El punto de partida de "Stranger than paradise", la segunda película del verdaderamente independiente Jim Jarmusch, es un cortometraje que narraba la llegada a los Estados Unidos de una emigrante húngara que debe parar unos días en Nueva York antes de viajar a Claveland con su tía.
Se titulaba "The New World" y, más o menos, ocupa la primera parte de "Stranger than paradise", justo hasta la marcha a Cleveland.
Jarmusch tenía más ideas, pero le faltaban medios y gracias a la ayuda de Wim Wenders entre otros consiguió rodar esta brillante fantasía beatnik que rebosa de un sentido del humor que linda en algunos momentos con el absurdo como esa visita a ese lago Erie oculto bajo la bruma.
Rodado en un espectacular blanco y negro, "Stranger than paradise" es una crónica beatnik de una generación con vocación de perdida, de marginal. En ella, abunda una inconsciente levedad, un culto al instante que directamente está emparentado con el sentido del humor que destila la historia, un humor fresco, sin complejos, que directamente tiene que ver con el modo en que los personajes se mueven y viven.
La vida ordenada y burguesa, el peso de las cargas y las obligaciones quedan a un lado.
Sólo prima ese desplazarse por la sociedad, descripción que Jack Kerouac aplica a su Sal Paradise/Neal Cassidy la primera vez que le ve.
Nada parece atar a unos personajes que protagonizan una dinámica de completa libertad y que resume como metáfora ese maravilloso final con uno de los personajes camino de Budapest.
¿Por qué no?
Y entre líneas uno puede leer la esencia de ese mensaje beatnik con el que aquella generación cuestionaba la verdad revelada de las sociedades opulentas basadas en la abundancia y el consumo. Una ética del movimiento y de la acción que precisamente impedía aquello que ataba: la excesiva posesión de cosas, pero también de una historia personal, de una vida concebida como escenario para la acumulación de objetos.
En este sentido, los personajes de "Stranger than paradie" no parecen reparar en su indigencia mientras se plantean que harán mañana porque ya les aburre el hoy.
Absolutamente contracultural.
Algo más que una película.
Se titulaba "The New World" y, más o menos, ocupa la primera parte de "Stranger than paradise", justo hasta la marcha a Cleveland.
Jarmusch tenía más ideas, pero le faltaban medios y gracias a la ayuda de Wim Wenders entre otros consiguió rodar esta brillante fantasía beatnik que rebosa de un sentido del humor que linda en algunos momentos con el absurdo como esa visita a ese lago Erie oculto bajo la bruma.
Rodado en un espectacular blanco y negro, "Stranger than paradise" es una crónica beatnik de una generación con vocación de perdida, de marginal. En ella, abunda una inconsciente levedad, un culto al instante que directamente está emparentado con el sentido del humor que destila la historia, un humor fresco, sin complejos, que directamente tiene que ver con el modo en que los personajes se mueven y viven.
La vida ordenada y burguesa, el peso de las cargas y las obligaciones quedan a un lado.
Sólo prima ese desplazarse por la sociedad, descripción que Jack Kerouac aplica a su Sal Paradise/Neal Cassidy la primera vez que le ve.
Nada parece atar a unos personajes que protagonizan una dinámica de completa libertad y que resume como metáfora ese maravilloso final con uno de los personajes camino de Budapest.
¿Por qué no?
Y entre líneas uno puede leer la esencia de ese mensaje beatnik con el que aquella generación cuestionaba la verdad revelada de las sociedades opulentas basadas en la abundancia y el consumo. Una ética del movimiento y de la acción que precisamente impedía aquello que ataba: la excesiva posesión de cosas, pero también de una historia personal, de una vida concebida como escenario para la acumulación de objetos.
En este sentido, los personajes de "Stranger than paradie" no parecen reparar en su indigencia mientras se plantean que harán mañana porque ya les aburre el hoy.
Absolutamente contracultural.
Algo más que una película.