Es increíble que exista un debate que interpela a la gente de izquierdas sobre la existencia de realidades como Cuba, Venezuela o Corea del Norte y sin embargo no hay debates de la misma intensidad que interpelan a la gente de derechas sobre la existencia de otras realidades políticas como por ejemplo la de Indonesia, abordada por este magnífico documental llamado "The Act of Killing".
Y la respuesta es obvia: no hay que saber nada malo de aquello que Kissinger, creo recordar, llamó "nuestros hijos de puta".
Son impecables.
Bandung es una localidad de Java, isla perteneciente a Indonesia. En 1955 se celebró allí una conferencia internacional que pretendió configurar una tercera fuerza política a nivel mundial en oposición al colonialismo y al orden mundial de la Guerra Fría.
Su principal propósito era crear un punto de vista neutral dentro del por aquel entonces mundo bipolar, pero la política exterior norteamericana siempre vio en este esfuerzo un problema del que los soviéticos sacarían ventaja dudando siempre de las verdaderas intenciones de sus promotores.
Uno de los grandes inspiradores de este movimiento fue Sukarno, líder independentista y primer presidente de una Indonesia independizada de la metrópoli holandesa.
Estrictamente hablando Sukarno no era un demócrata entendiendo esta palabra desde el punto de vista ideal a través del cual los políticos occidentales se contemplan, pero su afán por generar un tercer punto de vista posibilitó que en su país no sólo se desarrollasen planteamientos políticos pro-norteamericanos sino un partido comunista que terminó siendo, con tres millones de afiliados, uno de los partidos comunistas más importantes de aquella época.
Dentro del pensamiento propio de la guerra fría, los Estados Unidos no podían tolerar el riesgo de existencia de un enemigo tan poderoso en un país en cuyo territorio está el Estrecho de Malaca, un punto esencial para la seguridad energética de la región Asia-Pacífico.
Así que, seguramente pensando que se adelantaban a la Unión Soviética en el juego de ajedrez de la geoestrategia, apoyaron un golpe de estado en 1966 de la mano del General Suharto, quién terminó presidiendo hasta casi el final del siglo XX una Indonesia no muy distinta a la de Sukarno, pero alineándola inequívocamente en uno de los bloques, el occidental, eliminando al Partido Comunista Indonesio de la vida del país.
Esta eliminación sucedió en todos los sentidos de la palabra, incluyendo el asesinato de una cantidad en torno al medio millón de indonesios en Java, Sumatra y Bali por ser comunista o tener relación con ellos. Además de encarcelar a unos dos millones de personas que tuvieron la suerte de no ser asesinados.
"The Act of Killing" echa una mirada con inteligencia a esa convenientemente olvidada matanza y lo hace ofreciendo varios niveles de horror.
Por un lado, la propuesta del documental nos ofrece un retrato terrible de aquello que Hannah Arendt llamó,ante la indiferencia de ese gran banalizador llamado occidente, la banalización del mal.
Dado que las desgracias acaecidas en Indonesia sucedieron del lado correcto, no han tenido ningún tipo de cuestionamiento, especialmente dentro de una Indonesia que hasta 1998 estuvo gobernada por el propio Suharto. En este sentido, la matanza de los comunistas es algo del que la sociedad indonesia se enorgullece convirtiéndola en uno de los pilares fundadores del sistema actual.
Los propios asesinos viven con orgullo su genocidio gozando de un terrible prestigio social y sintiendose tan seguros como para rememorar como viejas aventuras de colegas de juventud las ejecuciones de sus victimas.
Además este prestigio social de los asesinos se entrecruza de una perversa manera como modos y maneras de la actual sociedad de consumo. Se me han quedado grabadas las palabras que el protagonista Anwar Congo define las matanzas como un evento social más: "para las matanzas me ponía los vaqueros"... Acojonante.
Por otro lado, "The Act of Killing" ofrece un retrato de las interioridades del régimen clientelar indonesio heredero de Suharto. Grandes magnates de gustos delirantes, políticos corruptos en connivencia con los asesinos convertidos en una fuerza paramilitar que vertebra el propio estado poniendo en orden la sociedad.
Es escalofriante la sonrisa con la que uno de estos empresarios describe el funcionamiento de este sistema: una tierra puede resultar cara si la compras, los gangsters al servicio del régimen siempre la conseguirán más barata.
Hay mucho horror en este nivel: el horror de lo desviado y deforme desde un punto de vista moral convertido en normalidad que como digo tiene muchas manifestaciones a lo largo de las más de dos horas y media de documental.
Los realizadores del documental con inteligencia se mueven por entre los recovecos de un régimen que ni ha sido cuestionado y que ni mucho menos se cuestiona para aprovecharse de la rotunda seguridad con que los bárbaros se muestran como tales y mostrarnos un retrato horripilante por lo bajo que un ser humano puede caer dentro de un entorno de corrupción.
Pero si ésto ya es espectacular el documental redobla la genialidad al intentar utilizar esa seguridad que los asesinos sienten para volverla contra sí mismos pidiéndoles revivir, dramatizar, que no sólo recordar, esas hazañas que ya han devenido en anécdotas que se cuentan los unos a los otros.
Y en este sentido el experimento es también brutal.
Poco a poco el remordimiento y las dudas sobre la corrección moral de lo realizado afloran sobre la superficie de primaria bestialidad que los miembros de estos escuadrones de la muerte muestran casi como un adn diferencial.
Y todo desde la empatía que implica el hecho de recordar, de simular como victimas aquella realidad que vivieron como verdugos.
La lucidez de lo estrictamente humano se impone a la animalidad por la que tantas veces nos dejamos llevar con sólo comprender el estatus de igualdad como seres humanos del verdugo y la victima.
La empatía hace imposible todo esfuerzo de banalización.
Por éso la violencia desde un punto de vista social sólo funciona con los otros, no entre los nuestros. Y es estrictamente fundamental desnaturalizar a aquel que va a ser objeto de aquella convirtiéndolo en un otro que nada tiene que ver con los nuestros.
Por eso tan importantes como la violencia misma son los mecanismos de comunicación que desencadenan ese proceso de deformación, de banalización del ser humano en un otro al que aniquilar generado desde el interés y la conveniencia. No es posible la violencia sin antes la comunicación que la prepara.
La fisicidad de los hechos en las sociedades complejas siempre son un efecto.
Tras ellos siempre se ocultan las verdaderas causas convertidos en agentes pasivos-agresivos.
Sobrecogedora y excepcional.