Jeremy: There's nothing wrong with the Blueberry Pie, just people make other choices. You can't blame the Blueberry Pie, it's just... no one wants it.
Elizabeth: Wait! I want a piece.
Si alguien alberga alguna duda sobre el talento que el senador McCarthy persiguió dentro de la industria del cine es que no ha visto esta prodigiosa película.
Escrita por el "perseguido" Albert Maltz y dirigida por el también "perseguido" Jules Dassin, "The naked city" combina La trama policiaca con el estilo documental para mostrar las interioridades de una ciudad que se convierte en protagonista.
Como bien se dice al final de la historia, la trama que constituye el eje argumental no es más que una de las miles que suceden cada día en la gran ciudad y para enmarcar haciendo real ese planteamiento Jules Dassin rueda en las calles de una Nueva York populosa, ensimismada en su propia rutina, espectacular marco incomparable en el que se desenvuelven una serie de personajes, que, desde uno y otro lado de la ley, están unidos por el asesinato de una mujer.
Está muy lograda la convivencia del documental que recoge el latir de la gran ciudad con la trama negra que investiga el asesinato. La película va y viene del todo a la parte con una naturalidad y elegancia pasmosa, sin dejar en ningún momento de interesar, consiguiendo siempre su doble y complicado propósito inicial.
De hecho, Maltz contó a la hora de realizar el guión con la ayuda de Marvin Wald, quién indagó en los archivos policiales en busca del material necesario para construir la trama policial, una investigación que supone, desde la mano ejecutora hasta la mente instigadora, un ascenso en la escala social´.
Por muchas razones un espectador inquieto debería ver "The naked city". La principal de todas es que se trata de una obra maestra.
No me cabe la menor duda.
La lectura de la obra del ya desaparecido Ryszard Kapuscinski es imprescindible para entender la convulsa época que fue la segunda década del siglo XX: descolonización, tercer mundo, telón de acero.
Tampoco descubro nada escribiendo ésto.
Periodista de pura cepa, nadie como él ha sabido captar el lento fluir de la historia en las diarias vidas de todos aquellos que a lo largo de su viajar por todo el mundo se cruzaron en sus camino.
En Kapuscinsky se pasa de la anécdota a la gran tendencia histórica dentro del mismo párrafo y ésta es sin duda una de sus grandes virtudes.
"Imperio" recoge todo el material generado por el autor polaco a lo largo de su vida relacionado con la Unión Soviética. Desde anécdotas de su infancia en un pueblo bielorruso que ahora pertenece a Polonia hasta sus más recientes viajes por un estado abandonado y convulso tras la Perestroyka.
Una vez terminado el libro, uno entiende que sólo el colapso era posible y que la aparición del personaje llamado Gorbachov era una cuestión de tiempo. Desde la época de Brezhnev, la Unión Soviética era una especie de carcasa vacía viajando sin rumbo en el inacabable espacio de su propia retórica.
En este sentido es maravillosa la historia del tren que recoge, como metáfora, el tránsito histórico de la Unión Soviética. La relato de memoria y seguro que me equivoco. El tren empieza con Lenin rumbo hacia el futuro, con Stalin hay que bajarse del tren para construir las vias y no todo el mundo puede volver a subir, con Kruschev el tren se queda sin vias y con Brezhnev la gente tiene que bajarse del tren y moverlo para producir la sensación de movimiento.
Al final, como en el sobrecogedor relato de los restos del gulag devorados por la taiga siberiana, ya no quedaba nada de aquel gigante. Sólo palabras y herrumbe.
De vez en cuando me sucede.
En realidad, casi nunca, pero la brasileña "Tropa de élite" vuelve a suscitar en mi esa excepción.
De vez en cuando, no se si una película me ha gustado o no y esta es la impresión que sigo teniendo un día después de haber visto este duro y descarnado relato de la lucha quienes defienden la ley en el sólo aparentemente desordenado mundo de las favelas de Rio de Janeiro.
Desde luego, lo mejor que puedo decir de "Tropa de élite" es que resulta desasosegante y turbadora en fondo y forma. En este aspecto, la primera obra de ficción de José Padilha es de una heterodoxia total arrancando al espectador de la tranquila paz de su asiento para abismarle en un mundo extremo donde la vida no vale nada aunque haya que luchar por ella todos los días. Voces, gritos, violencia extrema, disparos, cámara en mano que salta y se mueve constantemente, rostros sudorosos, rostros desencajados, ejecuciones, brutalidades de todo tipo, ... No hay respiro y uno sale del cine con la adrenalina disparada necesitando, como cualquiera de los personajes, salir de esas emociones ya.
