Por encima de todo, "Los unos y los otros" es una película edificante que utiliza como fórmula el cine como espectáculo.
A lo largo de tres horas de duración, la película describe el tránsito desde la dividida Europa de la II Guerra Mundial a la unificada Europa de la década de los ochentas del siglo pasado, expresando esa unión en una memorable representación del Bolero de Ravel con los Campos Eliseos como fondo. Este tránsito es encarnado por las sucesivas generaciones de cuatro familias: una francesa, otra rusa, otra alemana y otra norteamericana.
Para mi gusto, "Los unos y los otros" es una de las películas más personales de su director Claude Lelouch, judío de raza, quién se describe a sí mismo en muchas ocasiones como un superviviente de una guerra que podría haberle matado en cualquier momento.
Y su razón de ser quizá sea hacer desaparecer de una vez por todas los fantasmas de enfrentamientos que convivieron y alimentaron los días y las noches de varias generaciones de europeos.
En este sentido, toda las historias que se nos cuentan culminan en ese final mágico con la música de Ravel como fondo y en el que no hay lugar para nada más que el disfrute y la reconciliación.
"Los unos y los otros" se mueve con soltura en lo macro pero también en lo micro, descendiendo al detalle de cada una de las historias, de cada uno de los personajes quienes cuentan sin excepción con su momento de contribución a la llegada de ese final apoteósico con el que la película termina.
Y uno puede sentir en cada instante de la película la mirada agradecida de Lelouch, una mirada humanista y poderosa que no pierde de vista lo esencial del esfuerzo del ser humano en el tiempo.
Nada ha sido en vano y todo es para bien tanto para los unos como para los otros.
Así, Lelouch sintoniza con ese sentimiento de final de la historia tan característico de los ochentas del siglo pasado, una de las máscaras de la revolución neoliberal que Lelouch entiende desde su lado más positivo: el triunfo de lo constructivo como consecuencia del trabajo de los individuos en el tiempo.
Un emocionante mensaje intergeneracional que Lelouch refuerza haciendo que los mismos actores interpreten a padres y a hijos.
Eran buenos tiempos.
Eran otros tiempos.
Imprescindible.
A lo largo de tres horas de duración, la película describe el tránsito desde la dividida Europa de la II Guerra Mundial a la unificada Europa de la década de los ochentas del siglo pasado, expresando esa unión en una memorable representación del Bolero de Ravel con los Campos Eliseos como fondo. Este tránsito es encarnado por las sucesivas generaciones de cuatro familias: una francesa, otra rusa, otra alemana y otra norteamericana.
Para mi gusto, "Los unos y los otros" es una de las películas más personales de su director Claude Lelouch, judío de raza, quién se describe a sí mismo en muchas ocasiones como un superviviente de una guerra que podría haberle matado en cualquier momento.
Y su razón de ser quizá sea hacer desaparecer de una vez por todas los fantasmas de enfrentamientos que convivieron y alimentaron los días y las noches de varias generaciones de europeos.
En este sentido, toda las historias que se nos cuentan culminan en ese final mágico con la música de Ravel como fondo y en el que no hay lugar para nada más que el disfrute y la reconciliación.
"Los unos y los otros" se mueve con soltura en lo macro pero también en lo micro, descendiendo al detalle de cada una de las historias, de cada uno de los personajes quienes cuentan sin excepción con su momento de contribución a la llegada de ese final apoteósico con el que la película termina.
Y uno puede sentir en cada instante de la película la mirada agradecida de Lelouch, una mirada humanista y poderosa que no pierde de vista lo esencial del esfuerzo del ser humano en el tiempo.
Nada ha sido en vano y todo es para bien tanto para los unos como para los otros.
Así, Lelouch sintoniza con ese sentimiento de final de la historia tan característico de los ochentas del siglo pasado, una de las máscaras de la revolución neoliberal que Lelouch entiende desde su lado más positivo: el triunfo de lo constructivo como consecuencia del trabajo de los individuos en el tiempo.
Un emocionante mensaje intergeneracional que Lelouch refuerza haciendo que los mismos actores interpreten a padres y a hijos.
Eran buenos tiempos.
Eran otros tiempos.
Imprescindible.