"El "mercader" azteca no vendía, sino que practicaba el intercambio de dones. El recibía riquezas como don del "jefe de
los hombres" (del soberano, que los españoles llamaron el rey), riquezas que presentaba a los señores de los países por los que pasaba. "Al recibir estos dones, los grandes señores de esta provincia se apresuraban a entregar otros regalos (...) para que luzcan entregados al rey (...)". El soberano regalaba abrigos, enaguas y preciosas blusas de mujer. El "mercader" recibía por ello, como don, plumas de vistosos colores y de variadas formas, piedras talladas de todas clases, conchas, abanicos, paletas de loncha para remover el cacao, pieles de animales salvajes preparadas y adornadas con dibujos. Los objetos que los "mercaderes" aportaban de esta forma de sus viajes no eran considerados por ello como simples mercancías... En estas prácticas, un objeto de intercambio no era una cosa, no estaba condenado a la inercia, a la ausencia de vida del inundo profano. El don que se hacía con él era un signo de gloria, y el objeto mismo era el esplendor de la gloria. Al donarlo, se manifestaba su riqueza y su suerte (su poder)... La economía clásica imaginaba los primeros intercambios en forma de trueque. ¿Cómo iba a creer que, en el origen, un modo de adquisición como el intercambio no respondió a la necesidad de adquirir, sino a la necesidad contraria de perder o de derrocha."
(La parte maldita, Georges Bataille)
No hay comentarios:
Publicar un comentario