"Tropa de élite" consigue, como muy pocas películas, agarrar al espectador por la pechera y asomarle al nada complaciente espejo del mundo en que vivimos donde, por mucho que no queramos admitirlo, nadie es inocente.
En este sentido, "Tropa de élite" transmite de mensaje visceral, narrado en primera persona, el testimonio de un individuo, el Capitán Nascimento, implicado en primera línea en la lucha por preservar la ley y el orden. Desgastado y cansado de un trabajo interminable, casi siempre condenado al fracaso porque al día siguiente otro narco mandará en la misma favela, Nascimento sólo piensa en escapar de ese mortal y sanguinario sinsentido para estar con su mujer y su hijo no sin antes dejar un sustituto que esté a la altura de sus expectativas. Porque aunque él esté cansado, Nascimento considera que la lucha debe seguir. No es un estratega. Sólo un hombre de acción que ha llegado al límite de sus fuerzas.
Y este es el segundo aspecto que más me agrada.
Con esa impactante visceralidad (que es lo mejor de la pélícula), "Tropa de élite" abunda en el sinsentido de pelear por restablecer una ley y un orden que el propio sistema, la propia sociedad subvierte. Y lo hace con un discurso de fondo similar a la fenomenal serie "The wire". Los policías de Baltimore que protagonizan esta serie sienten la misma decepción que siente Nascimento.
Después de todo, al día siguiente y si su trabajo ha sido un éxito, volverán a tener a alguien nuevo que atrapar.
Algo no funciona y ellos están para intentar taponar los agujeros de una via de agua que crece y crece.
Como diría Rifkyn, el mercado, que no entiende de moralidad, ha penetrado todos los aspectos de lo social y esa sociedad resultante ha generado una dinámica paralela de lucro y beneficio que va más allá de lo legal. Así el policía se convierte en un tonto util condenado a un interminable trabajo condenado al fracaso, porque, y después de todo, esa propia sociedad necesita la escenificación de un orden establecido para poder seguir sosteniendo un estado de naturaleza,de lucha de todos contra todos, basado en el lucro, en obtener la mayor cantidad de ganancia posible a costa de la debilidad del otro.
"The wire" lo hace de una forma más inteligente y cerebral, "Tropa de élite" de una forma visceral y brutal, lanzando sangre, sudor y saliva sobre el espectador que preferiría ver la película de pie... pero el mensaje es el mismo.
Pero "Tropa de élite" va mucho más allá y es aquí donde curiosamente empieza el escándalo, como siempre en la anécdota y no en la esencia de una crítica social de primer orden del excesivamente mundo mercantilizado que entre todos estamos construyendo.
La historia es contada desde el punto de vista de un combatiente de primera línea, con todas las ventajas y todos los inconvenientes que esta perspectiva plantea. Principalmente, el constante riesgo de cruzar la raya que separa lo moralmente aceptable ¿el fin justifica los medios? ¿dónde está el límite? Y es aquí donde la podrida izquierda tan encantada de mirarse a un espejo que en realidad es un retrato de Dorian Gray.
En "Tropa de élite" hay tortura policial, asesinatos, violencia incontrolada por parte de las fuerzas del orden, como parte aceptada del diario mecanismo de lucha... Un chollo para desempolvar las viejas palabras de siempre como, por ejemplo, la palabra fascista.
Esta falta de perspectiva crítica no me gusta, pero tampoco me gusta ver gente con la cabeza metida en una bolsa de plástico, pugnando por un imposible respirar.
Me produce rechazo la nueva y pornográfica constatación de que el trabajo de alcantarillas existe. La victoria y la derrota no dependen de la bondad o maldad de la causa que se defienda. Descansan en la mayor o menor pericia de quienes defienden uno u otro bando. Y en este sentido, el bien puede perfectamente ser derrotado por el mal.. Por eso, quizá, el fin deba justificar los medios y el trabajo en primera línea encierre esos terribles secretos que quienes tenemos las manos limpias y disfrutamos de esa paz residencial con que "The wire" cierra su cuarta temporada no queremos conocer.
No me gusta que me lo recuerden.
