Escribe "El Pais" en su espantoso y terrorífico editorial de hoy lo siguiente:
"El referéndum es un recurso legítimo, pero no la panacea de la democracia. Y menos aún lo que distingue una democracia auténtica de otra bastarda. Solo las elecciones libres son distintivo exclusivo de la democracia."
Y aparentemente podría tener un pase en cualquier seminario de una facultad de políticas, pero lo cierto es que esta afirmación no tiene en cuenta la realidad de la vida política en los últimos años.
Resulta evidente que la vampirización de la democracia por parte de las estrategias totalitarias, avaras y economicistas del neoliberalismo tienen su punto principal en el concepto de las elecciones libres y tiene todo su sentido porque, con vistas a controlar una dinámica, siempre es mejor reducir el número de puntos de conflicto y reducirlos a uno es lo óptimo.
Así, democracia es votar cada cuatro años en unas elecciones libres.
Pero lo interesante es preguntarnos qué queremos decir cuando utilizamos la palabra "libres", porque precisamente en nuestro país existe un debate en el que se ha puesto en tela de juicio la libertad en esas elecciones.
Después de todo, el partido de gobierno y sus terminales mediáticas han relativizado el valor de verdad de esas elecciones en el sentido de relativizar las promesas y compromisos que se ponen en circulación durante una campaña electoral y que además tiene ese valor tan capital de resumir el concepto de democracia que soporta a nuestra sociedad.
En este sentido, habría que poner en tela de juicio el valor absoluto y relativo de esa libertad en un escenario donde en 15 días se compite por el voto con mensajes sobre los que sus emisores no adquieren ninguna responsabilidad.
Así, el sistema encuentra su legitimidad en unas elecciones presuntamente libres en las que el que promete no adquiere ninguna responsabilidad sobre lo que promete en su programa convirtiendo la campaña electoral en un concurso de trileros que pelean por la firma de un cheque en blanco.
La política más que en ningún otro lugar que en las elecciones, precisamente el lugar en el que obtiene su legitimidad, muestra su carácter de mascarada superestructural que oculta el juego de otros intereses más estructurales que, siendo bienintencionados, son precisamente quienes dificultan el cumplimiento de esos programas y promesas.
Lógicamente, en este escenario totalitario, el referendum no tiene ningún lugar.
Este escenario no precisa de puntos de fuga o de control.
Todo lo contrario.
Es por esto que en los medios y en la política mainstream se cuestione la buena práctica: me eligen por un programa, no puedo cumplirlo y pido la opinión de la ciudadanía.
Sin embargo predomina la obviedad de la mala práctica: No puedo cumplir el programa por el que me han elegido, me encojo de hombros y me dedico a hacer lo contrario de lo que pensaba en el momento de la campaña electoral.
En este escenario, la opinión del que se dice que es soberano es una molestía innecesaria que además pondría de manifiesto una desconexión entre representantes y representados que sería el hilo suelto por el que se podría empezar a tirar para descubrir todo un "amable" sistema de dominación.
El concepto de representación no debe verse comprometido generando oportunidades que pongan de manifiesto desconexiones y deslegitimaciones.
Importa más no deslegitimar la posición de la política como capataz que gestiona la plantación que hacer lo que en verdad los representados desean hacer.
Y por todo ésto lo mejor es no consultarle.
Está demasiado ocupado intentando sobrevivir a las políticas económicas que estoy imponiendo.
El político debe gobernar, debe decidir.
La política es tomar decisiones... aunque esas decisiones dejen en mal lugar el valor de verdad del sujeto que las toma.
Y en todo este muy loco y muy perverso sentido, tiene gracia que el único político que lleva al extremo el relato europeo de la democracia sea un apestado.
Seguimos en el siglo XX.
El capitalismo es el último y más cruel de sus "ismos" políticos y económicos.
Ni el fascismo ni el comunismo pueden competir con cifras como los 30.000 niños que mueren de hambre cada día en el mundo... y que llevan muriendo desde hace décadas.
Ha aprendido de sus predecesores y se oculta detrás de la libertad y de la democracia y desde la caída de las dictaduras comunistas no hace otra que mostrarnos su verdadera cara.
