Si "El Ala Oeste de la Casa Blanca" de Aaron Sorkin nos mostraba cómo la política debería ser, "House of Cards" opta por el sensacionalismo de mostrarnos la política tal y como imaginamos que es: un tortuoso y complejo territorio donde sólo el más fuerte se impone convertido en un lobo para el resto de los hombres.
Basada en una serie de la BBC de principio de la década de los noventas del siglo pasado, "House of Cards" nos cuenta el lento madurar del plan que Francis Underwood, el jefe de la mayoría demócrata en el Congreso de los Estados Unidos, lleva a cabo contra los suyos por negarle el puesto de Secretario de Estado.
Y Underwood además es Kevin Spacey y este lo hace suyo con su habitual ductilidad camaleónica sin estridencias, un talento que le permite cambiar de piel con sólo una mirada.
Él, su conspiración, son el protagonista absoluto de "House of Cards" convertida en la presentación por encima de todos los límites del absoluto despliegue de una ambición, la de Underwood.
Todo gira alrededor del protagonista quién en una manifestación de ese absoluto dominio se dirige al espectador y le interpela con comentarios que son las notas al pie de página del texto que se le narra, Como si en su insaciable afán de control, el propio Underwood tratase también de manipular al espectador ganandoselo para su causa bajando del escenario de cuando en cuando y situándose a la altura de quienes le contemplan.
Y sin duda lo mejor que tiene la serie es el progresivo descubrimiento que el espectador hace de encontrarse dentro del plan de Underwood, un plan ambicioso y retorcido cuyo final es la Sala Oval de la Casa Blanca, que todo va mucho más allá de una simple venganza por despecho y que, quizá, quién sabe, el propio despecho forme parte de ese infinito plan que tiene la forma física de Underwood.
En cualquier caso, "House of Cards" ofrece al espectador la posibilidad de subir a lo mas alto en compañía de Francis Underwood, un verdadero y autentico lobo para los hombres y mujeres que le rodean parafraseando la vieja frase de Hobbes.
Entretenida.
Basada en una serie de la BBC de principio de la década de los noventas del siglo pasado, "House of Cards" nos cuenta el lento madurar del plan que Francis Underwood, el jefe de la mayoría demócrata en el Congreso de los Estados Unidos, lleva a cabo contra los suyos por negarle el puesto de Secretario de Estado.
Y Underwood además es Kevin Spacey y este lo hace suyo con su habitual ductilidad camaleónica sin estridencias, un talento que le permite cambiar de piel con sólo una mirada.
Él, su conspiración, son el protagonista absoluto de "House of Cards" convertida en la presentación por encima de todos los límites del absoluto despliegue de una ambición, la de Underwood.
Todo gira alrededor del protagonista quién en una manifestación de ese absoluto dominio se dirige al espectador y le interpela con comentarios que son las notas al pie de página del texto que se le narra, Como si en su insaciable afán de control, el propio Underwood tratase también de manipular al espectador ganandoselo para su causa bajando del escenario de cuando en cuando y situándose a la altura de quienes le contemplan.
Y sin duda lo mejor que tiene la serie es el progresivo descubrimiento que el espectador hace de encontrarse dentro del plan de Underwood, un plan ambicioso y retorcido cuyo final es la Sala Oval de la Casa Blanca, que todo va mucho más allá de una simple venganza por despecho y que, quizá, quién sabe, el propio despecho forme parte de ese infinito plan que tiene la forma física de Underwood.
En cualquier caso, "House of Cards" ofrece al espectador la posibilidad de subir a lo mas alto en compañía de Francis Underwood, un verdadero y autentico lobo para los hombres y mujeres que le rodean parafraseando la vieja frase de Hobbes.
Entretenida.