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THE HOT ROCK
Pasmoso... Midiendo y contando... El verdadero programa de televisión es, será, desde ahora, Uribarri viendo Eurovisón, sorteando y anotando concienzudamente todos los torpedos claramente lanzados contra él... por el San Cipriano de turno.
Presento esta sugerencia para un nuevo reality.
Allí, donde se juntan el todo con la nada, hay lugar para un dios y también para para un vacío que va más allá de la nada, para la absoluta inconsciencia atemporal que es pura inexistencia.
Nadie tiene ni puta idea de lo que hay más allá del último latido y el grado en que uno esté seguro de la realidad de aquello que se va a encontrar al final de ese pequeño viaje, que dura lo que tarda en desvanecerse el eco del último latido del corazón, equivale al grado de la propia locura.
No tenemos más que suposiciones, convicciones y fes varias para poner sobre la mesa de nuestra incertidumbre, de nuestro desconcierto ante la inevitable limitación de nuestro existir.
Antonio Vega ya lo sabe... o no.
Y es una lastima que no pueda componernos una de sus suaves y delicadas canciones, que nunca han dejado de saberme a visillos agitados por el viento, para arrojarnos un poco de su hermosa y maldita oscuridad al respecto.
Hay una lectura gótica del espacio profundo... Una inmensa e interminable extensión de oscuridad por la que vagar como un holandés errante en busca de la redención.
En este sentido, el espacio es como el mar. Un lugar en el que desaparecer sin dejar rastro con la personal e intransferible carga de la propia maldición, pero también un lugar donde, de cuando en cuando, topar con aquellos que han decidido desaparecer.
Pero, y también por su propia condición de inabarcable, el espacio también es el perfecto lugar para topar con lo extraordinario, con lo inexplicable y misterioso. En su insondable profundidad precisamente hay lugar para todo, incluso para aquello que va más allá de la propia imaginación.
Ese era el principal atractivo de Star Trek como serie.
Para Gene Roddenberry, su creador, el espacio era la última frontera, un mágico lugar donde convergen las sombras de lo gótico con el destello vital de la aventura, William Hope Hodgson o H. P. Lovecraft con Emilio Salgari o Zane Grey... Y ahora, el genio televisivo J.J. Abrams, responsable de la revisión y tuneado de la interminable saga, intenta enlazar con ese espíritu de la aventura romántica en toda la extensión de la palabra.
En este sentido, el comienzo de la película resulta fascinante. La nave romulana emergiendo del vórtice espacio temporal como un enorme kraken que extiende sus tentáculos como un aviso de peligro para la nave de la federación y un villano, el capitán Nero, que la gobierna recordándonos a perdidos personajes de Josepn Conrad o Robert Louis Stevenson o Julio Verne que vagan perdidos en su propio laberinto y en busca de la liberación por las interminable extensión del continuo espacio temporal.
La propuesta es fantástica, pero, y en cuanto aparecen los adolescentes Kirk y Spock, uno se encuentra de pronto sumido en la decepción ante una historia que abandona lo mejor de si misma para darnos una convencional e iniciática trama de personajes adolescentes en busca de sí mismos, de su sentido, resultando todo demasiado convencional, oliendo a cientos de historias parecidas en la que el joven nos demuestra lo equivocado que está el mundo con respecto a él. Kirk y Spock se convierten en rebeldes que tienen una causa que en un principio no resulta tan aparente para los adultos que les rodean... El mismo rollo de siempre...
No obstante, la película resulta entretenida... si uno consigue superar esa decepción. Abrams tiene talento para contar historias y la película muestra en todo momento el dinero que ha costado. Resulta espectacular en alguna de sus escenas, pero, eso sí, un espectáculo desprovisto de la oscura magia que prometía mostrarnos.
Aunque, y pese a todo, mi voto personal es claro: la nave insignia de la flota estelar no debería estar en manos de un adolescente...
No soy antropólogo, pero, seguramente, en el origen del deporte está la canalización de la violencia intrínseca a toda sociedad por mecanismos y caminos que permitieran continuar con la altruista construcción de ese grupo vehiculizando los inevitables roces y fricciones entre egoismos. Por eso, el deporte y la violencia siempre están demasiado cerca. Todos los que hacemos deporte a un nivel u otro sabemos que siempre hay un componente de lucha, de enfrentamiento con el otro en busca de su superación y de la consiguiente victoria. Juegues a lo que juegues, siempre encontrarás enfrente de ti a un rival al que debes superar por fuerza, habilidad y carácter, o por una combinación exitosa de cualquiera de esos tres aspectos.
Y para la lucha siempre es importante la motivación, la arenga del general a sus soldados como la oración funebre que Pericles dedicó a los atenienses caídos que el historiador Tucidides decidió contarnos en su "Historia de la Guerra del Peloponeso". Salvando las distancias, un entrenador tiene ese componente aglutinador y motivador de las voluntades tanto por sus acciones como por sus palabras. Y en ese sentido, el futbol está lleno de grandes entrenadores con grandes discursos en el momento de la arenga final.
