viernes, julio 25, 2014

“Mientras Grecia y otros países enfrentan la crisis, la medicina en boga consiste simplemente en viejas medidas de austeridad y privatización, que simplemente dejarán más pobres y vulnerables a los países que las adopten. Este remedio fracasó en el Este de Asia, América Latina y en otros lugares, y fracasará también esta vez en Europa. De hecho ya ha fracasado en Irlanda, Letonia y Grecia.
Hay una alternativa: una estrategia de crecimiento económico apoyada por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional… El crecimiento por sí mismo aumenta los ingresos por impuestos y reduce la necesidad de gastos sociales, como pueden ser las prestaciones de desempleo. Además la confianza que esto engendra conduce aún a más crecimiento.
Lamentablemente, los mercados financieros y los economistas de derecha han entendido el problema exactamente al revés: ellos creen que la austeridad produce confianza, y que la confianza produce crecimiento. Pero la austeridad socava el crecimiento, empeorando la situación fiscal del gobierno, o al menos produciendo menos mejoras que las prometidas por los promotores de la austeridad. En ambos casos, se socava la confianza y una espiral descendente se pone en marcha.”
(La crisis ideológica del capitalismo occidental, Joseph Stiglitz)

miércoles, julio 23, 2014

August: Osage County

La verdad es que no me ha interesado demasiado "August".

Este drama familiar con el medio oeste como fondo no termina de ofrecerme una visión diferencial de la consabida disección de un concreto y disfuncional avatar de la sagrada institución familiar. Y quizá sabiendo esa falta de originalidad en el enfoque, Tracy Letts la autora y guionista opta por el volumen, por la acumulación de drama por pixel de imagen en un desesperado intento de buscar el cambio cualitativo desde la acumulación.

La desaparición de Beverly, el patriarca de la familia Weston, fugazmente interpretado por el genial Sam Shepard, convertirá a su mujer, Violet, interpretada com mucho talento por la siempre estupenda Meryl Streep, en la espoleta que hará detonar a la familia como si se tratase de una bomba.

Pero la obra ventila los mismos trapos sucios de casi siempre pareciendo incómodamente el clon de algo que ya hemos visto antes, un algo además desarrollado seguramente con mucho más talento para la captación del horror que puede llegar esconder el ser humano en esa convivencia forzada por la sangre que llamamos familia.

Todo me resulta demasiado previsible en "August" pese a que el magnífico reparto que encabeza Streep acompañada de actores tan interesantes como Chris Cooper, Ewan Mc Gregor Juliette Lewis o Margo Martindale hace un gran esfuerzo por hacer especial la misma historia de siempre.

En cuanto a Julia Roberts, quizá empalidecida al contacto de buenos actores, sin estar mal no consigue imprimir al personaje el necesario carisma que la narración demanda de él, resultando en ocasiones demasiado fría y distante frente a una Meryl Streep que la devora implacablemente.

Al final, queda la reflexión de que el "Salvame Deluxe" tiene muchas caras y una de ellas es esta "August" que opta por el sensacionalismo desde la nimiedad de su propuesta.

El cine plano de efectos especiales empieza a encontrar su homólogo en estos dramas de emociones tan especiales que todos los años completan la cuota de ese cine de calidad que con grandes actores pretende abordar un gran tema a la búsqueda de algún premio... porque, ya se sabe, los premios se dan por los temas serios.

Lo mejor: el show de Meryl Streep.

Decepcionante.


domingo, julio 20, 2014

Al final....

Al final, constantemente, todos los días, hay gente haciendo negocios y ganando dinero.
Y la democracia es posible mientras no interrumpa o dificulte esta fundamental labor de hacer negocios y ganar dinero... o mientras forme parte de ella como libertad para decidir qué comprar.
El más abyecto de los mundos se oculta tras la hermosa pantalla de la libertad que no es más que un fantasma cuya presencia se invoca cuando es necesaria

sábado, julio 19, 2014

Rififi

Jules Dassin pudo haber sido uno de los grandes directores del cine norteamericano, pero su pertenencia al Partido Comunista durante el macartismo hizo de él un apátrida que termino sus días no hace demasiado tiempo, en el año 2008 y en Atenas, a los 96 años de edad como viudo de ese prodigio de la naturaleza llamado Melina Mercuri.

Tampoco está nada mal.

Tras dirigir cuatro películas extraordinarias: Fuerza bruta (1947), La ciudad desnuda (1948), "Mercado de ladrones" (1949) y "Noche en la ciudad" (1950), Dassin no pudo regresar a los Estados Unidos convirtiéndose en uno de los perseguidos por el macartismo.

En esas cuatro películas Dassin acuñó una manera muy realista de contar historias, rodando en la calle siempre que podía y haciendo que individuos normales y corrientes protagonizasen unas historias asperas en las que lo que se necesitaba y lo que de verdad se quería siempre eran cosas distintas... Su cine no era político estrictamente hablando, pero seguramente lo era de manera indirecta, mostrando entre las líneas y grises de sus historias de cine negro la realidad injusta y desigual de unos Estados Unidos convertidos en el territorio donde cada día se representaba la ciega tragedia del capitalismo.

En cualquier caso, y tras cinco difíciles años de vagabundeo por Europa, "Rififi" es la primera de sus obras europeas.

Basada en un libro del mismo nombre, en "Rififi" se dan cita la tradición francesa del cine policiaco portada por el escritor Auguste le Breton, con la tradición norteamericana del cine negro que Dassin trae consigo.

En este sentido, y si uno ve cualquiera de las cuatro películas que Dassin rodó antes de su exilio y luego ve "Rififi" descubrirá que solo cambia la ciudad, Paris por Nueva York, porque el estilo realista, vibrante y directo de Dassin está ahí, poderoso e intacto en su inmensa capacidad para la expresión de emociones a través de las imágenes.

Ahora, esa ciudad desnuda es Paris y bajo su piel de asfalto la cámara de Dassin nos muestra el esfuerzo por la supervivencia de los que viven una vida difícil, al margen de la ley.

Y uno de ellos es Toni "Le Stephanois", maravillosamente encarnado por Jean Servais.

Recién salido de la cárcel, Toni intenta buscarse la vida y en su camino se cruzarán la ex que le abandonó y la posibilidad de robar una joyería.

Rodada sin música, la secuencia del robo de la joyería, es uno de los puntos atractivos fundamentales de "Rififi". En un alarde de genialidad, Dassin decidió prescindir de la música que Georges Auric compuso habiendo visto la secuencia con el propio sonido incidental que acompaña el atraco.

