestra ante su propuesta de amor maduro y tranquilo.

Ambos deambulan por la hermosa ciudad de Arezzo, en un estupendo y paradisíaco día lleno de brillo y luz que se convierte en perfecto contrapunto dramático para el íntimo infierno que ambos viven y que se administran el uno al otro con cuidadosa precisión. El rol de víctima y el rol de verdugo pasa constantemente del uno al otro y lo hace por diferentes variadas vías que van, como siempre funcionan estas cosas, desde el certero reproche hasta el inocente recuerdo.

Y hasta aquí "Copia certificada" es una precisa crónica de una falta de timing en el amor que deriva en una dolorosa situación de incomunicación. Lo interesante es el énfasis que Kiarostami parece poner en la propia lucha, en el propio conflicto manifestada en la incesante demanda que el hombre y la mujer se hacen el uno al otro buscando que el otro se convierta en espejo, un espejo que les muestre lo que en el respectivo otro esperan ver, esa certificación de autenticidad que les confiera ese sentido de originalidad con la que juega el titulo de la historia. Y en este sentido, los dos personajes persiguen desesperadamente la certificación del otro, una certificación que les convierta en especiales y originales.

Como consecuencia de esto, el vagabundeo por las preciosas calles de Arezzo se convierte en un desesperado juego de seducción en el que ninguno de los dos está dispuesto a cesar. Y como digo, cada uno lo hace a su manera. Ella más agresiva y pasional. El más distante y frío. Pero, y en cualquier caso, demandando que las cosas se hagan en el propio código y sin apenas estar dispuestos a entender el código del otro.

Así, y en ciertos momentos, ambos se convierten en dos monstruosos egos voraces, insaciables, buscando devorar, incapaces del menor sacrifico propio ya que el sentido está de su lado, pero constantemente empeñados en exigirle el sacrificio al otro situado como no podía ser de otra forma del lado del sinsentido.

Y todo con esa caligrafía sencilla, muy fordiana a la hora de planificar, que Kiarostami siempre ha tenido y que le permite, del mismo modo que el genial maestro irlandés, colocar la cámara en el mejor lugar posible para narrar el momento filmado, un lugar en el que la cámara se torna invisible de modo que, confiado, el momento captado parece convertirse en pura realidad por arte de magia.

Brillante.



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