Probablemente el futuro de Paul Schrader en la historia del cine que continuamente se reescribe sea convertirse en uno de los grandes guionistas del último cuarto del siglo XX. Ahí están sus trabajos con Scorsese (Taxi Driver y Toro Salvaje) o su intervención en películas menos relevantes pero con igual interés como la olvidada Yakuza, su primer trabajo profesional, o City Hall.
Escribiendo para otros... pero también escribiendo para sí mismo películas que él mismo ha dirigido. En esta faceta el éxito no le ha acompañado tanto. De hecho, y a estas alturas de la película, su carrera parece estancada, enredada en extraños proyectos que no terminan de situarle en un lugar del presente que a todas luces -y a mi entender- merece... Quizá, porque ya es historia. No lo se.
No obstante, películas como Hardcore, Mishima, Aflicción y The light sleeper (aquí llamada Posibilidad de escape) son obras tan interesantes o más que las escritas para otros. Obras que son producto del universo creativo del autor que, en el sentido europeo del término, Paul Schrader es.
Es complicado que Schrader sobreviva dentro de la industria americana ocupando un lugar que no sea el propio del escritor. De hecho no lo está consiguiendo. En lo que llevamos de siglo XXI sólo ha dirigido la dificil e incomprendida Autofocus y la maldita precuela del Exorcista, Dominion. Ninguna escrita por él.
Es complicado, pero, y por lo menos, dos obras maestras como Aflicción y, en menor medida, ésta Light sleeper que me ocupa no deberían caer en saco roto.
Cuando se habla de Schrader se suele decir que es el cineasta de la culpa y de la redención. Sus personajes siempre tienen cuentas pendientes con ellos mismos. De alguna forma se saben el producto de algún error y en algún momento son conscientes de ese origen al mismo tiempo que sienten la necesidad de expiar esa culpa intentando con todas sus fuerzas enderezar ese rumbo. En cualquier caso, todos tienen muy claro lo que no quieren ser. En este sentido, el personaje de LeTour (Willem Dafoe) es emblemático: perseguido por su pasado, sin una idea clara sobre su futuro y viviendo el presente con una cierta incertidumbre mientras se deja llevar por la corriente de la vida.
Se habla de Schrader como el cineasta de la culpa y de la redención, pero no se pone mucho énfasis en el coste que para sus personajes siempre les supone esa salvación. Un coste que casi siempre es muy elevado, como si la construcción de un nuevo destino fuera siempre un trabajo arduo y sus héroes fueran una suerte de Prometeos demasiado humanos, pero dispuestos a desafiar la voluntad de los dioses en un alarde de autodestrucción que parece no les llevará a nada bueno.
Criado en un ambiente estrictamente calvinista, Schrader siempre presenta personajes que, en un momento determinado, tiene la suficiente grandeza como para verse de otra forma con lucidez e intentar salirse de los rectos carriles de un destino que parecen tener reservado.
Bajo ningún concepto puede ser fácil alterar esa ciega mecánica de las cosas y de las gentes.
No puede ser de otra forma.
El coste ha de ser elevado.
La energía y la fuerza de sus historias está ahí, en el roce que siempre se produce en el ser (incompleto y decepcionante, resultado manifiestamente mejorable de debilidades y concesiones a una exigente realidad) y el deber ser (el cuestionador brillo idealista de una propia moral que no ha terminado de morir).
Una tensión que sus héroes en un cierto momento determinado consideran insostenible.
En este sentido, Schrader vuelve a poner de manifiesto la verdad de aquel viejo chascarrillo que considera a los pesimistas como optimistas con un alto sentido de la realidad. Después de todo, sus protagonistas, pese a todo lo que les ha sucedido, conservan la voluntad y la fuerza de cambiar para estar a la altura de sí mismos, pero también es cierto que nadie va a regalarles nada en el intento.
Como si la verdad de la propia identidad fuera algo que uno tiene que estar dispuesto a pelear en una batalla sin fin con una realidad que casi siempre tiene todas las de ganar.
Paul Schrader siempre narra la batalla final, between the devil and the deep blue sea, por el control intelectual y emocional de la propia vida en un mundo donde los sujetos cristalizan en objetos inertes en cuanto dejan morir su diferencia.