La pregunta verdaderamente importante es si en Grecia hay realmente una situación de emergencia humanitaria.
Todo lo demás viene de la respuesta que desde la honestidad intelectual intentemos dar a esa pregunta.
Y si la respuesta es afirmativa sin duda entenderíamos entonces el éxito electoral de Syriza materializando la necesidad profunda sentida por un pueblo de encontrar una alternativa para la gestión de la economía del país.
Pero sin duda también entenderíamos la posición de aquellos que se obstinan en la austeridad... Bueno... Seguramente seguiríamos sin entenderles, pero sin duda comprenderíamos que para ellos hay aspectos más importantes que las personas y las vidas humanas.
Y para los que piensan como yo hay un claro y perverso desplazamiento del centro del problema de lo que debiera ser esencial a lo que tendría que aparecerse como accesorio ante la visión de lo esencial, un desplazamiento que banaliza el mal.
En este tema nos encontramos con burócratas obsesionados con realizar su trabajo de cuadrar cuentas, burócratas que no tienen en cuenta sus consecuencias.
Esta banalidad del mal la describe maravillosamente Hannah Arendt en "Eichmann en Jerusalen", uno de los libros capitales del siglo XX para mi gusto y lo es porque describe uno de los grandes riesgos que asumen nuestras sociedades complejas: la lógica de lo burocrático, del sistema por encima de cualquier otra lógica, especialmente sus ineficiencias.
Al final, Eichmann sólo quería ser eficiente, ascender en la organización, contribuir cumpliendo las ordenes sin plantearse la bondad o maldad de las mismas. Lo menos relevante es que los trenes fueran llenos de judíos, lo importante es que hubiera un tren cuando se necesitaba y que este trasladase a tiempo su carga a los campos de concentración.
Ahora estamos en una situación parecida.
Lo importante es que cuadren las cuentas, lo que está detrás de esos números no es tan relevante y por supuesto no tenemos imágenes para juzgar.
Las imágenes que protagonizan el debate no son de sufrimientos y de carestías.
Las calles de Grecia son el secreto mejor guardado de nuestros medios de comunicación.
El mal sigue siendo mal pero se banaliza, se disfraza de eficiencia, de responsabilidad, de justicia, de la necesidad de cumplir con el propio deber sin importar las consecuencias, pero las consecuencias existen, importan.
Lo terrible de Eichmann es su incapacidad para reconocer las consecuencias de sus acciones, su esperanza psicótica en encontrar comprensión degradando todo un genocidio a la mera condición de acto administrativo, de procedimiento basado en ordenes justificadas y soportadas por la legalidad del régimen jurídico del Reich.
Y Eichmann ahora está en Berlín.
Todo lo demás viene de la respuesta que desde la honestidad intelectual intentemos dar a esa pregunta.
Y si la respuesta es afirmativa sin duda entenderíamos entonces el éxito electoral de Syriza materializando la necesidad profunda sentida por un pueblo de encontrar una alternativa para la gestión de la economía del país.
Pero sin duda también entenderíamos la posición de aquellos que se obstinan en la austeridad... Bueno... Seguramente seguiríamos sin entenderles, pero sin duda comprenderíamos que para ellos hay aspectos más importantes que las personas y las vidas humanas.
Y para los que piensan como yo hay un claro y perverso desplazamiento del centro del problema de lo que debiera ser esencial a lo que tendría que aparecerse como accesorio ante la visión de lo esencial, un desplazamiento que banaliza el mal.
En este tema nos encontramos con burócratas obsesionados con realizar su trabajo de cuadrar cuentas, burócratas que no tienen en cuenta sus consecuencias.
Esta banalidad del mal la describe maravillosamente Hannah Arendt en "Eichmann en Jerusalen", uno de los libros capitales del siglo XX para mi gusto y lo es porque describe uno de los grandes riesgos que asumen nuestras sociedades complejas: la lógica de lo burocrático, del sistema por encima de cualquier otra lógica, especialmente sus ineficiencias.
Al final, Eichmann sólo quería ser eficiente, ascender en la organización, contribuir cumpliendo las ordenes sin plantearse la bondad o maldad de las mismas. Lo menos relevante es que los trenes fueran llenos de judíos, lo importante es que hubiera un tren cuando se necesitaba y que este trasladase a tiempo su carga a los campos de concentración.
Ahora estamos en una situación parecida.
Lo importante es que cuadren las cuentas, lo que está detrás de esos números no es tan relevante y por supuesto no tenemos imágenes para juzgar.
Las imágenes que protagonizan el debate no son de sufrimientos y de carestías.
Las calles de Grecia son el secreto mejor guardado de nuestros medios de comunicación.
El mal sigue siendo mal pero se banaliza, se disfraza de eficiencia, de responsabilidad, de justicia, de la necesidad de cumplir con el propio deber sin importar las consecuencias, pero las consecuencias existen, importan.
Lo terrible de Eichmann es su incapacidad para reconocer las consecuencias de sus acciones, su esperanza psicótica en encontrar comprensión degradando todo un genocidio a la mera condición de acto administrativo, de procedimiento basado en ordenes justificadas y soportadas por la legalidad del régimen jurídico del Reich.
Y Eichmann ahora está en Berlín.