Tú mismo.
"El referéndum es un recurso legítimo, pero no la panacea de la democracia. Y menos aún lo que distingue una democracia auténtica de otra bastarda. Solo las elecciones libres son distintivo exclusivo de la democracia."
Y aparentemente podría tener un pase en cualquier seminario de una facultad de políticas, pero lo cierto es que esta afirmación no tiene en cuenta la realidad de la vida política en los últimos años.
Resulta evidente que la vampirización de la democracia por parte de las estrategias totalitarias, avaras y economicistas del neoliberalismo tienen su punto principal en el concepto de las elecciones libres y tiene todo su sentido porque, con vistas a controlar una dinámica, siempre es mejor reducir el número de puntos de conflicto y reducirlos a uno es lo óptimo.
Así, democracia es votar cada cuatro años en unas elecciones libres.
Pero lo interesante es preguntarnos qué queremos decir cuando utilizamos la palabra "libres", porque precisamente en nuestro país existe un debate en el que se ha puesto en tela de juicio la libertad en esas elecciones.
Después de todo, el partido de gobierno y sus terminales mediáticas han relativizado el valor de verdad de esas elecciones en el sentido de relativizar las promesas y compromisos que se ponen en circulación durante una campaña electoral y que además tiene ese valor tan capital de resumir el concepto de democracia que soporta a nuestra sociedad.
En este sentido, habría que poner en tela de juicio el valor absoluto y relativo de esa libertad en un escenario donde en 15 días se compite por el voto con mensajes sobre los que sus emisores no adquieren ninguna responsabilidad.
Así, el sistema encuentra su legitimidad en unas elecciones presuntamente libres en las que el que promete no adquiere ninguna responsabilidad sobre lo que promete en su programa convirtiendo la campaña electoral en un concurso de trileros que pelean por la firma de un cheque en blanco.
La política más que en ningún otro lugar que en las elecciones, precisamente el lugar en el que obtiene su legitimidad, muestra su carácter de mascarada superestructural que oculta el juego de otros intereses más estructurales que, siendo bienintencionados, son precisamente quienes dificultan el cumplimiento de esos programas y promesas.
Lógicamente, en este escenario totalitario, el referendum no tiene ningún lugar.
Este escenario no precisa de puntos de fuga o de control.
Todo lo contrario.
Es por esto que en los medios y en la política mainstream se cuestione la buena práctica: me eligen por un programa, no puedo cumplirlo y pido la opinión de la ciudadanía.
Sin embargo predomina la obviedad de la mala práctica: No puedo cumplir el programa por el que me han elegido, me encojo de hombros y me dedico a hacer lo contrario de lo que pensaba en el momento de la campaña electoral.
En este escenario, la opinión del que se dice que es soberano es una molestía innecesaria que además pondría de manifiesto una desconexión entre representantes y representados que sería el hilo suelto por el que se podría empezar a tirar para descubrir todo un "amable" sistema de dominación.
El concepto de representación no debe verse comprometido generando oportunidades que pongan de manifiesto desconexiones y deslegitimaciones.
Importa más no deslegitimar la posición de la política como capataz que gestiona la plantación que hacer lo que en verdad los representados desean hacer.
Y por todo ésto lo mejor es no consultarle.
Está demasiado ocupado intentando sobrevivir a las políticas económicas que estoy imponiendo.
El político debe gobernar, debe decidir.
La política es tomar decisiones... aunque esas decisiones dejen en mal lugar el valor de verdad del sujeto que las toma.
Y en todo este muy loco y muy perverso sentido, tiene gracia que el único político que lleva al extremo el relato europeo de la democracia sea un apestado.
Seguimos en el siglo XX.
El capitalismo es el último y más cruel de sus "ismos" políticos y económicos.
Ni el fascismo ni el comunismo pueden competir con cifras como los 30.000 niños que mueren de hambre cada día en el mundo... y que llevan muriendo desde hace décadas.
Ha aprendido de sus predecesores y se oculta detrás de la libertad y de la democracia y desde la caída de las dictaduras comunistas no hace otra que mostrarnos su verdadera cara.
Tú mismo.