Extraordinario!

Pero yo me quedo con ese maravilloso final, muy similar al de otra obra maestra llamada "La jungla de asfalto", en el que Toni, perseguido por la muerte, consigue ganar el tiempo suficiente como para ganar una batalla importante en una guerra que ya estaba perdida de antemano.

Dura y sin concesiones, "Rififi" es una obra inolvidable maestra..


viernes, julio 18, 2014

Derribo

Siempre les pasan "cosas" a los enemigos de los Estados Unidos...

Sea verdad o mentira, el daño de imagen pública ya está hecho.

Por si la opinión pública le quedaba alguna duda de quienes son los malos en esta historia ucraniana... Por si no había tenido suficiente con las imágenes de la toma del parlamento en Kiev.... Ahora, con un par de días de antelación y sin la menor duda, se ponen los cadáveres de doscientos inocentes más sobre la mesa...

Por lo visto, el ejército ucraniano no tiene lanza misiles tierra-aire y no hay fotos de esos lanzamisiles el mismo día corriendo por alguna carretera ucraniana...

Y por supuesto, si han sido los prorrusos no se trata de un desafortunado error: es sin lugar a dudas un asesinato frío y calculado que justificará la adopción de cualquier medida para protegernos del perverso mal que representan.

Palestinos y rusos, sin duda, matan... Las victimas de los israelíes y ucranianos simplemente mueren.

La mayor ileza de nuestros enemigos pone en valor de manera proporcional la justicia de nuestra causa.

miércoles, julio 16, 2014

El verdadero padre de la propaganda

El verdadero creador de la propaganda fue un señor llamado Eduard Bernays, sobrino de Sigmund Freud, que durante la década de los veintes del siglo pasado utilizó el paradigma de su tío para ayudar a vender productos en el capitalismo de consumo incipiente.

Del trabajo de Bernays surge todo el entramado conceptual que tiene que ver con las relaciones públicas, la publicidad y la comunicación.

Fueron trabajos de Bernays, por ejemplo,  ayudar a hacer aceptable a la opinión pública norteamericana la participación del país en la Primera Guerra Mundial o conseguir hacer que fuera socialmente aceptable el que las mujeres fumaran.

Bernays no sólo se dedicó a persuadir para vender sino también aplicó sus talentos sentando las primeras bases de la comunicación política ayudando en la década de los cincuentas a políticos como Eisenhower a alcanzar el poder.

Fue en esta vertiente donde Bernays ganó una fortuna que le permitió llegar a ser centenario en la opulencia.

El término propaganda forma parte principal de uno de sus libros publicados en 1928 que se titula precisamente "Propaganda", pero lo interesante es el subtitulo: The public mind in the making. Traduciendo libremente: construyendo la opinión pública.

Gracias a Bernays, la manipulación inteligente de las masas forma parte del funcionamiento de las sociedades democráticas desde hace casi cien años y en este sentido Goebbels sólo fue un alumno aventajado que tuvo la oportunidad de llevar al extremo las ideas de Bernays.

Considerando este dato, decir que la propaganda tiene un origen en los regímenes totalitarios sólo puede deberse a la ignorancia o a la mala intención. Es el capitalismo quién crea la propaganda para en las esferas de lo económico y de lo político poder manipular a la opinión pública en el sentido de vender o de votar.

Los mecanismos de la propaganda son los mismos en las democracias que en los regímenes totalitarios, ambos se valen de sus artes persiguiendo el mismo final.

Una vez más el capitalismo se esconde detrás de los totalitarismos disimulando su culpa y presentándose como el mejor de los inocentes.

domingo, julio 13, 2014

PPdemos

La política hace extraños compañeros de cama, dijo el político británico Winston Churchill quién llegó a compartir cama con el soviético Stalin en las conferencias políticas que surgieron alrededor de la II Guerra Mundial.

Ahora, el PP plantea en opinión pública una extraña relación de cama con Podemos que básicamente consiste en decir que nunca se acostaría con él.

En realidad, también hay sexo ahí... metafóricamente hablando.

En realidad, está poniendo en valor a Podemos en dos direcciones: la de sus propios votantes y la de los votantes naturales de Podemos.

Pablo Iglesias siempre declaró que la intención de Podemos es global, como un movimiento ciudadano que abandera el descontento general con el sistema de una sociedad de desigualdad decreciente. En este sentido, el Partido Popular busca preservar su caladero de votos definiendo un perfil de podemos centrado en la incontestable procedencia extremo izquierdista de sus bases. Así, cuanto más a la derecha esté el posible votante más probabilidades habrá que se piense varias veces su voto en el contexto de su descontento.

Por otro lado, al Pàrtido Popular la beneficia una izquierda fragmentada, sobre todo en los votos que el PSOE puede perder por la izquierda debilitando aún más una situación de evidente debilidad y complicando su recuperación. En planteamientos de pura aritmética electoral, y en un contexto propio de perdida de votos. el que su principal contrincante no se recupere lo suficiente es el principal objetivo a conseguir.

La oportunidad existe y hay que aprovecharla, precisamente la política es éso.

Se trata de conseguir por cualquier medio una mayor distancia en voto respecto al segundo, distancia que siempre se traducirá en más diputados en el parlamento y una posibilidad más clara de gobernar como lista más votada.

Ahora mismo este es el escenario más probable frente a otro en el que la izquierda fragmentada consiga superar en votos al Partido Popular, una izquierda en la que su partido más importante tendría una incómoda posición para entenderse con una fuerza como Podemos e incluso con Izquierda Unida por su pasado institucional de gobierno.

Y en este escenario más probable hay una hoja de ruta en la que la primera fase es poner en valor a Podemos desde la crítica en medios y en la segunda será descalificar al ganador de las primarias en el PSOE, que será alguien sin experiencia y sobre el que será fácil construir un discurso basado en el miedo hacia los votantes conservadores: necesitamos experiencia y no experimentos.

A todo ésto hay que añadir una buena narrativa construida sobre la economía: algún resultado bueno, alguna interpretación positiva más o menos retorcida de algún resultado no tan bueno y unas cuantas mentiras y los periodistas adeptos harán el resto.

Entre locos peligrosos y jóvenes sin experiencia, sólo quedaría la solidez plasmática del PP como resto.

La posición del Partido Popular es buena.

