Esta "Noé" de Darren Aronofsky es una película que me ha sorprendido.
Esperando la habitual banalización y aplanado de los temas que caracterizan a las historias que sustentan los productos del cine comercial norteamericano sorprende encontrar una superproducción que toque temas tan complejos y adultos como los que se ventilan en "Noé".
Todos conocemos la historia y Darren Aronofsky despliega, con acierto este argumento milenario protagonizado por un hombre justo que escucha y obedece la palabra de su Dios.
Hasta ahí todo correcto. Estamos ante un héroe, pero, poco a poco, la historia empieza a presentarnos un retrato matizado del personaje. Lentamente, la sombra del personaje irrumpe, para apoderarse de la historia en una sorprendente y más que interesante segunda parte que emparenta a Noé con el Capitán Achab de "Moby Dick".
Ya dentro del arca y en medio del diluvio, la historia edificante se convierte en un oscuro relato de pesadilla sustentado por una metafísica terrible que pone en escena las limitaciones constitutivas del ser humano, limitaciones que nos convierten en una especie siempre caminando sobre la delgada línea que separa el bien del mal, en trance siempre de caer a un lado o a otro de la manera más insospechada.
Al final Noé, el hombre justo que Dios ha elegido, estalla abrumado por el inconmensurable peso de la tarea que se le ha encomendado.
Ante los ojos del espectador se convierte en un peligroso fundamentalista que sólo atiende a una razón que cada vez más es sinrazón, ante los espantados ojos de su mujer e hijos.
Pero los designios de ese señor todopoderoso, que no existe, son inescrutables y su silencio, como consecuencia de su no existencia, es una constante.
El resultado siempre es un vacío de sentido que el ser humano debe completar desde esa insoportable levedad que, para bien o para mal, le caracteriza y de la que el novelista Milan Kundera tan bien escribió.
En este sentido, Aronofsky quiere mostrarnos el peso que ejerce la verdad absoluta sobre aquel que es pequeño, humano y relativo.
Y una vez más el talento de Russell Crowe como actor expresa a la perfección ese eterno conflicto desgarrador que nos acompaña a todos y cada uno de nosotros... especialmente cuando aparece la duda ante la exposición de las razones que mueven a los otros.
Todo este planteamiento aparece poderoso y oscuro en esta "Noé" de Darren Aronofsky que hasta cierto punto recuerda a su película anterior "The Black Swan" puesto que ambas son protagonizadas por dos personajes desgarrados por un poderoso conflicto interior que les convierte en campo de batalla de la eterna lucha del bien contra el mal.
Al final, en esa lucha, la duda siempre es un aliado del bien.
Y siempre hay algo maligno en la certeza absoluta, en la total y completa incapacidad para modificar los propios planteamientos.
En realidad, Dios calla porque en el fondo no tiene ni idea de lo que significa estar vivo. Y una buena razón para descubrir su no existencia es su preferencia por las arrasadoras verdades absolutas que tan poco tienen que ver con la verdadera esencia de la vida.
En el dudar, el escuchar, el sentir, el reflexionar, el dialogar se encuentra la verdadera divinidad y es intrinsecamente humana.
Interesante.
Esperando la habitual banalización y aplanado de los temas que caracterizan a las historias que sustentan los productos del cine comercial norteamericano sorprende encontrar una superproducción que toque temas tan complejos y adultos como los que se ventilan en "Noé".
Todos conocemos la historia y Darren Aronofsky despliega, con acierto este argumento milenario protagonizado por un hombre justo que escucha y obedece la palabra de su Dios.
Hasta ahí todo correcto. Estamos ante un héroe, pero, poco a poco, la historia empieza a presentarnos un retrato matizado del personaje. Lentamente, la sombra del personaje irrumpe, para apoderarse de la historia en una sorprendente y más que interesante segunda parte que emparenta a Noé con el Capitán Achab de "Moby Dick".
Ya dentro del arca y en medio del diluvio, la historia edificante se convierte en un oscuro relato de pesadilla sustentado por una metafísica terrible que pone en escena las limitaciones constitutivas del ser humano, limitaciones que nos convierten en una especie siempre caminando sobre la delgada línea que separa el bien del mal, en trance siempre de caer a un lado o a otro de la manera más insospechada.
Al final Noé, el hombre justo que Dios ha elegido, estalla abrumado por el inconmensurable peso de la tarea que se le ha encomendado.
Ante los ojos del espectador se convierte en un peligroso fundamentalista que sólo atiende a una razón que cada vez más es sinrazón, ante los espantados ojos de su mujer e hijos.
Pero los designios de ese señor todopoderoso, que no existe, son inescrutables y su silencio, como consecuencia de su no existencia, es una constante.
El resultado siempre es un vacío de sentido que el ser humano debe completar desde esa insoportable levedad que, para bien o para mal, le caracteriza y de la que el novelista Milan Kundera tan bien escribió.
En este sentido, Aronofsky quiere mostrarnos el peso que ejerce la verdad absoluta sobre aquel que es pequeño, humano y relativo.
Y una vez más el talento de Russell Crowe como actor expresa a la perfección ese eterno conflicto desgarrador que nos acompaña a todos y cada uno de nosotros... especialmente cuando aparece la duda ante la exposición de las razones que mueven a los otros.
Todo este planteamiento aparece poderoso y oscuro en esta "Noé" de Darren Aronofsky que hasta cierto punto recuerda a su película anterior "The Black Swan" puesto que ambas son protagonizadas por dos personajes desgarrados por un poderoso conflicto interior que les convierte en campo de batalla de la eterna lucha del bien contra el mal.
Al final, en esa lucha, la duda siempre es un aliado del bien.
Y siempre hay algo maligno en la certeza absoluta, en la total y completa incapacidad para modificar los propios planteamientos.
En realidad, Dios calla porque en el fondo no tiene ni idea de lo que significa estar vivo. Y una buena razón para descubrir su no existencia es su preferencia por las arrasadoras verdades absolutas que tan poco tienen que ver con la verdadera esencia de la vida.
En el dudar, el escuchar, el sentir, el reflexionar, el dialogar se encuentra la verdadera divinidad y es intrinsecamente humana.
Interesante.