Pocos saben morir mejor que los japoneses.
Ese es el curioso pensamiento que me vino a la mente en cuanto terminó "El viento se levanta", la gran joya con la que el maestro japonés Hayao Miyazaki parece que se despide de esa inmensa minoría, como diría el poeta Juan Ramón Jiménez, que es su público.
Dentro de la tradición cultural japonesa existen los haikus a la muerte, pequeñas composiciones en las que samurais, sacerdotes y nobles plasman su última impresión de la vida a propósito del trance final que les aguarda.
Los haikus a la muerte son para mi gusto una de las obras por las que nuestra humanidad quizá merezca ser recordada no sé por qué o quién, en un futuro, atendiendo a sus virtudes y no tanto a sus muchos defectos.
En cualquier caso, esta "El viento se levanta" tiene todo para ser el haiku a la muerte, por lo menos como director, del maestro Miyazaki quién decide no hablar por sí mismo sino a través de la voz del poeta francés Paul Valery.
Porque el titulo de su película forma parte de los versos finales de "El cementerio marino", su gran obra.
Y no es casualidad que Miyazaki escoja esta obra de Valery, del mismo modo que por cierto Jiro, su protagonista, escoge al ingeniero italiano Caproni como referente. No es casualidad porque Valery expresa a lo largo de ese largo poema una tensión hermosa y esencial: la existente entre lo eterno y lo pasajero, entre la esencia y la existencia
Escribe Valery...
¡El viento se levanta! ... ¡Hay que intentar vivir!
Mi libro cierra, inmenso, luego lo vuelve a abrir,
¡De las olas deshechas nuevas olas derivan!
¡Volad, volad vosotras, páginas deslumbradas!
¡Romped, olas! ¡Romped con aguas exaltadas
Este techo tranquilo donde los foques iban!
Esas olas, esas páginas, esas obras, esos aviones de Jiro y, finalmente, esas películas de Miyazaki cuyo ciclo parece cerrarse con esta "El viento se levanta", protagonizan una película que nos conmueve con el encuentro de tres soñadores, Jiro, Nahoko y Caproni, capaces de transformar la realidad en un campo de sueños donde lo que importa es el viento y vivir.
No es casualidad que Miyazaki obvie todas las circunstancias socio-políticas que rodean la vida de los protagonistas, que sucede en el periodo de entreguerras del pasado siglo XX, aspecto que ha sido bastante señalado como un importante inconveniente, cuando no criticado.
Y no es casualidad porque Miyazaki compone un sentido canto hacia la capacidad de soñar y de producir realidades que se asemejen en la medida de lo posible a esos sueños.
Por eso el personaje de Jiro se mueve entre dos ámbitos, el onírico, con sus inolvidables y hermosos encuentros oníricos con Caproni, y el real, con sus encuentros y desencuentros con la maravillosa Nahoko.
Su rollo es otro, una manera de ser pura que reivindica lo mejor del ser humano y que por supuesto tiene muy difícil ser comprendida en este mundo en que vivimos y que estamos construyendo basándonos en lo peor del hombre como animal.
No es un problema de los aviones si matan.
Los aviones como dice Jiro son un sueño hermoso y es aquí donde Miyazaki se limita a dejar una silla vacía para la destrucción sistemática de los sueños hermosos se muestre a través de su ausencia en el propio texto.
Es por esto por lo que pienso que "El viento se levanta" tiene mucho de haiku.
La pèrversión de ese sueño hermoso, como de otros tantos, viene por otro lado.
Toda la distancia que nos separa de Jiro, y su mundo puro de sueños, es la constatación amarga de la pura pérdida de lo mejor de nosotros mismos.
Un poema puede ser un texto, pero también pueden serlo unos personajes con su capacidad para mantenerse intactos en su pureza creadora.
Con las suaves maneras de un haiku, Miyazaki nos cuenta en "El viento se levanta" su última historia, una historia que tiene un anverso precioso pero también un terrible reverso.
