Se supone que el trabajo del político tiene que ver con esta clase de cosas... con saber que los terroristas que en la década de los ochentas del siglo pasado eran atrapados y condenados a miles de años de cárcel terminarían saliendo en diez o veinte años porque nuestra propia legislación penal así lo establece.
Se supone que el trabajo del político es prever la injusticia y hacer lo necesario para evitarlo cambiando el código penal, aboliendo una legislación franquista por una de la democracia.
Pero no...
El trabajo del político fue negar la evidencia hasta que fue demasiado tarde y el asesino Henri Parot estuvo a punto de salir porque, insisto, nuestro propio código penal así lo establecía.
El trabajo del político no fue hacer pedagogia, reconocer un error y asumirlo en las urnas.
El trabajo del político consistió en improvisar una solución que básicamente estaba construído en contra de uno de los elementos esenciales del principio de legalidad: la irretroactividad de las leyes. Al fin y al cabo, se trataba de un asesino sanguinario y no de una persona decente. Bastaba con apelar a las tripas, a la sangre. Era suficiente con poner los cadáveres desmembrados y calcinados sobre la mesa.
Mucho mejor.
Dónde va a parar.
Imagino que el cortoplacismo en que vive constantemente la política en estas democracias totalitarias en las que vivimos les llevaría a pensar que Parot, como Godot, no llegaría nunca aunque se le esperase.
Pero no fue así.
Parot llegó.
Había un agujero en nuestro sistema legal y, como no podía ser de otra forma, nuestro régimen de libertades amparó al terrorista en su propósito de explotarlo.
¿Es que era más plausible que sucediera otra cosa?
Y con Parot, la enfermedad, llegó el improvisado remedio.
Una solución no sólo iba a en contra de uno de los elementos más esenciales de la justicia, sino también de sus fundamentos ontológicos. Por definición, la justicia no se hace con las tripas. Se plantea y desarrolla con la calma necesaria para examinar los hechos.
La mesa está limpia de carne y sangre, pero está llena de papeles que hablan sobre ellos.
En su momento ya fue una decisión polémica, teniendo en cuenta la politización de lo judicial en sus niveles más elevados y lo complicado del tema desde un punto de vista social.
El burdo borrón que en realidad es la doctrina Parot ya fue visto como lo que es por bastantes elementos dentro de la judicatura que siempre la desaconsejaron.
En este sentido, la doctrina Parot es una pasmosa prueba, por el grado de desnudez que tiene como evidencia, de los niveles de politización de la justicia que existen en nuestro país.
La doctrina Parot es pura política.
No es justicia... si por justicia entendemos el seguimiento fiel de nuestro ordenamiento legal y si entendemos también que en la política se incluye la capacidad de otorgarnos la legalidad que mejor nos convenga.
Podríamos haber cambiado la ley pero no lo hicimos.
Tuvimos casi veinte años para darnos cuenta y hacerlo.
Y mucho mejor es, en lugar de reconocer el error, saltarnos las reglas del juego que exigimos a otros cumplir.
Dónde va a parar!
Pero, y aun así han sucedido otros veinte años en que se ha podido hacer pedagogía con la ciudadanía.
Se supone que el trabajo del político es prever todas las posibilidades en un caso tan complicado como éste y considerar que una cosa es jugar el partido en tu estadio y otra muy diferente fuera, en un tribunal de Derechos Humanos en Estrasburgo por ejemplo.
Nada se ha hecho hasta que ha sucedido lo que para algunos, entre los que me encuentro, desde el comienzo resultaba inevitable.
Mucho mejor que trabajar durante veinte años es emprenderla en un minuto con un tribunal cuya jurisdicción son los derechos humanos como si fuéramos una dictadura bananera.
Olvidar las debilidades de las propias decisiones.
Apelar a las tripas.
Cultivar lo peor del ser humano.
Fomentarlo.
Volver a sacar a los muertos de su tumba para ponerlos sobre la mesa.
Para salvar la propia cara, no dejarles descansar en paz.
Mucho mejor!
Es una lástima para este país que las victimas del terrorismo sean ya el último refugio de bastantes canallas.
Ya no les basta la idea de patria o nación.
En su impunidad quieren más.
Todo este revuelo sobre la Doctrina Parot cuenta muchas cosas y entre las cosas que cuenta, al que quiera escuchar, le ofrece la excepcional oportunidad de ser consciente, de pararse ante el verdadero retrato de Dorian Gray de nuestra flamante democracia, especialmente de nuestra clase política y contemplar su realidad.
Un magnífico ejemplo práctico de praxis política dentro de una democracia totalitaria.
Y no deberíamos olvidar que la verdadera dificultad de hacer justicia en las sociedades democráticas no estriba en tratar con el mismo rasero a los iguales, y por iguales entiendo a los que más o menos compartimos las reglas del juego, sino a los diferentes, y por diferentes entiendo a los que se quedan fuera, a los que quieren matarnos o poseernos.
Y tampoco que nuestra obligación moral como seres humanos que somos dotados de capacidad de conciencia y reflexión es ser el menos tiempo posible un animal irracional, pero a veces parece que la épica aventura de la humanidad como especie es escapar de la selva para construirse otra, artificial y a medida.