Clama a quién quiera escucharle que no quiere follarse a Podemos, pero aquellos que nunca se acostarían con el PP definitivamente podrían intentar acostarse con Podemos vista la recomendación inversa que sus políticos están haciendo.

Y los que nunca se acostarían con Podemos pero se lo piensan ante la falta de sexo en su vida diaria definitivamente dejarán de hacerlo al comprobar que Podemos, sin condón, se acuesta con parejas con las que jamás pensarían hacerlo.

La campaña electoral ha empezado en serio.

Y pueden poder.

Israel y la utopía

Para tener una visión de la situación en que se encuentra el estado de Israel, siempre recomiendo la visión de "The gatekeepers".

Dirigido en 2012 por el israelí Dror Moreh, el documental repasa la historia del Shin Bet, el servicio de inteligencia y seguridad interna cuyo equivalente a nivel exterior es el Mossad.

Lo interesante del documental es que el repaso de esa historia es un repaso de la propia historia de Israel que se lleva a cabo a través del punto de vista de los últimos seis responsables del propio Shin Bet.

Y es interesante porque el resultado de la historia es la total y completa desmoralización de aquellos que en su momento fueron los responsables de ejercer la fuerza contra los enemigos interiores del estado. Porque fue y es el Shin Best el responsable de las intervenciones en Gaza y Cisjordania contra altos responsables de las diferentes organizaciones palestinas.

El diálogo no es una opción para estos responsables de la inteligencia interna, muchos de ellos responsables en su momento de actos de dudosa legalidad internacional. El dialogo es una necesidad reclamada por aquellos que desde las cloacas del estado de Israel han defendido sus intereses desde lo civil y desde lo militar.

La construcción del estado de Israel desde una posición de fuerza es inviable a medio y largo plazo.... y no es que lo digan los peligrosos comunistas, lo dicen los principales ejecutores de esa posición de fuerza.

Uno de las principales enfermedades de nuestro tiempo es que el neoliberalismo pase por realista frente a las utopías izquierdistas porque no hay nada más utópico que la sociedad que pretenden los arquitectos del neoliberalismo.

Parte de esa utopía es pensar que se puede controlar una población de siete millones de personas en explosión demográfica por la fuerza.

Those who kill

Lo peor de esta serie producida para la televisión por cable es la sensación de "ya haber estado antes en esta secuencia" que no me ha dejado tranquilo a lo largo y a lo ancho de sus diez capítulos.

Protagonistas conflictuados, psicólogos casi desequilibrados capaces de hacer perfiles deslumbrantes de la escena de un crimen, psicópatas complejos y barrocos... Nada nuevo bajo el sol de cualquier novela de Thomas Harris.

Simplemente y amparados en el concepto económico de la oportunidad dentro de la dinámica del coste marginal, los guionistas de "Those who kill" se han lanzado a escribir esta serie con la esperanza y el convencimiento de que las tragaderas del público para esta clase de asuntos no estén agotadas.

En cualquier caso, no es nada fácil contar la misma historia de manera que resulte interesante a quién ya la ha escuchado antes y los responsables de "Those who kill" dan buena prueba de ello.

Seguramente es tan difícil como ser verdaderamente original.

En general y como ya he escrito, la previsibilidad está presente de una manera incómoda y recurrente a lo largo de los diez capítulos de esta serie que no consigue disimular ser el frankenstein narrativo que es. Sólo los esfuerzos de un interesante reparto encabezado por la estupenda Chloe Sevigny, en otro tiempo musa del cine independiente norteamericano, consiguen arrancar un cierto interés a la historia.

La serie parece no haber sido concebida en un despacho sino en un quirófano donde, y en la mejor línea de Hannibal Lecter, líneas narrativas han sido arrancadas de otras historias para coser la una a la otra buscando una entidad corpórea sobre la base del grado más bajo de la innovación.

Incluso el cliffhanger resulta rutinario, generándome una suerte de, como decirlo, curiosidad administrativa. Me explico: si tres personas se meten armadas en una casa y suena un disparo, me pregunto inevitablemente quién será el muerto, pero sólo por unos instantes, sin demasiado interés del verdadero, ese que te hace decir "joder, no me dejéis así".

El resultado final es que podría no saber nunca lo que ha sucedido dentro de esa casa y cada vez que algo me recuerde a la serie seguir viviendo, sin necesariamente ponerme a buscar si hay o va a haber segunda temporada.

Es más: ni siquiera me he detenido un minuto a pensar una hipótesis.

"Those who kill" tiene un punto blando, asténico, casi helado, el pulso que suelen tener las copias carentes del impulso esencial que las haría únicas e irrepetibles.

Phillip K. Dick que es mucho mejor escritor que yo hablaría seguramente del obvio aliento de los clones o algo así.

Para su desgracia y en lo que a mi respecta ya existe "Hannibal".




sábado, julio 12, 2014

Pensar

No hay debate que genere nuevas ideas si no se hace desde la percepción de que lo que hay no nos sirve... y esa percepción puede empezar siendo ser una simple incomodidad, una pequeña reverberación que trastoca la proyección tridimensional de la realidad en la que nos encontramos inmersos.

No hay debate sin inquietud y para tener esa inquietud, hay que tener un punto de vista, una pensamiento que nos permita juzgar, valorar lo que se presenta como incontestablemente real ante nuestros ojos.

Por eso pensar es tan importante.

El pensar tiene mala prensa porque genera individuos susceptibles de tener diferentes puntos de vista, no necesariamente coincidentes con los del poder. No es otra cosa que una herramienta virtual, la más importante de todas las herramientas, la que nos ayuda a procesar una realidad objetiva que sin ella, y como dice Kant, se nos presentaría como un masivo y brutal tsunami de estimulos sensoriales que terminaría por sepultarnos en la parálisis.

Es un instrumento y como tal puede usarse bien o mal.

No tienes necesariamente que convertirte en un sanguinario soviético o en un despiadado ejecutivo de Wall Street como nos quieren presentar desde el totalitario pensamiento unico de estos regímenes totalitarios difusos que llamamos democracias.

Todos los caminos del pensar no llevan a ETA.

Puedes convertirte en un Vicente Ferrer o en algo peor (desde su punto de vista): alguien que puede llegar a ver esta libertad de la que tan orgullosos estamos mientras nos tomamos una pastilla para dormir como una máscara que oculta la espantosa efigie de ese monstruo que sólo quiere de nosotros que, sin pensar, en días de diario, estemos puntuales en nuestro puesto de trabajo y los fines de semana estemos sin falta a las diez de la mañana a las puertas del centro comercial.

