sábado, agosto 24, 2013

The Borgias

Desde el principio de su carrera como director, el irlandés Neil Jordan ha mostrado un fundamental interés por el drama.

Y Jordan aborda sus dramas siempre desde un punto de vista peculiar que confieren mucha personalidad a sus historias convirtiéndole en un autor en toda la regla y, pese a su carrera norteamericana nunca demasiado existosa, en un cineasta eminentemente europeo.

Lo más esencial de Jordan es la inevitable expresión del deseo en los lugares más alejados y extremos de la convención moral que define la manera de desear de una sociedad. El director irlandés siempre se aleja de lo convencional, de lo normal para mostrar, desde una mirada eminentemente poética, los rigores de esa esclavitud a la que el ser humano parece sometido.

Sus historias siempre son planteadas desde la metáfora del viaje, seguramente del descenso a un infierno que a veces resulta sorprendentemente confortable. Sus personajes descubren que en los bajos de la realidad en la que viven funciona otra realidad proscrita, más compleja y esencial, habitada por aquellos que se han atrevido a ir mucho más lejos en la persecución de lo que desean, empezando por el hecho esencial de atreverse a ver lo que en realidad son.

En este sentido la homosexualidad en Jordan se convierte en una metáfora de ese valiente ir más lejos, una metáfora que está presente en muchas de sus películas para expresar los rigores y placeres de ese valiente viaje al fondo de uno mismo

Así, el cine de Jordan siempre tiene un componente épico basado en la narración de las consecuencias que acarrea el valiente e inevitable alejamiento que sus personajes  siempre llevan a cabo de los parámetros de moralidad normal en busca de sí mismos, siguiendo los dictados de su propia naturaleza.

En todas sus películas el corazón de sus narraciones tiene que ver siempre con este ir más lejos y sus inevitables consecuencias.... no siempre negativas, pero habitualmente perjudiciales lo que conduce a una segunda temática muy presente en su cine que es la desesperada y poética construcción de un mundo propio a espaldas de esa realidad que se ha abandonado por ser insatisfactoria. Un mundo propio en el que sus personajes se refugian disfrutando cada segundo de una paz que siempre tiende a ser efímera porque lo que Jordan parece querer decirnos es que la excesiva persecución de la vida siempre termina conduciendo a la muerte porque encierra un peligroso descuido de los condicionamientos externos que sostienen nuestra presencia en el mundo.

Los personajes de Jordan reproducen así la quintaesencia del mito de lo romántico: el yo deseante enfrentado al mundo en una batalla perdida de antemano por la consecución del propio deseo y el consiguiente descubrimiento de lo más esencial de ese yo.

Es esto lo que siempre me ha atraído del universo atormentado e inteligente de Jordan.

La destructiva épica que encierra esa contradicción.

Su amor esencial por los que se atreven a llegar más lejos.

Su deseo de contarnos lo que sucede más allá de esa línea cruzada, un territorio del que como escribía Hunter S. Thompson no se regresa jamás.

Dicho todo esto, no es de extrañar el interés que la Roma renacentista protagonizada por la familia Borgia atraiga la atención del director irlandés.

Para el católico irlandés que Jordan culturalmente es, esa Roma no es otra cosa que la viva encarnación del pecado, de la huida definitiva, delirante y transgresora en pos de esa peligrosa verdad interna cuyo descubrimiento puede alejarnos de los otros, mucho más formales.

Porque había mucho tomate en esa capital de la cristiandad, subida a horcajadas entre los siglos XV y XVI... y viendo esta serie creada por Neil Jordan uno puede entender perfectamente que Martín Lutero clavase sus 95 tesis en las puertas de la iglesia del palacio de Wittenberg dando inicio a la Reforma Protestante.

Yo creo que a los personajes que pueblan esta fascinante "The Borgias" no les queda ningún pecado por cometer y, en estes entido, lo que seguramente más a interesado a Jordan es la construcción de un estado de normalidad dentro de ese descentrado estado de amoralidad.

El delirio en que se convierten las ambiciones de todo tipo de Alejandro Borgia, soberbiamente interpretado por Jeremy Irons, y el constante juego de ajustes y desajustes que el contacto con la realidad le obliga a jugar bajo la forma de todo tipo de intrigas, conspiraciones y maquinaciones.

Y en este sentido no hay mucha diferencia entre el maravilloso transexual que protagonizaba la maravillosa "Desayuno en Plutón" con el estresado y atribulado Papa que protagoniza esta serie que, desgraciadamente, llega a su fin en esta su tercera temporada que para mi gusto es la mejor de todas.

No se pueden cruzar más líneas en esta tercera temporada

Si en la segunda Jordan dejó de implicarse en la dirección y escritura de los capítulos, en esta participa de manera casi total plasmando ese sello tan personal de autor y, para mi gusto, haciendo de Micheletto, el asesino homosexual servidor fiel de César Borgia, uno de sus mejores personajes, la quintaesencia de esa tragedia romántica que con mejor o peor humor sus personajes transgresores llevan consigo.

Brillante.


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