Dirigida en el año 2003 por el coreano Kim Ki-duk, "Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera" es una magnífica muestra de cine-poema.
Dos monjes, un maestro y su aprendiz, viven en un monasterio aislado que no sólo está situado en lo que parece una zona agreste y poco accesible sino que además ese aislamiento espesa aún más por el hecho de que el monasterio flota hermosamente en medio de un lago.
Este es el precioso escenario donde Kim Ki-duk sitúa una historia que desarrolla el planteamiento oriental, y no sólo budista, que concibe la vida como un incesante ciclo de vida y muerte, un interminable proceso cíclico, que se denomina Samsara en el hinduísmo, y en el que el ser se encuentra preso, atado al engaño de lo real.
En general, el concepto Samsara se considera un estado erróneo del cual las almas deben escapar en algún momento de su infinitud encontrando la liberación, Moksa o Nirvana.
"Primavera, Verano, Otoño e Invierno... y Primavera" muestra con hermosas imágenes el mecanismo por el que los seres resultan irremediablemente atrapados en ese circulo pernicioso y hasta cierto punto lo hace de un modo bastante pesimista y nihilista, mostrando un planteamiento de imposibilidad de ruptura basado en las propias condiciones estructurales que generan esa realidad.
Si bien, para el budismo, son los seres humanos los únicos capaces de escapar a esa tiranía cíclica que ejerce el mundo material sobre su ser, no es menos cierto que, al mismo tiempo, es la criatura más vulnerable a los engañosos atractivos de ese sufrimiento que encadena.
En este sentido, el proceso de distanciamiento que lleva a esa liberación es un proceso infinito, muy poco inferior a la duración de la eternidad, en el que predomina el fracaso al mismo tiempo que sucede una lenta e imperceptible acumulación de Karma que en algún momento conducirá a la iluminación liberadora.
Dividido en cinco partes, cada una de las cuales titulada y sucediendo en la correspondiente estación del año, Kim Ki-duk nos muestra con preciosas maneras el rigor casi mecánico que conduce a ese fracaso.
En Primavera y Verano asistimos al fracaso que disuelve la relación de maestro-discípulo que mantienen los dos monjes que habitan inicialmente el templo.
En la primavera de la infancia, el discípulo se deja llevar por su instinto de destrucción de manera natural infringiendo un daño cruel a una serie de animales y en el verano de la juventud se dejará llevar por el deseo y la sexualidad arruinando finalmente su condición de monje y discípulo. Pero no sólo asistimos al fracaso del discípulo sino al fracaso del maestro quién no conseguirá impedir que el propósito de pureza ascética del muchacho se malogre.
Este fracaso se certificará en el Otoño cuando el discípulo regrese convertido en un asesino fugado quizá buscando una última posibilidad de salvación, una salvación que no irá mas allá de aceptar su destino en esta vida aceptando marchar con los policías que le han perseguido hasta el templo para cumplir metafórica su condena terrenal por sus errores terrenales.
Y como he comentado, el final del discípulo también será el final del maestro. Mostrándonos al maestro conviviendo con un gato y una serpiente, animales de mal agüero para los budistas (ya que según sus creencias tradicionales fueron los dos únicos animales no conmovidos por la muerte de Buda), el director coreano nos sugiere la presencia de una decadencia subyacente en lo que parece la vida recta del maestro, una vida recta que sin embargo no le ha ayudado a evitar tanto con la palabra como con el ejemplo el descarrilamiento de su discípulo.
El resultado será un abandono del templo hasta la siguiente estación, Invierno, cuando un nuevo monje llegue al templo con energías renovadas iniciándose una nueva vuelta del ciclo que desgraciadamente reproducirá de manera esencial los mismos errores aunque de diferente manera.
Si hay algo que está presente en esta hermosa película es la presencia constante de ese sufrimiento que para las religiones orientales supone estar atado a este interminable ciclo de engaño, incluso ante la mirada impotente final de las propios dioses como Kim KI-duk nos muestra en el maravilloso plano que pone preciso y preciso fin de la película.
En definitiva, "Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera" es un precioso e intrigante cuento poético, lleno de imágenes misteriosas y hermosas, que pone en imágenes con acierto uno de los puntos troncales de las creencias filosóficas y religiosas orientales: la realidad es una mentira que ata y que tarde o temprano nos hace sufrir.
