Se deja ver bien la última película de Richard Curtis, pero hasta un cierto momento. Luego, no me produce otra cosa que rechazo.
El indudable talento del neozelandés para abordar con inteligente desenfado un genero habitualmente ñoño y repollesco vuelve a brillar en una historia que se basa en un tema de moda en el imaginario cinematográfico de nuestro momento: los viajes en el tiempo.
En concreto, Curtis, que como no podía ser de otra forma también ha escrito la película, nos cuenta la historia de Tim, un joven que descubre a través de su padre (interpretado por el gran Billy Nighy con su habitual actitud de desenfado beatnik) que los hombres de su familia pueden viajar en el tiempo.
Y la cosa tiene gracia mientras se mantiene en la anecdota, es decir, en el modo en que Tim se las arregla para utilizar ese superpoder para conseguir conquistar la sonrisa de Mary (Rachel McAdams).
Hasta ahí bien.
Curtis da otra exhibición de su talento para construir personajes estereotipicos atractivos y, desde la inteligencia, construir situaciones con personalidad diferenciada, que siempre tienen algo de distinto y diferente, flotando siempre entre la sonrisa y la ternura.
Aspecto que sin duda está en la base de su éxito.
Otra cosa es cuando la historia abandona la anécdota para situarse en una categoría bastante inquietante.
Porque uno tiene la sensación que Curtis ha decidido volverse coach de prime time, derivando la historia a una especie de barato tratado aterrador de autoayuda sólo apto para cabezas huecas en el que la alegría es malentendida y sobrevalorada, como casi siempre es, en tanto que sentimientos como la tristeza o melancolía son interpretados de manera restrictiva y negativa, como siempre son.
Un horror... pero, y por otro lado, nada nuevo bajo el sol en esta loquilandia nuestra de cada día.
Viendo "Una cuestión de tiempo" no me queda la menor duda de que al cine de Richard Curtis no le viene bien tomarse demasiado en serio.
Esta deriva hacia la búsqueda del sentido de la existencia es, por otra parte, contradictoria con el planteamiento desenfadado que su cine siempre presenta del laberinto de lo sentimental, característica que como comento es una de sus principales virtudes.
Y en este sentido me resulta absolutamente estomagante la felicidad que alcanza su personaje protagonista abrazando encantado la mediocridad del estándar de vida medio de la Europa del consumo.
En cualquier caso, y siendo positivo, "Una cuestión de tiempo" resulta entretenida, uno se entretiene con las ideas y venidas en el tiempo de Tim en busca de la perfección en su relación con Mar, pero, y como digo, sólo hasta cierto punto.
Un poco más adelante de la mitad de la duración de la película, cuando el chico consigue a la chica y empiezan a llegar los hijos, Tim pierde el oremus convirtiéndose en un absurdo y pesado predicador de la inanidad. A partir de entonces la historia empieza a apestar a una suerte de siniestra moralina bien pensante que a mi me llega hasta asustar con su discurso totalizante y previsible de ppt spameada en correo electrónico acerca de la felicidad.
Ese discurso tan masivo y plano en favor de la felicidad, la felicidad del esclavo, es demasiado para mis oidos.
¡Pero qué diablos nos cuentas Tim!
Entretenida... hasta que llega la seriedad como casi siempre mal entendida.
El indudable talento del neozelandés para abordar con inteligente desenfado un genero habitualmente ñoño y repollesco vuelve a brillar en una historia que se basa en un tema de moda en el imaginario cinematográfico de nuestro momento: los viajes en el tiempo.
En concreto, Curtis, que como no podía ser de otra forma también ha escrito la película, nos cuenta la historia de Tim, un joven que descubre a través de su padre (interpretado por el gran Billy Nighy con su habitual actitud de desenfado beatnik) que los hombres de su familia pueden viajar en el tiempo.
Y la cosa tiene gracia mientras se mantiene en la anecdota, es decir, en el modo en que Tim se las arregla para utilizar ese superpoder para conseguir conquistar la sonrisa de Mary (Rachel McAdams).
Hasta ahí bien.
Curtis da otra exhibición de su talento para construir personajes estereotipicos atractivos y, desde la inteligencia, construir situaciones con personalidad diferenciada, que siempre tienen algo de distinto y diferente, flotando siempre entre la sonrisa y la ternura.
Aspecto que sin duda está en la base de su éxito.
Otra cosa es cuando la historia abandona la anécdota para situarse en una categoría bastante inquietante.
Porque uno tiene la sensación que Curtis ha decidido volverse coach de prime time, derivando la historia a una especie de barato tratado aterrador de autoayuda sólo apto para cabezas huecas en el que la alegría es malentendida y sobrevalorada, como casi siempre es, en tanto que sentimientos como la tristeza o melancolía son interpretados de manera restrictiva y negativa, como siempre son.
Un horror... pero, y por otro lado, nada nuevo bajo el sol en esta loquilandia nuestra de cada día.
Viendo "Una cuestión de tiempo" no me queda la menor duda de que al cine de Richard Curtis no le viene bien tomarse demasiado en serio.
Esta deriva hacia la búsqueda del sentido de la existencia es, por otra parte, contradictoria con el planteamiento desenfadado que su cine siempre presenta del laberinto de lo sentimental, característica que como comento es una de sus principales virtudes.
Y en este sentido me resulta absolutamente estomagante la felicidad que alcanza su personaje protagonista abrazando encantado la mediocridad del estándar de vida medio de la Europa del consumo.
En cualquier caso, y siendo positivo, "Una cuestión de tiempo" resulta entretenida, uno se entretiene con las ideas y venidas en el tiempo de Tim en busca de la perfección en su relación con Mar, pero, y como digo, sólo hasta cierto punto.
Un poco más adelante de la mitad de la duración de la película, cuando el chico consigue a la chica y empiezan a llegar los hijos, Tim pierde el oremus convirtiéndose en un absurdo y pesado predicador de la inanidad. A partir de entonces la historia empieza a apestar a una suerte de siniestra moralina bien pensante que a mi me llega hasta asustar con su discurso totalizante y previsible de ppt spameada en correo electrónico acerca de la felicidad.
Ese discurso tan masivo y plano en favor de la felicidad, la felicidad del esclavo, es demasiado para mis oidos.
¡Pero qué diablos nos cuentas Tim!
Entretenida... hasta que llega la seriedad como casi siempre mal entendida.