Durante esta semana ha surgido de la noticia del procesamiento del Partido Popular por la destrucción de los discos duros de los ordenadores de Luis Bárcenas, uno de sus contables y gerentes.
Esta destrucción no significa otra cosa que el partido político más votado por los ciudadanos de nuestro país está siendo procesado por destrucción de posibles pruebas y, consiguientemente, obstrucción a la justicia dentro de un proceso de investigación asociado a la financiación ilegal del propio partido mediante la corrupción.
Si uno se lee los papeles no puede tener la menor duda de que del, llamemosle, especial ensañamiento con el que los imputados borraron los discos duros la existencia de información en esos discos: repetición del proceso 35 veces, rallado fisico del hardware, rotura con martillo... No creo que se trate del proceso habitual de borrado de un disco, especialmente si se argumenta que los ordenadores eran del partido y se preparaban para quedar disponibles para otro usuario.
Pero nunca se sabe.
La corrupción puede haber colocado a un tonto y a otro más tonto en las posiciones a las que correspondía tomar esta clase de decisiones en el organigrama del partido.
En cualquier caso, y teniendo en cuenta el incidente televisivo con el diputado y jornalero Diego Cañamero, esperaba ver en la red algún vídeo viral en el que tertulianos y periodistas televisivos acosaran a algún portavoz del Partido Popular en alguna televisión cualquiera.
Bueno, en realidad, no lo esperaba.
La rotundidad implacable de los atildados defensores de la verdad con un Cañamero defendiendo la inocencia de Andrés Bodalo ya juzgado y condenado por desacato a la autoridad ha brillado en general por su ausencia con respecto a un Partido Popular al que se acusa de hacer lo que se espera que haga el malo en cualquier película policiaca: destruir pruebas.
Sobre esto, y con alguna honrosa excepción, la guapa prensa mediática ha pasado de puntillas.
Las reglas de enfrentamiento que se aplican a la gente de Podemos cuando se les enfrenta a sus posibles contradicciones o a puntos potencialmente débiles como defender la inocencia de alguien ya condenado son mucho más severas.
No veremos nunca a ningún portavoz del PP en la posición de Cañamero y no lo veremos porque las reglas de enfrentamiento que se aplican a los nuestros frente a las que se deben aplicar a los otros no pueden ser otra cosa que diferentes.
Porque, y por encima de las diferencias reales o escenificadas, hay un escenario mediático que, cada día, representa la consagración de lo que es correcto y la condena de lo que es incorrecto... Y en esto todos coinciden.
El entramado ideológico que sustenta este sistema se representa y pone por obra en los medios de comunicación.
Se cumple la esencial función de informar en su sentido más literal, es decir, dar o transmitir una forma a algo que no lo tiene (nuestra percepción de las cosas).
Y en este sentido, el objetivo principal es la construcción de un nosotros frente a un otros, bárbaros que están en las puertas y que las merodean en busca de la mejor manera de penetrarlas.
Dentro todo siempre es matizable.
La mesura debe imperar entre los iguales.
Pero para los otros, para sus debilidades, contradicciones y limitaciones la dureza es de obligado cumplimiento.
Así, hemos escuchado que alguien que dice "poblema" no debería ser diputado pero no escucharemos jamás que alguien que no ve un problema en que su partido sea imputado no debería ser diputado.
Sería demasiado duro.
Porque el objetivo es abordar la relación con esos otros desde el cuestionamiento, desde la duda, conseguir la desligitmación desde el inicio.
Es la doble vara de medir que permite a los medios realizar una suerte de pastoreo de la opinión pública orientada al mantenimiento del orden establecido.
Los otros son mentirosos, estúpidos, peligrosos o, como mínimo, lo mismo que nosotros en lo peor.
Esta destrucción no significa otra cosa que el partido político más votado por los ciudadanos de nuestro país está siendo procesado por destrucción de posibles pruebas y, consiguientemente, obstrucción a la justicia dentro de un proceso de investigación asociado a la financiación ilegal del propio partido mediante la corrupción.
Si uno se lee los papeles no puede tener la menor duda de que del, llamemosle, especial ensañamiento con el que los imputados borraron los discos duros la existencia de información en esos discos: repetición del proceso 35 veces, rallado fisico del hardware, rotura con martillo... No creo que se trate del proceso habitual de borrado de un disco, especialmente si se argumenta que los ordenadores eran del partido y se preparaban para quedar disponibles para otro usuario.
Pero nunca se sabe.
La corrupción puede haber colocado a un tonto y a otro más tonto en las posiciones a las que correspondía tomar esta clase de decisiones en el organigrama del partido.
En cualquier caso, y teniendo en cuenta el incidente televisivo con el diputado y jornalero Diego Cañamero, esperaba ver en la red algún vídeo viral en el que tertulianos y periodistas televisivos acosaran a algún portavoz del Partido Popular en alguna televisión cualquiera.
Bueno, en realidad, no lo esperaba.
La rotundidad implacable de los atildados defensores de la verdad con un Cañamero defendiendo la inocencia de Andrés Bodalo ya juzgado y condenado por desacato a la autoridad ha brillado en general por su ausencia con respecto a un Partido Popular al que se acusa de hacer lo que se espera que haga el malo en cualquier película policiaca: destruir pruebas.
Sobre esto, y con alguna honrosa excepción, la guapa prensa mediática ha pasado de puntillas.
Las reglas de enfrentamiento que se aplican a la gente de Podemos cuando se les enfrenta a sus posibles contradicciones o a puntos potencialmente débiles como defender la inocencia de alguien ya condenado son mucho más severas.
No veremos nunca a ningún portavoz del PP en la posición de Cañamero y no lo veremos porque las reglas de enfrentamiento que se aplican a los nuestros frente a las que se deben aplicar a los otros no pueden ser otra cosa que diferentes.
Porque, y por encima de las diferencias reales o escenificadas, hay un escenario mediático que, cada día, representa la consagración de lo que es correcto y la condena de lo que es incorrecto... Y en esto todos coinciden.
El entramado ideológico que sustenta este sistema se representa y pone por obra en los medios de comunicación.
Se cumple la esencial función de informar en su sentido más literal, es decir, dar o transmitir una forma a algo que no lo tiene (nuestra percepción de las cosas).
Y en este sentido, el objetivo principal es la construcción de un nosotros frente a un otros, bárbaros que están en las puertas y que las merodean en busca de la mejor manera de penetrarlas.
Dentro todo siempre es matizable.
La mesura debe imperar entre los iguales.
Pero para los otros, para sus debilidades, contradicciones y limitaciones la dureza es de obligado cumplimiento.
Así, hemos escuchado que alguien que dice "poblema" no debería ser diputado pero no escucharemos jamás que alguien que no ve un problema en que su partido sea imputado no debería ser diputado.
Sería demasiado duro.
Porque el objetivo es abordar la relación con esos otros desde el cuestionamiento, desde la duda, conseguir la desligitmación desde el inicio.
Es la doble vara de medir que permite a los medios realizar una suerte de pastoreo de la opinión pública orientada al mantenimiento del orden establecido.
Los otros son mentirosos, estúpidos, peligrosos o, como mínimo, lo mismo que nosotros en lo peor.
Lo importante no es lo que se dice sino quien lo dice.
El lío viral siempre se monta en torno a los mismos con matemática precisión.
El respeto siempre se pierde con esos mismos.
Como si no hubiera motivo para liarla con los demás pero precisamente son tratados con ese siniestro respeto que define la distancia que separa a los suyos de los nuestros.
Porque todavía hay clases.