Soy un hipócrita, pero el secreto existe porque también cumple una funcíón social. El secreto es una caja negra que nos devuelve, de un problema, una solución, pero cuando se descubre la salud de una sociedad descansa en interpretar a la perfección el espectáculo de la ley y el orden. Smiley lo entendería perfectamente: condenar, desde nuestra perspectiva, a aquellos que han incumplido nuestros principios de convivencia y condenar, desde la suya, a aquellos que han sido lo suficientemente descuidados como para dejar al descubierto aspectos de la intolerable e inmoral mecánica que sostiene nuestra paz perpetua.
Otra contradicción más que "Tropa de élite" en su heterodoxia muestra de forma pornográfica, casi documental... No hay condena para el Capitán Nascimento que además es un ejemplo para su tropa y quienes le sustituirán.
Pero la película no sólo muestra contradicciones sino que las encierra en si misma... y ésto es lo que también me distancia de la película.
Por un lado, y siguiendo un esquema narrativo la maravillosa "El FBI contra el imperio del crimen", "Tropa de élite" encierra un componente hagiográfico de la BOPA que se contradice con el mensaje de corrupción total... bueno... Todos son corruptos menos nosotros los de la BOPA que nos vamos dos semanas a torturar a los aspirantes para depurarlos y esto garantiza nuestra inmunidad.
Mensaje infantil que ataca la credibilidad de toda la película pudiendo reducirla a un mero pastiche de acción con componentes documentales y convirtiéndola en parte de esa escenificación de la ley y el orden que mantiene la credibilidad del sistema corrupto.
Todo está mal, pero tenemos a la BOPA que son unos héroes incorruptibles que no tienen las mismas necesidades humanas que llevan al resto de los mortales a la corrupción.
Tranquilos.
Por otro, el tratamiento que reciben los estudiantes universitarios y, por ende, cualquier discurso intelectual-sociológico estratégico que intente entender lo que sucede.
Al final, y de llegar, las soluciones definitivas nunca vendrán de parte del capitán Nascimento sino de alguno de aquellos estudiantes, llamados "porreros". La solución siempre será estratégica y no táctica, pero en el discurso de Nascimento anida, realmente, un cierto discurso extremo que anatematiza todo lo intelectual.
De una forma maniquea, el aspecto de consumidores finales de los estudiantes les invalida para aportar cualquier otro tipo de planteamientos o puntos de vista.
No me gustan nada estos dos aspectos de la personalidad de Nascimento que éste vehicula en sus palabras sin que el autor haya contextualizado sus palabras en el marco de un debate encarnado en las opiniones de otros personajes que, o bien no existen, o bien callan, cuando el gran macho alfa policial se expresa.
Y es aquí donde "Tropa de élite" se pasa de frenada en su heterodoxia incurriendo en contradicciones que me hacen dudar.
De vez en cuando me sucede.
Esta película póstuma de Anthony Minghella podría considerarse, dentro de su filmografía, como un film menor. Carente de la grandiosidad de superproducciones como "El paciente inglés" o "Cold Mountain", "Braking and entering" sucede en un Londres cotidiano, muy alejado de las postales para turistas para contarnos una historia intimista de preguntas que no tienen respuesta.
Si por algo se reconoce el cine de Minghella, además de por el pulido y perfecto acabado de todos sus trabajos, es por las emociones. Las películas de Minghella rebosan de sentimientos vehiculados através de palabras y miradas captadas en el momento preciso y en este sentido "Breaking and entering" ofrece al espectador el mismo emocionante y palpitante corazón de trabajos anteriores... sólo que carente del grandilocuente envoltorio de superproducción al que minghella parecía abonado desde "El paciente inglés" (salvo la excepción que supuso "Play" en el 2000).
En este sentido, hay algo del fantasma de David Lean en la capacidad de Anthony Minghella para pasar del espacio "micro" de las emociones individuales al escenario "macro" de los grandes momentos, propios de las grandes historias. La capacidad de Minghella para insertar los sentimientos en una exhuberante retórica cinemascópica y hacerlos destacar es una cualidad similar a la, en mayor medida, poseída por el cineasta británico.
"Breaking and Entering" nos cuenta un conflicto casi geométrico. Las trayectorias que los humanos trazamos en el espacio de nuestra vida práctica (familia, trabajo, relaciones,....) no siempre coinciden con las que puede trazar nuestro corazón, sobre ese mismo espacio, si le permitimos tomar el control. El resultado será siempre el conflicto, el melodrama, las preguntas sin respuesta y las decisiones entre opciones, por diferentes motivos, igualmente dolorosas.
