Dirigida en 2003 por el canadiense Denys Arcand, "Las invasiones bárbaras" es un magnífico ejemplo de que a la hora de contar una historia tan importante es el cómo se cuenta como lo que se cuenta.
Sobre una estructura narrativa muy típica y recurrente en el cine de temática adulta, Arcand se las arregla parta construir una emocionante y memorable historia intimista sobre aprioris existenciales que configuran nuestra condición humana, fundamentalmente el inevitable paso del tiempo y los efectos que este tiene sobre las obras del hombre.
Los encuentros y desencuentros generacionales como consecuencia de un acontecimiento luctuoso que supone un ineludible vórtice de unión entre diferentes personajes más o menos unidos por vínculos de consanguineidad y sentimentales se convierte en un espacio para la puesta en valor de aquello que realmente importa.
Algo así como si el olvido del tiempo abriese siempre la posibilidad para que lo peor de nosotros se muestre.
Hay una poesía trágica y al mismo tiempo paradójica en "Las invasiones bárbaras". Algo así como si como si los humanos no pudiésemos estar solos, sin ser conscientes de lo que significa el paso irrecuperable de cada momento,
Sin la presencia del tiempo, nos perdemos y cuando este regresa convertido en uno de sus momentos ineludibles en torno a los que se construye la trabazón dramática de la película se nos ofrece la posibilidad de recuperar la cordura y con ella lo mejor de nosotros.
Y sobre aspectos y temas susceptibles del atajo que siempre ofrece la banalización de lo sentimental, Arcand se desplaza con una parsimoniosa elegancia intangible y seductora que es uno de los principales puntos de fuertes con los que el director canadiense expresa el amor que siente por todos y cada uno de sus personajes: humanos todos, victimas de sus limitaciones y sus errores, buscando siempre mantener un precario equilibrio entre lo que son y deberían ser, intentando siempre pagar la impagable deuda que siempre implica la existencia de esa diferencia y convirtiéndose en modelos aspiracionales para el espectador por el modelo heroico con el que, desde la bondad y a pesar de ellos mismos, intentan relacionarse los unos con los otros.
En este sentido, Arcand nos muestra el proceso de construcción de toda una utopía intimista basada en el afecto, un elegante retrato del deber ser de las relaciones humanas que define unas reglas del juego diferentes, basadas en el sacrificio altruista y no en el egoísta interés.
Recordando el inolvidable poema "Esperando a los bárbaros" de Kavafis, los personajes descubren que los bárbaros no están al otro lado de los muros sino entre ellos mismos, que son ellos mismos y todo el proceso narrativo, con motivo de la inevitable muerte del padre, se convierte en un proceso de toma de conciencia y depuración en el que lo bárbaro que les impregna, por ser parte constituyente del mundo en que viven, es dejado a lado para llegar a un hermoso e inolvidable final civilizado.
"Las invasiones bárbaras" es un hermoso e inteligente relato sobre lo mejor y lo peor del ser humano, sobre ese eterno conflicto que mantenemos con y entre nosotros y la necesidad de construir una realidad que se acerque lo más posible a una utopía basada en lo mejor de nosotros.
Brillante.
Sobre una estructura narrativa muy típica y recurrente en el cine de temática adulta, Arcand se las arregla parta construir una emocionante y memorable historia intimista sobre aprioris existenciales que configuran nuestra condición humana, fundamentalmente el inevitable paso del tiempo y los efectos que este tiene sobre las obras del hombre.
Los encuentros y desencuentros generacionales como consecuencia de un acontecimiento luctuoso que supone un ineludible vórtice de unión entre diferentes personajes más o menos unidos por vínculos de consanguineidad y sentimentales se convierte en un espacio para la puesta en valor de aquello que realmente importa.
Algo así como si el olvido del tiempo abriese siempre la posibilidad para que lo peor de nosotros se muestre.
Hay una poesía trágica y al mismo tiempo paradójica en "Las invasiones bárbaras". Algo así como si como si los humanos no pudiésemos estar solos, sin ser conscientes de lo que significa el paso irrecuperable de cada momento,
Sin la presencia del tiempo, nos perdemos y cuando este regresa convertido en uno de sus momentos ineludibles en torno a los que se construye la trabazón dramática de la película se nos ofrece la posibilidad de recuperar la cordura y con ella lo mejor de nosotros.
Y sobre aspectos y temas susceptibles del atajo que siempre ofrece la banalización de lo sentimental, Arcand se desplaza con una parsimoniosa elegancia intangible y seductora que es uno de los principales puntos de fuertes con los que el director canadiense expresa el amor que siente por todos y cada uno de sus personajes: humanos todos, victimas de sus limitaciones y sus errores, buscando siempre mantener un precario equilibrio entre lo que son y deberían ser, intentando siempre pagar la impagable deuda que siempre implica la existencia de esa diferencia y convirtiéndose en modelos aspiracionales para el espectador por el modelo heroico con el que, desde la bondad y a pesar de ellos mismos, intentan relacionarse los unos con los otros.
En este sentido, Arcand nos muestra el proceso de construcción de toda una utopía intimista basada en el afecto, un elegante retrato del deber ser de las relaciones humanas que define unas reglas del juego diferentes, basadas en el sacrificio altruista y no en el egoísta interés.
Recordando el inolvidable poema "Esperando a los bárbaros" de Kavafis, los personajes descubren que los bárbaros no están al otro lado de los muros sino entre ellos mismos, que son ellos mismos y todo el proceso narrativo, con motivo de la inevitable muerte del padre, se convierte en un proceso de toma de conciencia y depuración en el que lo bárbaro que les impregna, por ser parte constituyente del mundo en que viven, es dejado a lado para llegar a un hermoso e inolvidable final civilizado.
"Las invasiones bárbaras" es un hermoso e inteligente relato sobre lo mejor y lo peor del ser humano, sobre ese eterno conflicto que mantenemos con y entre nosotros y la necesidad de construir una realidad que se acerque lo más posible a una utopía basada en lo mejor de nosotros.
Brillante.