Maravillosa.
Dos monjes, un maestro y su aprendiz, viven en un monasterio aislado que no sólo está situado en lo que parece una zona agreste y poco accesible sino que además ese aislamiento espesa aún más por el hecho de que el monasterio flota hermosamente en medio de un lago.
Este es el precioso escenario donde Kim Ki-duk sitúa una historia que desarrolla el planteamiento oriental, y no sólo budista, que concibe la vida como un incesante ciclo de vida y muerte, un interminable proceso cíclico, que se denomina Samsara en el hinduísmo, y en el que el ser se encuentra preso, atado al engaño de lo real.
En general, el concepto Samsara se considera un estado erróneo del cual las almas deben escapar en algún momento de su infinitud encontrando la liberación, Moksa o Nirvana.
"Primavera, Verano, Otoño e Invierno... y Primavera" muestra con hermosas imágenes el mecanismo por el que los seres resultan irremediablemente atrapados en ese circulo pernicioso y hasta cierto punto lo hace de un modo bastante pesimista y nihilista, mostrando un planteamiento de imposibilidad de ruptura basado en las propias condiciones estructurales que generan esa realidad.
Si bien, para el budismo, son los seres humanos los únicos capaces de escapar a esa tiranía cíclica que ejerce el mundo material sobre su ser, no es menos cierto que, al mismo tiempo, es la criatura más vulnerable a los engañosos atractivos de ese sufrimiento que encadena.
En este sentido, el proceso de distanciamiento que lleva a esa liberación es un proceso infinito, muy poco inferior a la duración de la eternidad, en el que predomina el fracaso al mismo tiempo que sucede una lenta e imperceptible acumulación de Karma que en algún momento conducirá a la iluminación liberadora.
Dividido en cinco partes, cada una de las cuales titulada y sucediendo en la correspondiente estación del año, Kim Ki-duk nos muestra con preciosas maneras el rigor casi mecánico que conduce a ese fracaso.
En Primavera y Verano asistimos al fracaso que disuelve la relación de maestro-discípulo que mantienen los dos monjes que habitan inicialmente el templo.
En la primavera de la infancia, el discípulo se deja llevar por su instinto de destrucción de manera natural infringiendo un daño cruel a una serie de animales y en el verano de la juventud se dejará llevar por el deseo y la sexualidad arruinando finalmente su condición de monje y discípulo. Pero no sólo asistimos al fracaso del discípulo sino al fracaso del maestro quién no conseguirá impedir que el propósito de pureza ascética del muchacho se malogre.
Este fracaso se certificará en el Otoño cuando el discípulo regrese convertido en un asesino fugado quizá buscando una última posibilidad de salvación, una salvación que no irá mas allá de aceptar su destino en esta vida aceptando marchar con los policías que le han perseguido hasta el templo para cumplir metafórica su condena terrenal por sus errores terrenales.
Y como he comentado, el final del discípulo también será el final del maestro. Mostrándonos al maestro conviviendo con un gato y una serpiente, animales de mal agüero para los budistas (ya que según sus creencias tradicionales fueron los dos únicos animales no conmovidos por la muerte de Buda), el director coreano nos sugiere la presencia de una decadencia subyacente en lo que parece la vida recta del maestro, una vida recta que sin embargo no le ha ayudado a evitar tanto con la palabra como con el ejemplo el descarrilamiento de su discípulo.
El resultado será un abandono del templo hasta la siguiente estación, Invierno, cuando un nuevo monje llegue al templo con energías renovadas iniciándose una nueva vuelta del ciclo que desgraciadamente reproducirá de manera esencial los mismos errores aunque de diferente manera.
Si hay algo que está presente en esta hermosa película es la presencia constante de ese sufrimiento que para las religiones orientales supone estar atado a este interminable ciclo de engaño, incluso ante la mirada impotente final de las propios dioses como Kim KI-duk nos muestra en el maravilloso plano que pone preciso y preciso fin de la película.
En definitiva, "Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera" es un precioso e intrigante cuento poético, lleno de imágenes misteriosas y hermosas, que pone en imágenes con acierto uno de los puntos troncales de las creencias filosóficas y religiosas orientales: la realidad es una mentira que ata y que tarde o temprano nos hace sufrir.
Maravillosa.