En un entorno hostil. no puedes cometer errores.
Y Venezuela está en un entorno hostil.
Este es el destino de aquellos que intentan hacer las cosas de otra manera en un mundo encaminado a mostrar que sólo hay una manera de hacerlas: la de los negocios.
No poder hacer negocios es lo que te pone la etiqueta de malo-malote en este mundo global.
Pasamos por encima de las vergüenzas de Arabia Saudita, Méjico o Guinea Ecuatorial precisamente porque se puede hacer negocios con ellos, pero escrutamos al milímetro las de Venezuela porque su punto de vista es otro y los negocios no son lo primero... al menos, no en los términos en que según los dictados de esa globalidad debieran serlo.
Ya puedes olvidarte de que la moralidad sea el criterio.
La moralidad se ha convertido en una táctica más dentro de una estrategia orientada a sustentar la locura de un crecimiento y enriquecimiento eternos y perpetuos dentro de un planeta finito con recursos limitados.
La táctica de las tácticas en sociedades que procesan el mundo a través de los medios de comunicación, unos medios que procesan lo importante desde relatos en que el bien se enfrenta al mal en una eterna lucha en pos de la justicia.
Este es el terreno de juego simbólico, un terreno decisivo para utilizar la opinión pública como un grupo de presión que en un proceso agónico de radicalidad se conduce por caminos de condena e indignación ante imágenes que se ponen ante ellos precisamente para ser indignantes.
Siempre me pregunto que pensaríamos de la II Guerra Mundial si sólo tuvieramos la oportunidad de valorarla a través de una imagen descontextualizada, la de un joven hitleriano disparando a un tanque americano su lanzagranadas antes de ser literalmente pulverizado por un ráfaga de ametralladora de nueve milimetros.
Pero así funciona nuestro mundo.
Los conflictos se resuelven encontrando la imagen más incontestable para construir en torno a ella un discurso que refiere a una realidad.
Así pasó en Ucrania donde los únicos muertos que hemos visto es el de unos opositores siendo disparados en la cabeza por francotiradores de la policía desde el parlamento. Poco importaba que dentro de ese parlamento hubiese un presidente democráticamente elegido y que en el exterior hubiese una amalgama de aventureros que no desentonarían en el mas cruel de los campos de concentración.
Lo importante era la imagen y la imagen se obtuvo y se colocó.
Así son las cosas.
Y en este terreno de juego los papeles de buenos y malos se asignan como etiquetas según otros intereses, más materiales y espurios.
Y dentro de ese juego los malos lo tienen crudo porque la verdad no importa. Es una cuestión de relatos, de narrativas sustentadas por imágenes poderosas que te convierten en el puro mal que hay que destruir, ya sea inventando, ya sea acentuando los puntos débiles y las vergüenzas que todo lo que tiene que ver con lo humano lógicamente tiene.
Y dentro de ese juego los malos no pueden cometer el menor de los errores, generar puntos de fuga basados en la verdad que sustente de manera firme las ya firmes de por sí telarañas de exageraciones, mentiras, confusiones y falsedades.
Porque cometer errores significa ponerle las cosas más fáciles a tus enemigos, que están por todas partes, envolviendo en lamentos por la democracia y las libertades perdidas la verdadera pena ante el lucro cesante por todos los negocios que se han dejado de hacer desde que Chavez está en el poder.
Y el régimen bolivariano de Venezuela ha puesto fáciles las cosas.
Ha cometido, a mi entender, dos errores: desaprovechar las posibilidades que el petroleo puede ofrecer para generar una economía más diversificada, estructurada y moderna y el hiperliderazgo, la imposibilidad del régimen de mirar más allá de Chavez.
La combinación de estos dos errores están derrumbando poco a poco el trabajo de Chávez, haciendo que esas vergüenzas sean cada vez más ciertas y permitiendo generar una masa crítica mayor de materia prima desde la que generar los precisos actos de comunicación que muestran que el régimen bolivariano es un horror o que sencillamente le muestran mucho peor de lo peor que ya es.
La economía se viene abajo ahora que el petroleo está demasiado barato y todo lo demás no lo es menos en manos de un Maduro, intentando ocupar un vacío imposible de ocupar.
Juan Carlos Monedero fue nueve años consejero aulico de Chávez y su único desencuentro fué precisamente a propósito del futuro de la revolución bolivariano. En el año 2009, irritó al líder político que ya estaba enfermo enfrentándole a la imposibilidad de prolongar su liderazgo más allá de lo que la biología puede permitir.
Y precisamente el régimen bolivariano está pagando el precio de intentar el imposible de trasladar el carisma a las instituciones, de convertir a Maduro de una suerte de San Pedro ungido por el propio Jesucristo antes de entrar en los cielos.
El que quiera más detalles puede consultar más detalles en este
blog, pero escribo esto en favor de Monedero y de lo que representa, algo que admiro todavía pese a sus errores de comunicación en la gestión de sus finanzas con la hacienda española.
No son ningunos piernas.
Tienen visión estratégica.
Pueden dirigir un país.
Son valientes.
Se enfrentarán a Merkel igual que se enfrentaron con Chávez.
Otra cosa es que te guste hacia dónde quieren llevar el país, a un lugar donde tendrás que ser un poco menos rico para que otros puedan ser un poco menos pobres.
Porque el capitalismo ya no da para más.
Ya no es como antes en que por el hecho de ser europeo uno podía disfrutar de ciertos privilegios.
Esta crisis que no es tal y que es mucho más que una estafa tiene que ver con ello.