Y, aunque esté equivocado y quizá sea mejor ser ese funcionario de la realidad que quieren hacer de nosotros, creo que la vida se pasa más entretenida y rápido teniendo un punto de vista y un pensar.

lunes, julio 07, 2014

El cuarto mandamiento

Dirigida en 1942, "El cuarto mandamiento" es el siguiente título que el genial y siempre controvertido Orson Welles dirigió tras "Ciudadano Kane", su arrolladora y magnífica aparición en la historia del cine.

"El cuarto mandamiento" también es el inicio de la caída en el malditismo de Welles quién con todo a su favor ya tuvo que ver cómo su versión de 131 minutos era cortada a una de 88 con la reescritura y rodaje por parte de la RKO de una escena final mucho más soportable que la que Welles había rodado.

Y si bien se nota que la versión de 88 minutos es unja ajustada y precisa condensación de la propuesta inicial de Welles, la película destila todo el talento que el director norteamericano tenía para contar historias con imágenes.

Si en "Ciudadano Kane" Welles contó con la sabiduría para fotografiar de Gregg Toland, algunos le llegan a considerar co-autor, en "El cuarto mandamiento" la responsabilidad de producir las imágenes recae sobre Stanley Cortez, otro grande de la fotografía con trabajos tan brillantes como "La noche del cazador".

Pero además está la voz en off de Welles narrando, el innovador y dinámico uso de las gruas y las dollys y, por encima de todo, la capacidad de Welles para manejar la profundidad de campo para componer planos de poderoso efecto dramático, que casi siempre hablan por sí solos.

La película se basa en una novela de Booth Tarkington, olvidado escritor de principios de siglo XX que ganó el premio Pulitzer en 1919 con este texto que el propio Welles adaptó para la radio con su Mercury Theatre.

La historia combina el melodrama romántico con la historia de dos familias que representan el ascenso y la decadencia dentro del poder económico: los Ambersons simbolizan el poder de una aristocracia basada en la tierra que entran en decadencia al mismo tiempo que crece el poder industrial de la familia Morgan centrado en la producción de automóviles.

Esto constituye el texto dentro del que sucede la historia de amor imposible entre Eugene Morgan (Joseph Cotten) e Isabel Amberson (Dolores Costello), primero Eugene es demasiado pobre y luego ya es demasiado tarde con la presencia de George (Tim Holt), el orgulloso y caprichoso hijo de Dolares que encarna lo peor de la decadencia de los Amberson.

Welles en estado puro y una buena historia.

Imprescindible.


domingo, julio 06, 2014

Hannah Arendt

Tras ser secuestrado por agentes del gobierno de Israel en Argentina, el 10 de abril de 1961 comenzó en Jerusalén el juicio contra Adolf Eichmann.

Miembro de las SS hitlerianas, Eichmann fue el principal responsable de que se llevara a cabo la solución final destinada a terminar de manera organizada con los judíos en los territorios ocupados por la Alemania nazi.

Desde su posición, Eichmann se encargó de organizar toda la parte material del envío de los judíos a los diferentes campos de concentración y desde esta posición se presentó en el juicio ante los ojos del mundo y especialmente ante los ojos de Hannah Arendt quién, habiendo convertido el entendimiento del totalitarismo en un elemento esencial de su obra, no podía perder la ocasión de asistir a aquel juicio.

De la experiencia de Arendt en aquel juicio, de su entendimiento de la posición de Eichmann pero también de la gestión que hizo el estado de Israel del propio juicio, surgió su libro "Eichmann en Jerusalén", un pasmoso y clarividente ensayo que, a mi entender y desde su total e incomprendida heterodoxia, es uno de los grandes libros de pensamiento del pasado Siglo XX.

En "Eichmann en Jerusalén", Arendt desarrolla su concepto de la banalidad del mal a partir de la presencia de un Eichmann que se presenta ante sus juzgadores como un eficaz funcionario que simplemente se limitaba a obedecer ordenes.

La banalidad del mal está precisamente en la suspensión que Eichmann hace de su capacidad de pensar, de juzgar las tareas que se le piden desde un punto de vista moral y de la sumisión del individuo, desde la obediencia más ciega, al mecanismo de un sistema cuya palabra es la ley y que convierte a los individuos en ciegas piezas de una maquinaria.

Para Arendt, la banalidad del mal es el lado oscuro y extremo de ese hombre organizacional, unidimensional del que habla Marcuse en su libro de 1954 como modo de ser propio de las sociedades industriales avanzadas y que Ernest Jünger glosó en "El Trabajador", su obra emblemática y fundamental.

Eichmann se muestra como lo que es: un eficaz funcionario que cumple de manera eficiente con lo que se le ordena, sin detenerse a pensar la bondad y la maldad de su tarea.

Y lo perverso del planteamiento extremadamente incómodo que Arendt pone sobre la mesa es que Eichmann no es otra cosa que el perfecto instrumento para que una política lleve a cabo sus propósitos utilizando la estructura de poder de un estado.

Eichmann no es un carismático y sanguinario malvado al que insertar en un relato del bien enfrentándose al mal sino un probo funcionario que no puede entender por qué se le juzga por haber hecho bien su trabajo.

De manera tácita, Arendt pone sobre la mesa la necesidad de la desobediencia civil contra los dictados de un estado. Frente al inmenso acto de valor que supone el hecho de que un individuo aislado se niegue a obedecer los dictados de una organización política, Arendt antepone la banalidad de los ciudadanos que, como Eichmann, simplemente se limitan a obedecer lo que se les manda sin plantearse si es algo bueno o malo.

No hay que ser nada especial para ser un monstruo, simplemente basta con hacer lo que todo el mundo hace: obedecer la ley.

En este sentido, el discurso de Hannah Arendt se vuelve inoportuno y peligroso porque todo estado busca ciudadanos que ciegamente le obedezcan. Y con independencia de la moralidad que implican sus actos, son héroes si su causa prevalece y villanos, como Eichmann, si su causa es derrotada.

Dirigida por Margarethe von Trotta, "Hannah Arendt" es una sorprendente película que lleva al cine una obra de pensamiento para construir un monumento en torno a la valentía intelectual de la mujer cuyo nombre la da título.

Un mensaje, por cierto, muy a contracorriente porque quizá una de las consecuencias de la II Guerra Mundial, del análisis frío y desinteresado del comportamiento de tipos como Eichmann, debiera haber sido la creación de mecanismos que garantizasen la objeción de conciencia frente a los dictados del estado. Pero semejante planteamiento es un imposible porque un estado, sea totalitario o democrático, siempre es un estado.