Las palabras de Guardiola a sus chicos antes de comenzar la segunda parte de una semifinal que perdían por un gol pasará a la historía, por lo menos a la mía.
Tenemos que ser fieles a nosotros mismos. Tenemos que seguir jugando, tocando, asociándonos, ... Si no ganamos es que no estaba escrito que hoy debiéramos ganar. Pero si lo hacemos, lo habremos hecho porque hemos creído en nosotros mismos hasta el final....
Guardiola es un gran tipo.
Siempre tiene grandes palabras y éso es porque tiene grandes cosas en la cabeza.
No hay más que ver a su equipo sobre el campo.
Los pequeños siguieron tocando y tocando, asociándose y asociándose, intentando escalar el Himalaya muscular de los jugadores del Chelsea. Parecía que no... pero, en el último minuto del último instante, el trallazo de Iniesta.
El gol soñado entrando imparable por la escuadra.
El éxtasis del gol, de haber podido... La magia emergiendo como la espuma de un oceáno de sudor, voluntad y esfuerzo.
Pero también la lección moral, el ejemplo para la vida, que tan grande hace al deporte.
Enhorabuena Barcelona!
No he hablado mucho de The Shield... y eso que puntualmente he devorado sus seis temporadas en cuanto he tenido la menor ocasión.
La serie cuenta las historias de los policias destinados en The Barn, una de las comisarías mas conflictivas de la ciudad de Los Angeles. Pero sobre todo ha acabado centrada en las peripecias, no siempre muy decentes, del Grupo de Asalto comandado por el duro y ambivalente Vic Mackey.
El Grupo de Asalto es una unidad especial que combate la violencia entre bandas y los hombres de Mackey siempre están metidos hasta el cuello en incidentes violentos entre grupos rivales. Esa continua lucha ha hecho que para los policias del Grupo de Asalto la línea que separa el bien del mal se difumine.
Los dos pies de Mackie nunca están en el mismo lado de la línea. En algunas ocasiones porque, para Mackie, el fin justifica los medios y está dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de resolver un problema... y las que garantizan una solución rápida y eficaz no siempre son muy legales. En otras, porque la humana condición de Mackie no está libre de tentaciones y mucho menos de caer en ellas.
El resultado es una trama de causas, azares y deudas que ha acabado con el Grupo de Asalto mucho más lejos, y desde el lado del mal, de la línea que separa a los buenos de los malos. Y en la sexta temporada las cosas empiezan a ser insostenibles.
The Shield es un de las mejores series de policías que se han hecho nunca. Su estilo es directo, casi documental, casi siempre con encuadres apurados, vibrantes, rápidos y su fondo está a la altura de la forma.
No hay retórica ni rodeos en The Shield.
Las calles que pisan Mackey y sus hombres respiran un presente acuciante y escaso que puede terminar en cualquier momento.
Un clavo saca otro clavo.
Un agente de la interpol (Clive Owen) y una agente de la oficina del fiscal de Nueva York (Naomi Watts) se enfrentan al inmenso poder omnímodo de un banco internacional cuyo alargado brazo alcanza los más apartados lugares de las alcantarillas mundiales.
"The international" es un thriller con todas las de la ley. Trama interesante, secuencias de acción bien resueltas, buenas interpretaciones, un cierto suspense, algún que otro giro inesperado, .... Una de esas películas que no decepciona y que siempre apetece ver.
Además, aporta una cierta originalidad que está llena de interés. En este tipo de historias siempre hay un héroe individual que se enfrenta a solas al poder de esa organización. La necesidad de hacer justicia le impulsa. Se convierte en un medio, un fin o las dos cosas. Pero en "The International" esa justicia ya no es posible por la acción única del héroe. Ahora, en el siglo XXI hacen falta aliados cuyos intereses puedan servirse de la misión en que se encuentra el protagonista. Ambos salen beneficiados, el aliado elimina a un competidor y el héroe hace la justicia que tanto ha buscado.
El mensaje de "The international" es cinico y nihilista.
Si alguna vez lo ha sido, ahora, menos que nunca, la justicia ya no es posible por si misma, sino como parte de un juego de intereses mayor en el que la moral es sólo una variable más a considerar... y no precisamente de las más relevantes, aunque para nuestro héroe sea la principal razón de su existir como personaje en una trama que sólo y siempre le ha necesitado únicamente como peón.
En ese aspecto, me recuerda a los policías de "The wire" constantemente enfrentados a una realidad infraestructural que rige la vida de la ciudad. Una realidad que nada tiene que ver con los discursos superestructurales basados en la moralidad y la justicia y que está basada en la costante fricción de los intereses, en el conflicto y la asociación en busca del mayor beneficio posible sin mirar hacia arriba (al mundo perfecto de las ideas), sin mirar hacia atrás (a los humillados y los ofendidos).
Los garantes de esa moralidad y esa justicia que, sin embargo, todas las mañanas hay que publicar para que la sociedad siga en marcha, de algún modo, como nuestro héroe al final de la película, siempre se sienten burlados.
Un clavo saca otro clavo.
Interesante.