Seguramente llega un momento en nuestras vidas, en las de todos y cada uno, en que dejarse llevar por los sentimientos se convierte en una pura y absoluta heterodoxia, una acción tanática y destructiva que socava los en mayor o menor medida firmes cimientos del edificio de nuestra vida... nuestro trabajo real de cada día, que no es otro que tener una vida sobre cuyos brazos confortables descansar cada noche.
A veces, el corazón nos susurra constantemente al oído que no estamos contentos, que algo nos falta, que hay otros mundos y que debemos salir como piratas, banderas al viento, a abordar la belleza que envidiamos en algunos de ellos y éso es lo que Will Francis (Jude Law), su protagonista, termina haciendo casi y de alguna forma rechazado por determinados aspectos de su propia vida que le resultan insatisfactorios, especialmente el cerrado núcleo que forman su pareja (Robin Wright Penn) y su hija autista.
Persiguiendo a un ladrón adolescente terminará encontrando en su madre (Juliette Binoche) aquello que cree le falta para ser feliz... pero las cosas nunca son tan fáciles.
Eternamente instisfechos, porque hemos nacido para desear, siempre perseguimos fantasmas que nos miran desde el otro lado del espejo en el que desesperadamente nos reflejamos.
Esa es parte de nuestra conflictiva naturaleza.
Transferimos a lo que deseamos un valor de realidad que no se corresponde con el justo valor de aquella cosa o persona a la que nos acercamos o, lo que es lo mismo, nos queremos por lo que no somos y nos dejamos por lo que en realidad somos, porque, y hasta cierto punto, caminamos por la vida como sonámbulos viviendo el sueño de nuestro deseo.
De todo ésto creo que habla "Breaking and entering" y por eso, también creo, se trata de una espléndida película.
Hecharemos de menos el talento de Minghella para construir y contar historias sobre las rojas tinieblas del humano corazón.
"Te estoy haciendo partícipe del secreto de los secretos. Los espejos son puertas a través de las que la muerte va y viene. Te diré más.. Si durante toda tu vida te miras en un espejo verás a la muerte trabajar del mismo modo que verías a unas abejas trabajar en una colmena de cristal"
(Heurtebise)
Sólo llevo un par de capítulos, pero creo que estoy ante una serie maravillosa, intensa y terrible como todas esas emociones que nos hacen arrastrarnos por el sucio pavimento de nuestra tristeza.
"In treatment" es una joya.
Apenas un único escenario, la consulta de un pasicoanalista maravilosamente interpretado por Gabriel Byrne y la intensidad de las emociones vehiculadas por sus pacientes mediante palabras ardientes desmentidas por unas miradas apunto de reventar en lágrimas.
La propia verdad siempre un poco más allá de la última y más atrevida de las palabras pronunciadas.
Afrontarse, confrontarse en busca de un cierto acuerdo satisfactorio para las dos partes, la luminosa y la oscura.
Un paciente cada día, uno cada capítulo y cada capítulo una única sesión.... Ésto de Lunes a Jueves, porque los Viernes es el propio Byrne quién acude al psicoanalista para enfrentar los demonios que las consultas le despiertan.
Maravillosa... No tengo palabras.
The Wire, Deadwood, The Shield y ahora In tratment.
La televisión puede con el cine como fábrica de ficción para adultos. No descubro nada.
Hay una pélícula de Clint Eastwood detrás de todo ésto, de toda esta alegría, de toda esta victoria.
En el pasillo de los vestuarios, instantes antes de que comenzara el decisivo partido de cuartos contra Italia, el viejo Luis le recuerda a sus jugadores que bajo ningún concepto olviden que deben divertirse.
Y eso fue lo que hicieron.
Recuerdo haber percibido esa diversión. Recuerdo también haberlo comentado con asombro... Esos chicos se estaban divirtiendo. Habían dejado de lado la presión lógica del momento y disfrutaban como si estuvieran jugando en el patio de un colegio.
Hugo Gatti fue un portero argentino legendario durante tres décadas del siglo pasado. Heterodoxo y estrafalario, continuó defendiendo el arco de Boca hasta bien entrada la década de los setentas del pasado siglo. Fue pionero en muchas cosas. Por ejemplo, en jugar fuera del marco. Pero, y sobre todo, es grande por su sentido y visión del fútbol.
