
Es una lástima que Hollywoodland como película no esté a la altura de la idea que -presumo- la ha inspirado.
En su transcurso, resulta en algunos momentos diletante y morosa. Dedica demasiado tiempo a personajes y tarda en resolver ciertas situaciones.... El resultado es la constante sensación de que el mecanismo no está bien engrasado, de que el girar de la historia hasta su final no es redondo y natural. Pequeñas impurezas que entorpecen el fluir natural del relato, que molestan tánto como los árboles que no te dejan ver el bosque.
No obstante, "Hollywoodland" tiene la inmensa virtud de acabar bien y lo hace -en mi opinión- porque regresa a la esencia de aquello que pretende -creo- contar y lo hace de una forma precisa y justa.
Como debe ser.
Desde el pasado, y antes de volarse la tapa de los sesos, George Reeves (Ben Affleck) parece dirigir su última mirada a un Louis Simo (Adrien Brody) que parece presenciar su silencioso drama desde el futuro.
Mismo espacio en distintos tiempos, un dormitorio.
Mismas vidas fracasadas... quizá.
El caso es que Simo parece entender el mensaje y por un momento recobra la lucidez suficiente como para descubrir lo que de verdad es bueno para él: un pequeño y confortable presente al lado de su ojos.
Hay un cierto paralelismo entre "Hollywodland" y "Mulholland Drive" de David Lynch.
Ambas nos hablan del fracaso, un fracaso que nace de una absoluta confusión entre la realidad y el deseo de la que sus protagonistas son victimas.
La constante y continúa persecución de una incierta ballena blanca en los procelosos y profundos mares del fracaso.
Demasiado tarde, Reeves descubre que su lugar en el mundo fue interpretar a Superman. Demasiado tarde comprende que se le fue la vida de tanto desearla.
Ante sus ojos el error propio se convierte en la propia vida vida y ya sólo le resta volarse la tapa de los sesos.
Otra decisión equivocada, seguramente.
Quizá la vida sea así y tan seguro se deba estar del suelo que se pisa como de los deseos que se sueñan.
Lo único cierto es que muchas veces uno no está donde tiene que estar, en el aquí y en el ahora. Tiene la cabeza en otra parte, en un lugar de ensueño, hecho a medida, que aún no existe y que, seguramente, jamás podrá existir.
El sueño se ha convertido en locura y, como siempre, el último en enterarse es su dueño.