Al final, Eichmann no tenía necesariamente que ser anti-semita cumpliendo ciegamente los dictados de un estado anti-semita.

Lo que seguro fue es un probo y eficiente funcionario.

De visión obligatoria.


sábado, julio 05, 2014

The spoils of babylon

Cuando era un chaval y la Real Sociedad ganaba la liga de fútbol eran las series de dos rombos.

Se emitían por la única televisión posible, la española, que cuando emitía lo hacía de verdad y solían programarse a las diez de la noche los lunes, como para empezar la semana con fuerza.

Eran series como "Hombre rico, Hombre Pobre", "Capitanes y Reyes" o "Flamingo Road", grandes relatos televisivos que pretendían trascender, hacia la calidad, las tradicionales "soap opera", la versión norteamericana de los folletines latinoamericanos de toda la vida.

En ellas, sus personajes se debatían entre el deseo y el exceso, buscando forjarse un camino de ambición en un mundo en el que el infierno siempre terminaban siendo los otros.

Sexo, ambición, poder, dinero, lujuria... sus temas siempre procedían de hábiles escritores comerciales como Harold Robbins, Jacqueline Susan, Sidney Sheldon o Irving Wallace.

"The Spoils of Babylon" parodia con bastante gracia todo ese género que contó con gran predicamento popular en las sociedades capitalistas occidentales en las década de los setentas y principios de los ochentas del siglo pasado.

El yo deseante, en constante búsqueda de sí mismo y del dinero necesario para realizarse, pasó de ser un caso de diván de psiquiatra a convertirse en todo un icono cultural y aspiracional que oportunamente proporcionaba un soporte ideológico a un modo de hacer, y sobre todo de sentir las cosas: el del capitalismo de consumo.

La moralidad ya no es una solución, se convierte en como mínimo un handicap siendo casi siempre un problema que convierte a las personas en vulnerables.

Las bajas pasiones como espectáculo.

De aquellos polvos, vienen estos lodos.

Un Eric Jonrosh (Will Ferell) que recuerda al genial y orondo Orson Welles en el final de su vida presenta a su público "The Spoils of Babylon".

Se trata de una serie maldita que está basada en un bestseller del mismo nombre que el propio Jonrosh escribió.

La historia es larga.

Primero Jonrosh quiso llevarla al cine y el resultado fue una película de 24 horas de duración que el propio Jonrosh, incomprensiblemente, no pudo estrenar. Posteriormente y en la ruina más absoluta, el propio Jonrosh decide hacer una adaptación para la televisión reduciendo la película a seis capítulos de media hora de duración.

La serie nos cuenta el amor imposible de Cynthia Morehouse (Kristen Wiig) y su hermanastro Devon (Tobey Maguire), desde la pobreza hasta la riqueza y con el petróleo como fondo.

El resultado es atractivo moviéndose entre la bufonada y la parodia inteligente... y es lo suficientemente corto como para que no de tiempo al espectador a ir mas allá haciéndose preguntas de mayor enjundia.

Entretenido.

martes, julio 01, 2014

Ser o estar

Es evidente que Podemos nace de las catacumbas de la extrema izquierda con todo lo que ello implica de posicionamiento político con respecto, por ejemplo, a las realidades independentistas que existen en algunas autonomías españolas o a los también reales triunfos de la izquierda en América Latina.

Es también no menos evidente que la irrupción de Podemos en el inmovilista panorama político del régimen constitucional del 78 ha supuesto como mínimo un factor de inquietud entre las filas de la política ortodoxa.

Y ya parece claro que nuestra casta política y sus terminales mediáticas van a utilizar como armas de opinión pública los posicionamientos extremos que forman parte del ADN político de los miembros de Podemos.

En este mundo de listos que ellos mismos han creado, sería de tontos si no lo hicieran.

Y lo hacen con Venezuela, que ya es de facto una dictadura en la opinión pública de nuestro país, y lo hacen también con el posicionamiento heterodoxo de los miembros de Podemos con respecto al movimiento abertzale vasco que, ante la falta de asesinatos por parte de la verdadera ETA, han sido asimilados de manera sumaria con los ausentes que apretaban el gatillo.

Así, en este país, coincidir en algún planteamiento político o sociológico con un abertzale es ser un terrorista. Si coincides con Otegui en que mañana lloverá date por muerto.

Y por supuesto que no se nos olvide: Méjico y Colombia son democracias avanzadas.

En este sentido, el régimen constitucional del 78, incapaz de gestionar el problema de las minorías independentista desde una visión de España heredada desde el mismo Caudillo se cierra las puertas de cualquier evolución, pero, y al mismo tiempo, señala también los límites de su patética impotencia para entender todo lo que va más allá de su ombligo.

Porque, al final, y tal como concluía aquella lógicamente denostada película de Julio Medem llamada "La pelota vasca", el sistema se niega a reconocer la realidad de un número determinado de personas que se despiertan no sintiéndose españoles... y ante esa disyuntiva, el régimen del 78 reacciona llamándoles etarras.

Como ya he escrito más de una vez, pasarán diez y quince años y algunos seguirán diciendo que ETA mata en Presente de Indicativo.

Pero esa es otra historia, otra disyuntiva que habla de una incapacidad y de una limitación.

La disyuntiva que me interesa es la de Podemos porque debe formar parte de su nueva forma de hacer política el afirmar taxativamente que Venezuela no es una dictadura y que defender políticamente planteamientos independentistas no es ser un terrorista.

Afirmar un punto de vista y no pretender alcanzar ese centro político que es el basurero de la política porque allí anida la indeterminación y la necesidad de defender una cosa y su contraria que tanto daño a hecho a la política.

La nueva política debe dejar la responsabilidad al elector de decidir entre opciones que no se muestran absolutas e inequívocas sino que se presentan limitadas e imperfectas.

Debe ser el elector quién decida si cenar con abertzales es ser un terrorista.

La nueva política no debe aspirar a salvar a la gente en contra de su voluntad.

Si una opción de la nueva política como Podemos no consigue el respaldo del electorado mostrándose tal y como es, en sus contradicciones, debe marcharse a casa en lugar de quedarse e intentar arrebatar al contrario medio acre de votos con silencios y medias verdades.

La soberanía reside en el pueblo español también a ese nivel.