Frente a todos aquellos que ponen el énfasis en otros aspectos del deporte rey, Gatti siempre mantiene que este deporte es por encima de todo un juego. Al final, dice, "cuando eramos pequeños no decíamos vamos a correr al fútbol. Decíamos vamos a jugar al fútbol".
Este es el mensaje.
Sencillo y directo... cualidad intrínseca a todas las verdades que nos tocan el pecho hiriéndonos con su magia para hacernos sangrar un poco de esa luz que todos llevamos dentro.
Las cosas se han complicado mucho, pero, y por mucho que se compliquen con intereses y dineros, el fútbol sigue siendo un juego en el que, como en todo juego, quienes lo juegan deben divertirse.
Y ésto fue lo que el viejo sabio de Hortaleza, desde su inaccesible distancia, les recordó a los jugadores de la selección española aquella maravillosa noche... No os olvidéis de divertiros... Simplemente.
Nada de recordar movimientos defensivos u ofensivos, de recordar marcajes y jugadas, cifras y letras....
Y ante la atenta mirada atravesada y escéptica del viejo profesor, sus chicos convirtieron aquel terreno de juego en la arrolladora locura de un patio de colegio hasta llegar a la final y ganarla.
Algo me dice que el viejo Clint podría hacer esta historia suya para conmovermos con la profunda intimidad de esa verdad valerosamente pronunciada por un profesor que conoce la importancia de todo lo que se ventila cuando se olvida que el deporte, por encima de todo, es un juego.
Luis Aragonés tiene razón.
Nunca dejemos de divertirnos.
Nos irá mejor... aún perdiendo.
Termino la quinta temporada de esta joya de la ficción televisiva con la misma sensación de amargura y pesimismo.
La jungla sobrevive a los hombres que la viven.
Baltimore ya no es sólo una ciudad, también es una metáfora de una sociedad que vive de espaldas a su lado oscuro, un lado oscuro que hay que vigilar y controlar para que solamente no abandone sus previstos límites.
Nada más.
Cualquier otra acción siempre termina por resultar imposible.
En este sentido, es maravilloso el pacífico y tranquilo final de una cruce de calles de los barrios altos.
Plano fijo.
Paz y tranquilidad.
Niños y pájaros después de todo lo que hemos visto.
Inquietante, engañosa y perversa superficie que esconde un abismo negro.
En el pasado siglo, a principios de los ochenta y hasta su muerte, el cine occidental permitió con su dinero que el viejo maestro Kurosawa continuara haciendo cine.
Arruinado por el fracaso de la arriesgada "Dodesukaden" (1970) y con un intento de suicidio, casi conseguiudo, a sus espaldas, Kurosawa sólo había podido rodar desde entonces la maravillosa "Dersu Uzala" (1975) con el dinero soviético.
Fue entonces cuando el cine occidental volvió su cabeza hacia el maestro permitiéndole terminar su carrera con una esplendidez a la altura de su inigualable talento. Primero fue Kagemusha (1980), luego "Ran" (1985) y aunque su carrera aún dió para tres película más. Son estas dos a mi entender las obras maestras que Kurosawa ha legado a la historia del cine.
En ellas, Kurosawa dió rienda suelta a un desesperanzado pesimismo antropológico. Ambas son diferentes manifestaciones de una oscura profundidad que el maestro japonés quiso revelernos y tienen mucho en común.
En las dos hay un personaje que lucha por construir, por instaurar un orden. Ese personaje es un señor de la guerra que lucha por imponerse en el japón feudal. En "Kagemusha" ese señor muere fortuitamente de un disparo mientras escucha el mágico sonar de una flauta desde un castillo que sus tropas asedian. En "Ran" ese señor consiguió instaurar ese orden, pero se siente demasiado cansado como para seguir gobernándolo y decide echarse a un lado y permitir que sus hijos lo gobiernen.
El resultado en ambos casos será la destrucción de ese edificio, una destrucción que en "Kagemusha" la presencia de ese doble del señor sólo consigue demorar el tiempo que dura el engaño.
Kurosawa es existencialista en el sentido más crudo de la palabra. No hay esperanza y el infierno siempre lo somos todos los unos para con los otros.
La construcción de ese orden feudal produce en su propio proceso de nacimiento el germen de su propia destrucción generando odios, despechos e intrigas que, en el menor momento de debilidad, aprovecharán la ocasión para manifestarse con toda su capacidad destructiva. Como siempre termina por suceder, puesto que la destrucción siempre está ahí, esperando de la mano de aquel que de pronto, por azar o por necesidad, se convierte en el más fuerte.
