El interés deshonesto lo trastoca todo.
Por definición, el pensamiento de izquierda siempre ha tenido un carácter transformador de la realidad. Una realidad que hay que transformar porque es injusta y desigual.
De ahí viene esa superioridad moral que la derecha detesta tanto de la izquierda: mientras la derecha, por interés, se pone pragmáticamente del lado de una realidad hecha a imagen y semejanza de su concepción del mundo, la izquierda se pone del lado de su plan transformador, de sus ideas para un mundo mejor.
Por eso, nunca ha habido, hasta ahora y por interés, en la política un único sentido de la responsabilidad.
La responsabilidad de la derecha siempre ha sido con la realidad mientras la responsabilidad de la izquierda siempre ha estado del lado de sus ideas.
La una es pragmática y la otra es idealista.
Forma parte del ADN de las dos maneras de sentir y pensar las cosas.
Por eso, la responsabilidad de un hombre que se dice de izquierda nunca puede ser para con la realidad y mucho más si su discurso se construye sobre la base de la condena de una sociedad desigual.
Ser responsable para con la realidad, convertirse en pragmático es aceptar la lógica de la realidad misma y por lo tanto perpetuarla.
Y en el caso de Tsipras es volverse un político más que quiere estar en misa y repicar al mismo tiempo. Querer seguir siendo de izquierdas y al mismo tiempo legitimar desde la implícita aceptación que el sentimiento de responsabilidad supone esa realidad que tanto daño hace a los que le votan.
No hay otro camino para la izquierda que la responsabilidad respecto con las propias ideas.
La realidad social y política es obra del hombre. Su naturaleza no es tan inmutable como la naturaleza de la ley natural.
Lo que es irrevocable lo es desde un argumento de poder.
Y a un poder sólo hay que anteponerle un poder más poderoso. Sólo mientras esto no sucede el poder puede permitirse confundirse con una realidad natural, que es lo que ahora está sucediendo.
Y si algo demuestra todo esto es la total derrota de una izquierda que para empezar no sabe lo derrotada que ya está y que se empeña, desde la política, en utilizar unas armas que ya se han mostrado hasta la saciedad ineficaces y que reproducen la misma derrota una y otra vez.
Pura neurosis narcisista.
Confundiendo la verdad con el consumo compulsivo de su propio reflejo.
Como ese caballero negro de la vieja película de los Monty Python que sin brazos ni piernas todavía quiere pelear.
Mientras todo siga así, las cosas van bien.
Los que mandan saben dos cosas que les hacen ganadores: la primera es que aun no sabemos que hemos perdido y la segunda es que, por eso mismo, y para derrotarnos solo tienen que cerrarnos un mes los cajeros.
Y lo peor de todo es que, aunque creamos que sí, aun estamos muy lejos de tener un sistema de ideas que podamos oponer a la sociedad de consumo con eficacia y eficiencia.
Por eso es inviable cambiar el sistema por dentro, desde la política.
Ir a ese guerra sin la protectora armazón de un sistema de pensamiento es como ir a la guerra con una cucharilla de café y lo más probable que el que quiere cambiar la sociedad desde dentro acabe transformado por esa manera de pensar que quiere cambiar y se le aparece con apariencia de ley natural e inmutable.
Tsipras es el último narciso que acaba ahogado en el estanque persiguiendo la belleza de su propio reflejo,
Por definición, el pensamiento de izquierda siempre ha tenido un carácter transformador de la realidad. Una realidad que hay que transformar porque es injusta y desigual.
De ahí viene esa superioridad moral que la derecha detesta tanto de la izquierda: mientras la derecha, por interés, se pone pragmáticamente del lado de una realidad hecha a imagen y semejanza de su concepción del mundo, la izquierda se pone del lado de su plan transformador, de sus ideas para un mundo mejor.
Por eso, nunca ha habido, hasta ahora y por interés, en la política un único sentido de la responsabilidad.
La responsabilidad de la derecha siempre ha sido con la realidad mientras la responsabilidad de la izquierda siempre ha estado del lado de sus ideas.
La una es pragmática y la otra es idealista.
Forma parte del ADN de las dos maneras de sentir y pensar las cosas.
Por eso, la responsabilidad de un hombre que se dice de izquierda nunca puede ser para con la realidad y mucho más si su discurso se construye sobre la base de la condena de una sociedad desigual.
Ser responsable para con la realidad, convertirse en pragmático es aceptar la lógica de la realidad misma y por lo tanto perpetuarla.
Y en el caso de Tsipras es volverse un político más que quiere estar en misa y repicar al mismo tiempo. Querer seguir siendo de izquierdas y al mismo tiempo legitimar desde la implícita aceptación que el sentimiento de responsabilidad supone esa realidad que tanto daño hace a los que le votan.
No hay otro camino para la izquierda que la responsabilidad respecto con las propias ideas.
La realidad social y política es obra del hombre. Su naturaleza no es tan inmutable como la naturaleza de la ley natural.
Lo que es irrevocable lo es desde un argumento de poder.
Y a un poder sólo hay que anteponerle un poder más poderoso. Sólo mientras esto no sucede el poder puede permitirse confundirse con una realidad natural, que es lo que ahora está sucediendo.
Y si algo demuestra todo esto es la total derrota de una izquierda que para empezar no sabe lo derrotada que ya está y que se empeña, desde la política, en utilizar unas armas que ya se han mostrado hasta la saciedad ineficaces y que reproducen la misma derrota una y otra vez.
Pura neurosis narcisista.
Confundiendo la verdad con el consumo compulsivo de su propio reflejo.
Como ese caballero negro de la vieja película de los Monty Python que sin brazos ni piernas todavía quiere pelear.
Mientras todo siga así, las cosas van bien.
Los que mandan saben dos cosas que les hacen ganadores: la primera es que aun no sabemos que hemos perdido y la segunda es que, por eso mismo, y para derrotarnos solo tienen que cerrarnos un mes los cajeros.
Y lo peor de todo es que, aunque creamos que sí, aun estamos muy lejos de tener un sistema de ideas que podamos oponer a la sociedad de consumo con eficacia y eficiencia.
Por eso es inviable cambiar el sistema por dentro, desde la política.
Ir a ese guerra sin la protectora armazón de un sistema de pensamiento es como ir a la guerra con una cucharilla de café y lo más probable que el que quiere cambiar la sociedad desde dentro acabe transformado por esa manera de pensar que quiere cambiar y se le aparece con apariencia de ley natural e inmutable.
Tsipras es el último narciso que acaba ahogado en el estanque persiguiendo la belleza de su propio reflejo,