La nueva política es ser, no estar.

domingo, junio 29, 2014

Diario de un cura rural

De todas las películas del maestro Bresson "Diario de un cural rural" es con la que más me cuesta conectar.

Basada en una novela del escritor e intelectual católico Georges Bernanos, "Diario de un cura rural" es la película más directa y evidentemente religiosa de todas las películas de Bresson.

Nos cuenta la historia de la lucha que un joven cura rural mantiene consigo mismo, con las limitaciones de su cuerpo y de su espíritu, así como con las pequeñas y grandes dificultades de su ministerio en la pequeña y mísera parroquia rural que le ha sido asignada como primer destino.

En cualquier caso, y pese a lo lejano que me quedan las preocupaciones del cine católico, el maestro Bresson se las arregla para afectarme con su personal y luminosa escritura cinematográfica.

"Diario de un cura rural" nos cuenta la eterna e interminable lucha del bien contra el mal expresada a través de los pensamientos del protagonista puntualmente expresadas en su diario. Una sacerdote cuyas fuerzas limitadas, padece una grave enfermedad, se ven constantemente puesta a prueba por un mundo en el que la tendencia hacia el pecado es inagotable.

De esta contraposición surge un drama que se expresa en la forja de un carácter, el del protagonista, que terminará transfigurándose en pura santidad.

"Diario de un cura rural" nos muestra la primera línea del frente en la diarias lucha del bien contra el mal y lo hace con la transparente maestría de Bresson para construir imágenes llenas de verdad que inundan la mirada del espectador con su poderosa luminosidad transfigurada.

Brillante.




sábado, junio 28, 2014

Saving Mr. Banks

Al final la historia la escriben los vencedores porque los vencedores en su victoria se apropian de esa realidad que luego, con el paso del tiempo, se convierte en objeto de la historia.

Y escribo ésto porque "Saving Mr. Banks" es, en contra de su voluntad, un magnífico ejemplo de una victoria: la del cine americano como colonizador de nuestro inconsciente, aspecto que denunciaban aquellos dos entrañables vagabundos que protagonizaban la película de Wim Wenders "En el curso del tiempo".

En este sentido, el cine de Disney es el mascarón de proa de esa posesión de nuestro inconsciente y es la productora Disney la que presenta esta "Saving Mr. Banks" en la que reivindica una vez más el poder casi taumatúrgico de su negocio concebido como fábrica de sueños.

Durante 20 años la escritoria P.J. Travers se resistió a ceder los derechos de su obra "Mary Poppins" al propio Disney. Finalmente, y por motivos económicos, la escritora cedió y lo que se nos muestra en "Saving Mr. Banks" es el modo en que el cine salva a la propia Travers salvando, a su vez, una historia que para la escritora tenía un valor personal íntimo y esencial.

Pero, en realidad, Travers nunca quedó satisfecha con el trabajo trivializante que Disney hizo de su historia llegando incluso a dejar escrito en su testamento que los derechos de sus obras jamás se cediesen a la productora norteamericana.

Y, sin embargo, en "Saving Mr. Banks" vemos otra cosa, en concreto su contraria: una nueva edición de la magia del cine haciendo su trabajo amparándose en el anonimato de la sala oscura.

Alguien como Disney no podía estar equivocado.

De hecho, y aún después de muerto, sigue sin estarlo... y si él no se equivoca, su público por supuesto tampoco.

Como "The Butler", "Saving Mr. Banks" es una película política en su variante de descripción laudatoria de un esquema de valores, de un orden establecido y en ella el cine como industria se legitima, continúa escribiendo la historia, frente a las dudas de una escritora que finalmente descubre su error.

Al final, en "Saving Mr. Banks" ganan los buenos.

Por lo demás, y como producto la película funciona merced fundamentalmente por el magnífico elenco actoral en el que destacan la estupenda Emma Thompson interpretando a P.J. Travers y al dúctil Tom Hanks dando inteligente vida a un Disney que parece más un personaje extraído de sus propias películas que alguien real.

En su primera mitad, "Saving Mr. Banks" tiene magníficos momentos de humor especialmente en el modo tan flemático en que la británica Travers procesa su shock ante la experiencia de lo americano... antes, por supuesto, de su conversión.

Porque ya se sabe que ningún hombre o mujer de buena voluntad puede resistirse a la experiencia directa de la divinidad.

Interesante.

La estética como ideología

Tiene sentido que la estética se convierta en un asunto relevante en una sociedad como la nuestra en la que hasta no hace demasiado tiempo se manejaba con total seriedad conceptos tan absolutos y arriesgados como el final de la historia.

Una vez que los temas relacionados con el fondo que han sido tanto cuantitativa como cualitativamente troncales a lo largo de la historia de la filosofía se declaran resueltos, la forma se convierte en el principal punto al que dedicar todas las facultades reflexivas del ser humano.

Teniendo claro que la globalización y el neoliberalismo son el final del camino, la reflexión estética, sobre lo bello aparece para aportar ese barniz legitimador al fondo que constituye el orden establecido.

Es en este contexto donde el británico Terry Eagleton plantea esta magna obra llamada "La estética como ideología" con la que. desde el punto de vista marxista, busca socavar desde la teoría los pilares teóricos de esa legitimación silenciosa.

Desde los griegos, Eagleton realiza un entretenido y erudito repaso de los principales hitos del pensamiento estético dentro de la filosofía occidental para llegar al punto de ruptura fundamental que, a su entender, se produce con la aparición del yo burgués que permite el traslado del debate que inquiere sobre la verdaderas naturaleza de lo bello desde lo colectivo a lo individual y, dentro de lo individual, al infinito jardín de senderos que se bifurcan del deseo y lo simbólico.

Y es aquí donde Eagleton plantea lo que de ideológico tiene el debate sobre lo estético, entendiendo ideológico en el sentido sociológico del término, es decir, como sistema de ideas y valores que proporciona los elementos precisos para producir una falsa visión de la realidad, un consenso que sostiene y justifica un determinado sistema de relaciones reales de producción.

Este concepto sociológico está emparentado directamente el concepto marxista de ideología sólo añadiendo el matiz de falsa conciencia como reflejo necesario de una superestructura que necesita legitimar una determinada situación material.

En este sentido, Eagleton señala a ese yo en cuya experiencia de las cosas se instala lo estético como uno de los principales elementos sobre el que se despliega el hecho social de la dominación.

En torno a un yo que necesita experimentar y descubrirse, el sistema genera un discurso de libertad individual plenipotenciaria seguido de todo un sistema económico dedicado a monetizar la menor de sus necesidades y, una vez agotadas éstas, a fomentar nuevas e inexistentes.

