domingo, febrero 28, 2010

IF THEY MOVE KILL'EM!

La principal sensación que me deja la lectura de esta biografía del director de cine norteamericano Sam Peckinpah es la de un hombre cuya actitud vital bien podía pasar perfectamente por los modos y las formas de los personajes que protagonizan sus películas.

Como en todo creador que se precie hay mucho de él en el Pike Bishop de "Grupo Salvaje" o en el Billy el Niño y en el Pat Garrett de "Pat Garrett y Billy the kid"... Todos y cada uno de esos personajes, con su conflicto ante un mundo que les rebasa, se convierten en proyecciones idealizadas de la propia personalidad compleja y atormentada de Peckinpah. Y son ideales principalmente porque verbalizan los motivos que subyacen en ese conflicto que les llevan a desesperadas batallas por una causa perdida que es la propia.

En un principio, y por origen, hijo de un prestigioso abogado de la costa Oeste, Peckinpah no tenía ningún motivo para convertirse en un "outsider" pero, y de algún modo que el libro de Waddle no consigue presentar de una forma clara (seguramente porque nadie ni el propio Peckinpah tenga una explicación), la biografía del director norteamericano no es otra cosa que un largo viaje hacia la noche en el que la descomposición de un ser humano es la principal protagonista.

Felizmente casado, escritor de éxito, prestigioso realizador televisivo, gran promesa del cine de la década de los sesentas con la fulgurante aparición de "Duelo en la Alta Sierra"... pero nada de éso pareció significar nada para un Peckinpah que se perdía en los pliegues de su propia oscuridad cada vez que repicaban las campanas de su propia medianoche, escapando y enfrentando a sus propios y personales fantasmas.

Al mismo tiempo que crece un exitoso Peckinpah emerge, en paralelo, un oscuro anti-Peckinpah que destruye todo cuanto toca y especialmente la propia carrera con proyectos que siempre resultaban demasiado caros, que siempre se convertían en demasiado difíciles y complejos por mor de un perfeccionismo creativo casi enfermizo, un perfeccionismo que, por ejemplo, le llevó en "Grupo Salvaje" a exigir que el sonido de los disparos de cada arma que se usaba fuera el propio, personal e intransferible.

Da la impresión que el cuerpo y el alma de Peckinpah son el campo de una batalla sin concesiones entre los impulsos destructivos y constructivos, una batalla que duró mientras Peckinpah vivió y en la que nadie que estuviera a su alrededor podía permanecer neutral. Resulta muy gráfica la escena que Waddle cuenta de Peckinpah encerrado en la habitación de su hotel durante el rodaje de "Traiganme la cabeza de Alfredo García" disparando una y otra vez contra su imagen reflejada en el espejo... Ni siquiera su propio reflejo resultaba indemne y quizá, en opinión del director norteamericano, fuese el principal culpable.

No se si es una virtud o defecto del libro, pero Peckinpah se nos muestra como un fascinante misterio capaz de herir, incluso a los que más ama, pero también de crear en el sentido más amplio de la expresión una experiencia artística basada en ese magma emocional que día a día le destruía conminándole en una cada vez más espesa jaula de impenetrable soledad.

Y aunque parezca mentira, la escena final de "Grupo Salvaje", ese momento de locura en el que Pike Bishop decide disparar y disparar dejándose llevar por un primario impulso de violencia tiene mucho de la actitud autodestructiva ante la vida del propio Peckinpah, un impulso que paradójicamente le llevó a construir unas cuantas obras maestras memorables y a dejar un imborrable recuerdo, no precisamente de odio, entre aquellos que le padecieron y conocieron.

Como escribió Jung:

"El hombre creador es un enigma que podríamos dilucidar de varias maneras, aunque siempre sería en vano...
El arte es una especie de impulso innato que se apodera de un ser humano y lo hace su instrumento. El artista no es una persona dotada de libre albedrío que busca sus propios fines, sino que permite al arte realizar sus propios fines por su intermedio. Como ser humano podrá tener caprichos, voluntades y objetivos personales, pero como artista es un hombre en el sentido más elevado, un hombre colectivo, aquel que lleva y moldea la vida psíquica inconsciente del género humano. Para realizar este difícil destino es necesario sacrificar a veces la propia felicidad y todo aquello que hace a la vida digna de ser vivida para el ser humano común...
La vida de un artista sólo puede ser una vida de conflictos, porque en su interior hay dos fuerzas en pugna, por un lado el anhelo natural de felicidad, de satisfacción y seguridad en la vida, por el otro una pasión avasalladora de crear, que puede ir muy lejos, hasta sobrepasar todo deseo personal. La vida del artista, por regla general, es altamente insatisfactoria - por no decir trágica -en el aspecto humano. Difícilmente hay excepciones a la regla de que una persona debe pagar caro el don divino del fuego creador..."
(El hombre moderno en busca de su alma, Carl Gustav Jung)

Jung parecía pensar en Peckinpah cuando escribió estas líneas... Y de algún modo todos los que le conocieron y cuyas opiniones figuran en el libro también tenían la triste sensación de estar ante algo terrible, pero al mismo tiempo se sentían seducidos de forma irremediable ante la bruta manifestación de un talento que, en su pugna por emerger, destruía al propio vehículo de transmisión... su propia vida... su propia persona. Y ese magnetismo impregna de principio a fin toda su obra. Yo mismo siento esa fuerza cada vez que regreso a ella, una obra que con enloquecida lucidez ahonda en las profundidades que constituyen ese complejo misterio llamado ser humano.

Sam Peckinpah es un artista mayor. No me cansaré de decirlo.

El poder de su obra va más allá del cine... Se hunde en la levedad de un ser humano sometido al tremendo efecto destructor que sus propias contradicciones le infringen en un mundo demasiado ancho y demasiado ajeno, dentro de un tiempo que pasa demasiado pronto, que aun así no se cansa de perseguir su propia sombra y que incluso, cuando ya no hay nada que perseguir, la rutina de la propia acción de perseguir termina convirtiéndose en la única, precaria y desesperada seña de identidad.

Lo principal en Peckinpah es telúrico. La conmoción que las imágenes producen porque vehiculizan significados inpronunciables como en la secuencia final de "La balada de Cable Hogue" cuando el coyote bebe en el arroyo y la cámara se aleja para enmarcar la soledad de un espacio vacío.

Acabado para la industria, el propio Peckinpah terminó sus días persiguiendo la posibilidad de una última película aun cuando está quizá no fuese a existir nunca.

Sólo persiguiendo.




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