A finales de la década de los sesentas del siglo pasado, Hollywood se encontraba en un momento de ruptura generacional.
La última gran generación procedente del cine clásico había envejecido y no conseguía conectar con los valores y estilo de vida de una generación joven procedente del baby boom de la postguerra mundial. De un lado de la cámara había mucha gente mayor y del otro, mucha gente joven que sociológicamente se movía mayoritariamente por otras maneras de entender las cosas.
El ejemplo que resume de una manera metafórica este conflicto es "Boinas verdes", una película sobre la guerra del Vietnam que, protagonizada por John Wayne, intentó abordar el conflicto desde el mismo punto de vista con el que Hollywood abordó la Segunda Guerra Mundial y el rechazo que este intento tuvo entre una nueva generación a la que los viejos valores no sonaban a nada bueno.
Antes de caer en manos de Lucas y Speilberg, y en vista del arrollador éxito de películas como "Bonnie & Clyde" (1967), "El Graduado" (1967) o "Easy Ryder" (1969) los viejos productores de Hollywood decidieron apostar por lo contracultural como manera de conectar con las nuevas generaciones.
Puede decirse que la ola de las nouvelles vagues que revolucionan el cine europeo y mundial en la década de los sesentas llegan a Hollywood, a la meca del cine comercial, a finales de esa misma década como inevitable consecuencia de un proceso de izquierdización del pensamiento occidental a nivel mundial.
En este contexto es donde hay que entender "The Last Movie".
Tras el tremendo éxito de "Easy Ryder", una película barata que fue rentabilisima, los viejos productores de Hollywood comprendieron que había oportunidad porque había un público deseando ver y escuchar cosas nuevas en las pantallas de cine.
No tenían que confraternizar con ellos, ni siquiera hablarles solo darles el dinero en virtud de su capacidad de encontrar y conectar con un público nuevo para una industria cuyo público clásico estaba envejeciendo y muriendo.
Sólo así puede explicarse, por el simple y puro amor al negocio, que el inestable y enloquecido Dennis Hopper pudiera reunir un presupuesto millonario para rodar en Perú "The Last Movie".
"The Last Movie" es una película maldita porque Hopper, inconscientemente, fuerza los límites de esa unión contra natura del establishment con la contracultural y podría decirse que, en sí misma, se convierte en una especie de performance de la imposibilidad de monetizar lo que ni quiere ni se deja ser monetizado.
En este sentido, la película tiene un punto de autobiográfica y referencial puesto que a Kansas, el personaje que interpreta Hopper, le sucede lo mismo en la película con su imposible mina de oro. Ante la imposibilidad de conseguir un beneficio, enfrentados a los abogados y al poder económico, Kansas hace un discurso a su socio Neville sobre la importancia de no valorarse a través de lo económico y, por extensión del dinero.
Se ha hablado mucho sobre "The Last Movie" y tengo que decir que he visto películas mucho más abstrusas y difíciles de ver, en definitiva, mucho más fracasadas que "The Last movie"; un proyecto al que sin duda le perjudica depender de un genio tan volátil como Hopper... pero también le beneficia, porque en absoluto es una película desechable tanto en fondo como en forma.
Eso sí, "The Last Movie" necesita un espectador paciente dispuesto a escuchar, necesidad que la emparenta con cualquier obra de arte y la aleja de los convencionales productos industriales para el consumo.
Yo, por mi parte, he escuchado cosas interesantes en "The Last Movie", sobre todo un discurso muy interesante acerca del propio cine y su valor como fuente de realidad, aspecto que Hopper desarrolla en el modo en que los indígenas plantean e idealizan su propia película desde la verdad que suponen a las imágenes que ven, pero también en el modo en que su colega Neville se plantea buscar el oro: siendo como el personaje de Walter Huston en "El Tesoro de Sierra Madre".
Un discurso interesante que, desde el exceso, pone énfasis en los efectos que el cine tiene como mecanismo sobre su público.
Es fascinante esa suerte de procesión religiosa que los indígenas realizan sobre la película y el modo en que la recrean, como si se tratase de una ceremonia en la que ellos encuentran una cierta trascendencia pagana que les iguala con los dioses blancos que salen en la pantalla.
Y no es menos fascinante el modo en que Neville desplaza la realidad por la ficción de las películas convirtiéndolas en la brújula con la que se orienta en la compleja realidad.
Si bien es cierto que Hopper no termina de rematar su discurso, es lo que tienen las drogas, los planteamientos resultan ya interesantes de por sí porque remiten, de una manera seminalmente crítica, a los efectos que el cine tiene sobre su público arrojando luz sobre la aparente inocencia de un mecanismo que encierra la potencialidad de transferir un sentido que va más allá de las salas donde se despliega.
No entiendo por tanto a aquellos que despachan a esta película desde el sinsentido.
"The Last Movie" abre muchos agujeros en el muro, tiene bastantes manos que la curiosidad intelectual está obligada a coger y, desde luego, es absolutamente coherente con ese propósito contracultural porque hay muchas películas cuyo tema es el propio cine pero pocas que, como "The Last Movie", intenten reflexionar sobre sus efectos como mecanismo de ficción, generador de un sentido que desplaza a otros sentidos con la magia fascinante de sus imágenes.
La preocupación inicial del cura de la aldea sobre la manera en que sus feligreses viven el rodaje y la película es clarividente en este aspecto y también el modo oportunista en que el propio sacerdote se deja llevar.
"The Last Movie" esta llena de estas cosas, de pequeños momentos interesantes que en su superficialidad encierran un poderoso sentido.
No es ninguna tontería "The Last Movie"