Y de este yo, el concepto moderno del arte que hacen los artistas en una manifestación aspiracional y extrema convirtiéndose el acto de consumo en un acto parecido al acto de voluntad creadora que sostiene al arte moderno como metáfora de una dominación expresada como una libertad permitida.

Y es sobre este imaginario donde Eagleton interviene amparándosepara ellos en las ideas de acción comunicativa de Habermas, el mejor resultado del pensamiento de la Escuela de Frankfurt que, a su vez, ha sido una de las pocas plazas de cordura del pensamiento alternativo al capitalismo dentro de una tónica general de rendición incondicional a sus cantos de sirena basados en la mejora de las condiciones de vida material.

Al final, la belleza no está en la interminable e infinita búisqueda del yo sino en la búsqueda colectiva de lo que es bueno y bello para los individuos como miembros de un colectivo lo que implica un yo subsumido a las necesidades e intereses de algo que le supera y del que forma parte: un grupo o comunidad sostenida por esa acción comunicativa habermasiana basada en la comunicación sincera entre individuos que no buscan el propio interés sino la verdad.

De todo modo, un regreso a la utopía humanista renacentista que reivindicaba ese sabio llamado Montaigne.

La historia no ha terminado.

Siguen habiendo otros mundos en éste y Eagleton en su "La estética como ideología" nos muestra sus fundamentos.

Hannibal

No esperaba demasiado de esta serie que recoge, en teoría, los primeros pasos de ese pavoroso criminal imaginario llamado Hannibal Lecter.

En concreto estaba interesado en ver la manera en que un actor tan inteligente y dúctil a la hora de expresar la violencia como Mads Mikelsen habría afrontado un personaje tan icónico del thriller cinematográfico.

Pero tengo que confesar que, aunque Mikelsen no me ha decepcionado, la serie en la que inscribe su personaje ofrece mucho más.

Hannibal presenta una atmósfera oscura y morbosa en cuyo seno se muestra al espectador el desarrollo de una relación sadomasoquista, la relación que Hannibal Lecter establece con Will Graham, un agente del FBI que con su terrible talento empático se convierte en un fascinante enigma para el psiquiatra psicópata quién precisamente se mueve en el entorno opuesto: la total y absoluta falta de empatía.

En este sentido, la serie combina tramas puntuales que pueden abarcar un capítulo o varios centradas en la persecución de asesinos en serie en el noreste de los Estados Unidos, persecución que lleva a cabo el equipo del FBI que comanda el agente Crawford (Laurence Fishburne) y del que Graham forma parte. Pero también "Hannibal" ofrece una trama troncal, que se desarrolla de manera brillante a lo largo de los trece capítulos que conforman la primera temporada y en la que Lecter como superpredador que es va construyendo una tela de araña en torno a Graham convirtiéndole, sin querer o queriendo, en la más destacada de sus victimas.

Así, y con motivo de un tema clásico como es la atracción entre los opuestos, "Hannibal" ejecuta un perverso juego de caza en el que, poco a poco, y conforme el cerco investigador se cierne entorno a Lecter, éste convierte a Graham en su víctima.

Esas capacidades empáticas que hacen de Graham una personalidad disfuncional y lindante con la locura le convierten también a ojos de Lecter en el apetitoso y atractivo resumen de todas sus victimas pasadas, presentes y futuras, un interesante dilema que confunde al asesino en serie entre el afecto y ese congelado sentimiento habitual que el propio Lecter llama "curiosidad".

Un Lecter al que Mads Mikelsen otorga una sobrecogedora frialdad puntillosa que se manifiesta en la perfección que Lecter muestra, por ejemplo, en su vestir, así como en la pulcritud ostentosa de todo lo que le rodea, como si todo fuese un escaparate destinado a generar aceptación y a atraer del mismo modo en que las plantas carnívoras resultan atracticvas mientras atraen a sus victimas.

Por no hablar de esas escenas, tan espantosas por lo que uno se imagina, de las opíparas y cuidadas cenas que Lecter prepara en su casa para los invitados.

Cenas en las que uno sabe que la carne que se sirve es otro tipo muy prohibido de carne.

Muy Hitchcock todo.

Brillante.


domingo, junio 22, 2014

The Last Movie

A finales de la década de los sesentas del siglo pasado, Hollywood se encontraba en un momento de ruptura generacional.

La última gran generación procedente del cine clásico había envejecido y no conseguía conectar con los valores y estilo de vida de una generación joven procedente del baby boom de la postguerra mundial. De un lado de la cámara había mucha gente mayor y del otro, mucha gente joven que sociológicamente se movía mayoritariamente por otras maneras de entender las cosas.

El ejemplo que resume de una manera metafórica este conflicto es "Boinas verdes", una película sobre la guerra del Vietnam que, protagonizada por John Wayne, intentó abordar el conflicto desde el mismo punto de vista con el que Hollywood abordó la Segunda Guerra Mundial y el rechazo que este intento tuvo entre una nueva generación a la que los viejos valores no sonaban a nada bueno.

Antes de caer en manos de Lucas y Speilberg, y en vista del arrollador éxito de películas como "Bonnie & Clyde" (1967), "El Graduado" (1967) o "Easy Ryder" (1969) los viejos productores de Hollywood decidieron apostar por lo contracultural como manera de conectar con las nuevas generaciones.

Puede decirse que la ola de las nouvelles vagues que revolucionan el cine europeo y mundial en la década de los sesentas llegan a Hollywood, a la meca del cine comercial, a finales de esa misma década como inevitable consecuencia de un proceso de izquierdización del pensamiento occidental a nivel mundial.

En este contexto es donde hay que entender "The Last Movie".

Tras el tremendo éxito de "Easy Ryder", una película barata que fue rentabilisima, los viejos productores de Hollywood comprendieron que había oportunidad porque había un público deseando ver y escuchar cosas nuevas en las pantallas de cine.

No tenían que confraternizar con ellos, ni siquiera hablarles solo darles el dinero en virtud de su capacidad de encontrar y conectar con un público nuevo para una industria cuyo público clásico estaba envejeciendo y muriendo.

Sólo así puede explicarse, por el simple y puro amor al negocio, que el inestable y enloquecido Dennis Hopper pudiera reunir un presupuesto millonario para rodar en Perú "The Last Movie".