La vida misma.
Obra maestra.
Ese es el curioso pensamiento que me vino a la mente en cuanto terminó "El viento se levanta", la gran joya con la que el maestro japonés Hayao Miyazaki parece que se despide de esa inmensa minoría, como diría el poeta Juan Ramón Jiménez, que es su público.
Dentro de la tradición cultural japonesa existen los haikus a la muerte, pequeñas composiciones en las que samurais, sacerdotes y nobles plasman su última impresión de la vida a propósito del trance final que les aguarda.
Los haikus a la muerte son para mi gusto una de las obras por las que nuestra humanidad quizá merezca ser recordada no sé por qué o quién, en un futuro, atendiendo a sus virtudes y no tanto a sus muchos defectos.
En cualquier caso, esta "El viento se levanta" tiene todo para ser el haiku a la muerte, por lo menos como director, del maestro Miyazaki quién decide no hablar por sí mismo sino a través de la voz del poeta francés Paul Valery.
Porque el titulo de su película forma parte de los versos finales de "El cementerio marino", su gran obra.
Y no es casualidad que Miyazaki escoja esta obra de Valery, del mismo modo que por cierto Jiro, su protagonista, escoge al ingeniero italiano Caproni como referente. No es casualidad porque Valery expresa a lo largo de ese largo poema una tensión hermosa y esencial: la existente entre lo eterno y lo pasajero, entre la esencia y la existencia
Escribe Valery...
¡El viento se levanta! ... ¡Hay que intentar vivir!
Mi libro cierra, inmenso, luego lo vuelve a abrir,
¡De las olas deshechas nuevas olas derivan!
¡Volad, volad vosotras, páginas deslumbradas!
¡Romped, olas! ¡Romped con aguas exaltadas
Este techo tranquilo donde los foques iban!
Esas olas, esas páginas, esas obras, esos aviones de Jiro y, finalmente, esas películas de Miyazaki cuyo ciclo parece cerrarse con esta "El viento se levanta", protagonizan una película que nos conmueve con el encuentro de tres soñadores, Jiro, Nahoko y Caproni, capaces de transformar la realidad en un campo de sueños donde lo que importa es el viento y vivir.
No es casualidad que Miyazaki obvie todas las circunstancias socio-políticas que rodean la vida de los protagonistas, que sucede en el periodo de entreguerras del pasado siglo XX, aspecto que ha sido bastante señalado como un importante inconveniente, cuando no criticado.
Y no es casualidad porque Miyazaki compone un sentido canto hacia la capacidad de soñar y de producir realidades que se asemejen en la medida de lo posible a esos sueños.
Por eso el personaje de Jiro se mueve entre dos ámbitos, el onírico, con sus inolvidables y hermosos encuentros oníricos con Caproni, y el real, con sus encuentros y desencuentros con la maravillosa Nahoko.
Su rollo es otro, una manera de ser pura que reivindica lo mejor del ser humano y que por supuesto tiene muy difícil ser comprendida en este mundo en que vivimos y que estamos construyendo basándonos en lo peor del hombre como animal.
No es un problema de los aviones si matan.
Los aviones como dice Jiro son un sueño hermoso y es aquí donde Miyazaki se limita a dejar una silla vacía para la destrucción sistemática de los sueños hermosos se muestre a través de su ausencia en el propio texto.
Es por esto por lo que pienso que "El viento se levanta" tiene mucho de haiku.
La pèrversión de ese sueño hermoso, como de otros tantos, viene por otro lado.
Un poema puede ser un texto, pero también pueden serlo unos personajes con su capacidad para mantenerse intactos en su pureza creadora.
Con las suaves maneras de un haiku, Miyazaki nos cuenta en "El viento se levanta" su última historia, una historia que tiene un anverso precioso pero también un terrible reverso.
La vida misma.
Obra maestra.
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