“En un ensayo sobre los orígenes del arte moderno de la belle époque europea, sugerí una vez que se entendía mejor como resultado de un campo de fuerzas triangulado por tres coordenadas: una economía y una sociedad que aún eran industriales sólo a medias y en las que el orden dominante seguía siendo en gran medida agrario o aristocrático; una tecnología de inventos espectaculares, cuyo impacto era todavía reciente o incipiente, y un horizonte político abierto, en el que muchos esperaban o temían algún tipo de levantamientos revolucionarios contra el orden dominante. En el espacio así delimitado podía desencadenarse una gran variedad de innovaciones artísticas: el simbolismo, el imaginismo, el expresionismo, el cubismo, el futurismo, el constructivismo; algunos explotaban la memoria clásica o los estilos patricios, otros se sentían atraídos por una poética de la nueva maquinaria, otros aún se entusiasmaban con visiones de la revuelta social, pero nadie vivía en paz con el mercado como principio organizador de una cultura moderna: en este sentido, eran prácticamente sin excepción antiburgueses.
La Primera Guerra Mundial, al destruir los antiguos regímenes de Rusia, Austria-Hungría y Alemania y debilitar a los terratenientes de otras partes, modificó esas condiciones pero no las abolió. Las clases altas europeas y su train de vie seguían más o menos como antes; las formas avanzadas de organización industrial y consumo de masas -el fordismo de Gramsci- permanecían restringidas en gran medida a los Estados Unidos; la revolución y la contrarrevolución se enfrentaban en batalla abierta desde el Vístula hasta el Ebro. En tales condiciones, continuaban surgiendo formas y movimientos de vanguardia de gran vigor: la Opojaz de Rusia, la Bauhaus en Alemania, el surrealismo en Francia. La censura vino con la Segunda Guerra Mundial, cuyo desenlace destruyó en la mayor parte del continente las viejas élites agrarias y su modo de vida, instaló en el Oeste unas democracias capitalistas estables y los bienes de consumo estandarizados, y destripó los ideales de la revolución en el Este. Una vez desaparecidas todas las fuerzas que lo habían estimulado históricamente, el élan del arte moderno se agotó. Había vivido de lo asincrónico, de lo que era pasado o futuro dentro del presente, y murió con la llegada de lo puramente contemporáneo: el monótono estado de estabilidad del orden atlántico de la posguerra. De ahí en adelante, todo arte que aún quería ser radical estaba destinado rutinariamente a la integración comercial o a la cooptación institucional.”
La Primera Guerra Mundial, al destruir los antiguos regímenes de Rusia, Austria-Hungría y Alemania y debilitar a los terratenientes de otras partes, modificó esas condiciones pero no las abolió. Las clases altas europeas y su train de vie seguían más o menos como antes; las formas avanzadas de organización industrial y consumo de masas -el fordismo de Gramsci- permanecían restringidas en gran medida a los Estados Unidos; la revolución y la contrarrevolución se enfrentaban en batalla abierta desde el Vístula hasta el Ebro. En tales condiciones, continuaban surgiendo formas y movimientos de vanguardia de gran vigor: la Opojaz de Rusia, la Bauhaus en Alemania, el surrealismo en Francia. La censura vino con la Segunda Guerra Mundial, cuyo desenlace destruyó en la mayor parte del continente las viejas élites agrarias y su modo de vida, instaló en el Oeste unas democracias capitalistas estables y los bienes de consumo estandarizados, y destripó los ideales de la revolución en el Este. Una vez desaparecidas todas las fuerzas que lo habían estimulado históricamente, el élan del arte moderno se agotó. Había vivido de lo asincrónico, de lo que era pasado o futuro dentro del presente, y murió con la llegada de lo puramente contemporáneo: el monótono estado de estabilidad del orden atlántico de la posguerra. De ahí en adelante, todo arte que aún quería ser radical estaba destinado rutinariamente a la integración comercial o a la cooptación institucional.”
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