A estas alturas de la película no tengo la menor duda de que, para mi gusto, no es posible la magia sobre la pantalla y en la sala oscura sin un buen texto ni unos buenos actores con la suficiente sensibilidad como para procesarlo. En este sentido, "Le week-end" reune esos dos requisitos de manera sobresaliente. Parece hecha para un tipo como yo y por eso la he disfrutado de principio a fin.
Dirigida por Roger Michell y escrita por el gran Hanif Kureishi, la película nos cuenta el viaje al corazón de una relación que un matrimonio, magníficos Lyndsay Duncan y Jim Broadbent, en las puertas de la respectiva vejez realiza con las ciudad de Paris como excusa.
Muchos sentimientos se ponen bastante descarnadamente sobre el tapete a lo largo de la historia. Sentimientos que tienen que ver con el inevitable paso del tiempo y la complicada sensación de haber aprovechado dela mejor manera posible ese tiempo que se acaba. Sentimientos que convierten la relación que desde hace 30 años mantienen Nick y Meg en un espacio donde ambos ventilan sus deseos, esperanzas, decepciones y frustraciones.
Y como consecuencia de ese juego, el otro convertido sucesivamente, en un baile infinito, en chivo expiatorio o clavo ardiendo sobre los que descansar el excesivo peso de los demonios personales.
En definitiva, y para los que ya tenemos una edad, la vida misma.
No obstante, la presentación de esta compleja y ya irresoluble relación de amor-odio que viven Nick y Meg no es el único atractivo de esta historia que consigue el difícil milagro de la clínica disección de una relación de largo recorrido, un milagro que para mi gusto está a la altura del mejor y último Bergman, sino que consigue trascender ese amargor lacerante con un delicioso y melancólico sentido del humor que se disfruta y hasta agradece a este matrimonio de Birmingham en su última cabalgada por la ciudad de Paris.
Pero la lectura de la película no se acaba ahí, porque Nick y Meg pertenecen a una determinada generación, la que fue joven en la década de los 60 del siglo pasado. No en vano Nick sigue escuchando a Dylan en su MP3 como si el tiempo no hubiera pasado sobre él... Y es aquí donde el tercer personaje en discordia, el Morgan que Jeff Goldblum interpreta con mucho talento y muchisimo sentido del humor, cobra todo su valor.
Procediendo del mismo origen rebelde y contracultural, los caminos de Morgan y Nick se han distanciado. Mientras Nick apuesta por la modestia de una vida vivida en las afueras del éxito material, preocupado por otras cosas en tanto las facturas se lo permiten, Morgan se embarca en un viaje en pos de un éxito material que le he llevado a olvidarse del peso de las facturas desde su confortable y lujoso piso de la Rue Rivoli.
Y es en esta contraposición donde el drama de Nick se hace más patente porque la posibilidad de perder a Meg en ese incesante juego sadomasoquista en que se ha convertido su relación deviene, y enfrentado al éxito material de Morgan que acumula con ostentación mujeres y dinero, en la posibilidad de su fracaso vital más total y absoluto.
Así, y de una manera un poco maniquea, bastante esquemática pero muy efectiva, "Le week-end" intenta ser la crónica melancólica de toda una generación que, intentando cambiar el mundo, descubre cuánto el mundo les ha cambiado a ellos.
Ofrece mucha riqueza y muchos niveles para ser sentida esta película de Roger Michell que con mucha delicadeza ofrece un mensaje muy nihilista y desolador que habla de la absoluta caducidad de las ideas y de los sentimientos, pero también en esa enloquecida fuerza de desaliento, como escribe el poeta Angel Gonzalez, en que el tiempo nos convierte si pasa sobre nuestro ser y estar lo suficiente.
Brillante.
Dirigida por Roger Michell y escrita por el gran Hanif Kureishi, la película nos cuenta el viaje al corazón de una relación que un matrimonio, magníficos Lyndsay Duncan y Jim Broadbent, en las puertas de la respectiva vejez realiza con las ciudad de Paris como excusa.
Muchos sentimientos se ponen bastante descarnadamente sobre el tapete a lo largo de la historia. Sentimientos que tienen que ver con el inevitable paso del tiempo y la complicada sensación de haber aprovechado dela mejor manera posible ese tiempo que se acaba. Sentimientos que convierten la relación que desde hace 30 años mantienen Nick y Meg en un espacio donde ambos ventilan sus deseos, esperanzas, decepciones y frustraciones.
Y como consecuencia de ese juego, el otro convertido sucesivamente, en un baile infinito, en chivo expiatorio o clavo ardiendo sobre los que descansar el excesivo peso de los demonios personales.
En definitiva, y para los que ya tenemos una edad, la vida misma.
No obstante, la presentación de esta compleja y ya irresoluble relación de amor-odio que viven Nick y Meg no es el único atractivo de esta historia que consigue el difícil milagro de la clínica disección de una relación de largo recorrido, un milagro que para mi gusto está a la altura del mejor y último Bergman, sino que consigue trascender ese amargor lacerante con un delicioso y melancólico sentido del humor que se disfruta y hasta agradece a este matrimonio de Birmingham en su última cabalgada por la ciudad de Paris.
Pero la lectura de la película no se acaba ahí, porque Nick y Meg pertenecen a una determinada generación, la que fue joven en la década de los 60 del siglo pasado. No en vano Nick sigue escuchando a Dylan en su MP3 como si el tiempo no hubiera pasado sobre él... Y es aquí donde el tercer personaje en discordia, el Morgan que Jeff Goldblum interpreta con mucho talento y muchisimo sentido del humor, cobra todo su valor.
Procediendo del mismo origen rebelde y contracultural, los caminos de Morgan y Nick se han distanciado. Mientras Nick apuesta por la modestia de una vida vivida en las afueras del éxito material, preocupado por otras cosas en tanto las facturas se lo permiten, Morgan se embarca en un viaje en pos de un éxito material que le he llevado a olvidarse del peso de las facturas desde su confortable y lujoso piso de la Rue Rivoli.
Y es en esta contraposición donde el drama de Nick se hace más patente porque la posibilidad de perder a Meg en ese incesante juego sadomasoquista en que se ha convertido su relación deviene, y enfrentado al éxito material de Morgan que acumula con ostentación mujeres y dinero, en la posibilidad de su fracaso vital más total y absoluto.
Así, y de una manera un poco maniquea, bastante esquemática pero muy efectiva, "Le week-end" intenta ser la crónica melancólica de toda una generación que, intentando cambiar el mundo, descubre cuánto el mundo les ha cambiado a ellos.
Ofrece mucha riqueza y muchos niveles para ser sentida esta película de Roger Michell que con mucha delicadeza ofrece un mensaje muy nihilista y desolador que habla de la absoluta caducidad de las ideas y de los sentimientos, pero también en esa enloquecida fuerza de desaliento, como escribe el poeta Angel Gonzalez, en que el tiempo nos convierte si pasa sobre nuestro ser y estar lo suficiente.
Brillante.