"The Last Movie" es una película maldita porque Hopper, inconscientemente, fuerza los límites de esa unión contra natura del establishment con la contracultural y podría decirse que, en sí misma, se convierte en una especie de performance de la imposibilidad de monetizar lo que ni quiere ni se deja ser monetizado.

En este sentido, la película tiene un punto de autobiográfica y referencial puesto que a Kansas, el personaje que interpreta Hopper, le sucede lo mismo en la película con su imposible mina de oro. Ante la imposibilidad de conseguir un beneficio, enfrentados a los abogados y al poder económico, Kansas hace un discurso a su socio Neville sobre la importancia de no valorarse a través de lo económico y, por extensión del dinero.

Se ha hablado mucho sobre "The Last Movie" y tengo que decir que he visto películas mucho más abstrusas y difíciles de ver, en definitiva, mucho más fracasadas que "The Last movie"; un proyecto al que sin duda le perjudica depender de un genio tan volátil como Hopper... pero también le beneficia, porque en absoluto es una película desechable tanto en fondo como en forma.

Eso sí, "The Last Movie" necesita un espectador paciente dispuesto a escuchar, necesidad que la emparenta con cualquier obra de arte y la aleja de los convencionales productos industriales para el consumo.

Yo, por mi parte, he escuchado cosas interesantes en "The Last Movie", sobre todo un discurso muy interesante acerca del propio cine y su valor como fuente de realidad, aspecto que Hopper desarrolla en el modo en que los indígenas plantean e idealizan su propia película desde la verdad que suponen a las imágenes que ven, pero también en el modo en que su colega Neville se plantea buscar el oro: siendo como el personaje de Walter Huston en "El Tesoro de Sierra Madre".

Un discurso interesante que, desde el exceso, pone énfasis en los efectos que el cine tiene como mecanismo sobre su público.

Es fascinante esa suerte de procesión religiosa que los indígenas realizan sobre la película y el modo en que la recrean, como si se tratase de una ceremonia en la que ellos encuentran una cierta trascendencia pagana que les iguala con los dioses blancos que salen en la pantalla.

Y no es menos fascinante el modo en que Neville desplaza la realidad por la ficción de las películas convirtiéndolas en la brújula con la que se orienta en la compleja realidad.

Si bien es cierto que Hopper no termina de rematar su discurso, es lo que tienen las drogas, los planteamientos resultan ya interesantes de por sí porque remiten, de una manera seminalmente crítica, a los efectos que el cine tiene sobre su público arrojando luz sobre la aparente inocencia de un mecanismo que encierra la potencialidad de transferir un sentido que va más allá de las salas donde se despliega.

No entiendo por tanto a aquellos que despachan a esta película desde el sinsentido.

"The Last Movie" abre muchos agujeros en el muro, tiene bastantes manos que la curiosidad intelectual está obligada a coger y, desde luego, es absolutamente coherente con ese propósito contracultural porque hay muchas películas cuyo tema es el propio cine pero pocas que, como "The Last Movie", intenten reflexionar sobre sus efectos como mecanismo de ficción, generador de un sentido que desplaza a otros sentidos con la magia fascinante de sus imágenes.

La preocupación inicial del cura de la aldea sobre la manera en que sus feligreses viven el rodaje y la película es clarividente en este aspecto y también el modo oportunista en que el propio sacerdote se deja llevar.

"The Last Movie" esta llena de estas cosas, de pequeños momentos interesantes que en su superficialidad encierran un poderoso sentido.

No es ninguna tontería "The Last Movie"




Malavita

Aunque le había perdido la pista desde esa aventura absurda, para mi gusto, de las películas de Arthur y los Minimoys, Luc Besson siempre me ha parecido uno de los directores más interesantes que ha dado el cine europeo.

Besson es la prueba viviente de la posibilidad de un cine industrial y comercial estrictamente europeo y digo ésto porque, si bien Besson se alimenta de los géneros -especialmente la acción- cuyas claves han creado los norteamericanos en sus películas siempre es capaz de añadir un factor diferencial, un factor de innovación e inteligencia que, siempre sin pretensiones, convierte a sus películas en una experiencia de algún modo diferente.

Siempre pongo como ejemplo de ese plus diferencial la extraña relación, casi erótica, entre el asesino profesional Leon y la niña Matilda en "El profesional".

Atrevimientos complejos, muy europeos, enredados entre los pliegues convencionales del género que siempre afectan a las relaciones entre los personajes y no tanto a la historia que suele desenvolverse de una manera más directa y clara según las claves del género.

Otro ejemplo es la relación sadomasoquista que mantienen la asesina Nikita y su adiestrador en "Nikita" (1990).

Y digo todo ésto porque probablemente no habría visto "Malavita" de no estar firmada por Besson y el resultado no me ha decepcionado en absoluto.

Salvo alguna cagada importante como su Juana de Arco, siempre apetece volver a ver las películas de Bessón y esta "Malavita" está en la línea de las mejores películas de Besson.

Nos cuenta la increíble historia de una familia norteamericana procedente de la mafia neoyorkina que se esconde en Francia del largo brazo de la organización criminal.

La familia que forman Fred (Robert de Niro), Maggie (Michelle Pfeiffer) y sus dos hijos no se ha desembarazado de sus orígenes y sin duda lo mejor de la película es la inserción de estas cuatro almas de goodfellas en el seno de un pacífico pueblo de la Normandía.

En este punto la película tiene un genial punto de comedia negra al que Robert de Niro y Michelle Pfeiffer contribuyen con su tremendo talento dando vida a unos personajes construidos sobre la base de estereotipos cinematográficos repetidos por ellos mismos en películas anteriores, sobre todo Robert de Niro al que sin lugar a dudas Besson homenajea con el estupendo personaje de Fred, como si su Johnny Boy de la "Malas Calles" de Martin Scorsese (que también produce la película) hubiera vivido, se hubiese tranquilizado y terminado convertido en un asesino-padre de familia para el que la violencia más salvaje no es más que una aburrida parte de su cotidianidad.

En este sentido, resulta memorable ese cine-club en el que el Fred que interpreta De Niro tiene que hablar de "Malas Calles" de Scorsese ante un público rural francés fascinado por ese mundo de mafiosos y gangsters.

Todo esto está muy bien, dialoga con toda la intertextualidad que De Niro y también Pfeiffer, su papel dialoga también claramente con la Angela de Marco que interpretase en la genial "Married to the Mob" aportan con su sola y talentosa presencia.

El resultado es entretenido, puro cine de Besson.

Merece la pena verla.