Mucho mejor es añadir terrorismo al guerracivilismo y hacer hervir las tripas del personal.
En fin... País!
Se supone que el trabajo del político es prever la injusticia y hacer lo necesario para evitarlo cambiando el código penal, aboliendo una legislación franquista por una de la democracia.
Pero no...
El trabajo del político fue negar la evidencia hasta que fue demasiado tarde y el asesino Henri Parot estuvo a punto de salir porque, insisto, nuestro propio código penal así lo establecía.
El trabajo del político no fue hacer pedagogia, reconocer un error y asumirlo en las urnas.
El trabajo del político consistió en improvisar una solución que básicamente estaba construído en contra de uno de los elementos esenciales del principio de legalidad: la irretroactividad de las leyes. Al fin y al cabo, se trataba de un asesino sanguinario y no de una persona decente. Bastaba con apelar a las tripas, a la sangre. Era suficiente con poner los cadáveres desmembrados y calcinados sobre la mesa.
Mucho mejor.
Dónde va a parar.
Imagino que el cortoplacismo en que vive constantemente la política en estas democracias totalitarias en las que vivimos les llevaría a pensar que Parot, como Godot, no llegaría nunca aunque se le esperase.
Pero no fue así.
Parot llegó.
Había un agujero en nuestro sistema legal y, como no podía ser de otra forma, nuestro régimen de libertades amparó al terrorista en su propósito de explotarlo.
¿Es que era más plausible que sucediera otra cosa?
Y con Parot, la enfermedad, llegó el improvisado remedio.
Una solución no sólo iba a en contra de uno de los elementos más esenciales de la justicia, sino también de sus fundamentos ontológicos. Por definición, la justicia no se hace con las tripas. Se plantea y desarrolla con la calma necesaria para examinar los hechos.
La mesa está limpia de carne y sangre, pero está llena de papeles que hablan sobre ellos.
En su momento ya fue una decisión polémica, teniendo en cuenta la politización de lo judicial en sus niveles más elevados y lo complicado del tema desde un punto de vista social.
El burdo borrón que en realidad es la doctrina Parot ya fue visto como lo que es por bastantes elementos dentro de la judicatura que siempre la desaconsejaron.
En este sentido, la doctrina Parot es una pasmosa prueba, por el grado de desnudez que tiene como evidencia, de los niveles de politización de la justicia que existen en nuestro país.
La doctrina Parot es pura política.
No es justicia... si por justicia entendemos el seguimiento fiel de nuestro ordenamiento legal y si entendemos también que en la política se incluye la capacidad de otorgarnos la legalidad que mejor nos convenga.
Podríamos haber cambiado la ley pero no lo hicimos.
Tuvimos casi veinte años para darnos cuenta y hacerlo.
Y mucho mejor es, en lugar de reconocer el error, saltarnos las reglas del juego que exigimos a otros cumplir.
Dónde va a parar!
Pero, y aun así han sucedido otros veinte años en que se ha podido hacer pedagogía con la ciudadanía.
Se supone que el trabajo del político es prever todas las posibilidades en un caso tan complicado como éste y considerar que una cosa es jugar el partido en tu estadio y otra muy diferente fuera, en un tribunal de Derechos Humanos en Estrasburgo por ejemplo.
Nada se ha hecho hasta que ha sucedido lo que para algunos, entre los que me encuentro, desde el comienzo resultaba inevitable.
Mucho mejor que trabajar durante veinte años es emprenderla en un minuto con un tribunal cuya jurisdicción son los derechos humanos como si fuéramos una dictadura bananera.
Olvidar las debilidades de las propias decisiones.
Apelar a las tripas.
Cultivar lo peor del ser humano.
Fomentarlo.
Volver a sacar a los muertos de su tumba para ponerlos sobre la mesa.
Para salvar la propia cara, no dejarles descansar en paz.
Mucho mejor!
Es una lástima para este país que las victimas del terrorismo sean ya el último refugio de bastantes canallas.
Ya no les basta la idea de patria o nación.
En su impunidad quieren más.
Todo este revuelo sobre la Doctrina Parot cuenta muchas cosas y entre las cosas que cuenta, al que quiera escuchar, le ofrece la excepcional oportunidad de ser consciente, de pararse ante el verdadero retrato de Dorian Gray de nuestra flamante democracia, especialmente de nuestra clase política y contemplar su realidad.
Un magnífico ejemplo práctico de praxis política dentro de una democracia totalitaria.
Y no deberíamos olvidar que la verdadera dificultad de hacer justicia en las sociedades democráticas no estriba en tratar con el mismo rasero a los iguales, y por iguales entiendo a los que más o menos compartimos las reglas del juego, sino a los diferentes, y por diferentes entiendo a los que se quedan fuera, a los que quieren matarnos o poseernos.
Y tampoco que nuestra obligación moral como seres humanos que somos dotados de capacidad de conciencia y reflexión es ser el menos tiempo posible un animal irracional, pero a veces parece que la épica aventura de la humanidad como especie es escapar de la selva para construirse otra, artificial y a medida.
Mucho mejor es añadir terrorismo al guerracivilismo y hacer hervir las tripas del personal.
En fin... País!