viernes, diciembre 03, 2010

"Los protestantes del siglo XVIII, en cambio, veían las cosas a la inversa de la Inquisición. Los pecados de las pasiones eran más graves que los del intelecto y la voluntad. El círculo vicioso católico entre pecado, arrepentimiento, perdón y de nuevo pecado deja de existir en el protestantismo y es reemplazado por una poderosa ética del autocontrol de las pasiones –ascetismo, sobriedad y recato en la vida cotidiana y del trabajo–. Como lo explica Max Weber en su célebre estudio sobre la ética protestante y el espíritu capitalista, esta nueva ética se origina en la doctrina de la predestinación según la cual solo algunas personas han sido escogidas por Dios para salvarse, pero nadie sabe muy bien quiénes son.

De la terrible soledad que se desprende de ese postulado enigmático, explica Weber, nacen dos actitudes hacia la vida: en primer lugar, cada cual debe verse a sí mismo como elegido para salvarse –de lo contrario, habría allí un indicio de poca fe– y, en segundo lugar, una consagración total al trabajo, lo cual era también interpretado como una posible muestra de haber sido seleccionado para la salvación. La acumulación de riqueza era entonces bien vista, siempre y cuando estuviera acompañada de una vida sobria y sin excesos; una vida contenida, sin pasiones.
(Ley y pecado, Mauricio García Villegas)

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