El retrato que Kurosawa ofrece del animal humano es desesperanzado y melancólico, sorprendentemente ubicado en la línea anglosajona y hobbesiana en la que el hombre siempre es un lobo para el hombre.
Inquietante, porque constantemente nos esforzamos por no vernos así.
No está nada mal esta revisión del clásico teatral y cinematográfico, escrito y guionizado por Anthony Schaffer y dirigido por Joseph Leo Mankiewictz en 1972.
No está nada mal y eso que, para mi gusto, no es una película que empiece bien. Lo hace demasiado centrada en un "rollo" de cámaras de seguridad y casa inteligente que sólo despista y que, en sí, no es que resulte demasiado atractivo. La mayor parte de las filmaciones de las cámaras de seguridad no resulta creible (por situación de las mismas y por las imágenes mostradas), así como la casa tampoco resulta ni atractiva ni creíble, pareciendo más un decorado "ad hoc"... una casa inhabitable y sólo creada con el propósito de que en ella suceda la historia que se nos cuenta.
No obstante, y si uno consigue superar el decepcionante asombro de la primera media hora, el prodigioso texto de Schaffer encarnado por dos brillantes actores acaba seducuendo la atención del espectador hasta monopolizarla en un fascinante duelo de voluntades y palabras cuyo final sólo puede ser trágico.
No se hasta qué punto el guionista de este remake, el dramaturgo Harold Pinter, ha conseguido que su talento sume pero tengo claro que "La huella" es una obra que bien podría haber escrito él. Después de todo el enfrentamiento entre clases que subyace en el drama de Schaffer es uno de los grandes temas en la obra de Pinter.
El orgullo aristocrático de Wyke no puede soportar que su mujer, su más preciada posesión, acabe en manos de Tindle, un peluquero arribista y actor de familia medio italiana. No se trata simplemente de vencer. Es mucho más complejo. Para Wyke es imprescindible hacerlo mostrando una superioridad total, la que él se presume, en un juego de brutal manipulación en que dos voluntades luchan por dominarse con la palabra como arma.
Vencer y humillar. Recordar quién es quién y el lugar que ocupa cada uno en la estructura social.
Me gusta "Stardust".
El recalcitrante adolescente que aún me habita disfruta con las buenas historias de principes y princesas, de eternos odios y amores verdaderos y "Stardust" es sin duda alguna un buen ejemplo de esos relatos épicos que suceden en algunas de las otras tierras que se extienden al otro lado de los espejos.
Añadido atractivo que constituye parte esencial de la instransferible personalidad de esta historia es la acertada omnipresencia del humor en todos sus momentos. "Stardust" no sólo resulta divertida por lo emocionante de las aventuras que viven sus personajes sino por el sentido del humor que acertadamente destilan algunos de sus dialogos, personajes y situaciones.
Repitiendo estructura narrativa, de nuevo el orden del mágico reino que se extiende al otro lado del muro será restaurado merced a la participación de un heterodoxo, de un diferente con quién nadie cuenta y que, al mismo tiempo, necesitará transitar desde la adolescencia hasta la madurez para conseguir ese propósito... y, por supuesto, lo más importante, la chica (que en este caso es una estrella caída del cielo).
Está claro que son los ortodoxos, los obedientes, quienes inflexible e incansablemente administran un orden establecido hasta que éste se vuelve corrupto. Parece evidente también que son los heterodoxos, los diferentes, quienes encierran en su interior la energía y verdad suficiente como para producir la singularidad que de lugar a un orden nuevo. Y es en el tránsito hacia esa singularidad donde surge la aventura y el relato.
Los heterodoxos existen para prender una llama de cuyo arder los ortodoxos se apropiarán y cuidarán hasta que una ráfaga de viento la apague.
Esa es la dialéctica eterna de los cuentos de hadas y tierras medias.
La posibilidad de una singularidad, de un cambio, sólo existe en la diferencia, pero, y al mismo tiempo, la diferencia es rechazada al exterior de ese orden mientras éste existe por aquellos que lo administran precisamente porque temen que el poder de volatilidad de los diferentes pueda comprometer su existencia antes de tiempo, que suele ser casi demasiado tarde, cuando todo está a punto de perderse.