Para Julio Médem el ojo de la vaca y el ojo de la cámara se parecen, ambos esconden un túnel oscuro que de manera casi involuntaria refleja una realidad exterior.
Este es para mi gusto el planteamiento que sustenta su opera prima "Vacas" realizada en 1992.
No en vano, el patriarca de la familia, obsesionado con unas vacas que pinta incansablemente, se siente atraído por una cámara de fotos y se las arregla para robarla con la ayuda del joven Peru, representante de la tercera generación de dos familias enfrentadas en el rural interior del País Vasco.
Porque este es el argumento de "Vacas".
La historia de tres generaciones de dos familias de campesinos que viven linde con linde, enfrentadas por el amor y el deseo, amores difíciles, cuando no imposibles, que es algo muy característico del cine de Medem.
Un autor con una obsesión excesiva por intelectualizar el melodrama. Obsesión que ha ido devorando las posibilidades de su cine, hundido progresivamente en una espiral de autorreferencialidad y esteticismo que no ha sido capaz de dar con un contenido de entidad, que fuese capaz de dar profundidad verdadera a sus historias cada vez más ensimismadas y espesas, enredadas en una impotente melancolía infantil centrada en la imposibilidad de un amor siempre imposible de por sí, convertidas en el enésimo esfuerzo baldío por encontrar una historia verdadera que, una vez agotado el filón del amor, pasaron a abundar también en la imposibilidad del sexo como último y desesperado recurso.
Por todo esto, y como parece obvio, mi interés por Medem ha ido decayendo con el tiempo.
No obstante, y por mor de ese mismo tiempo, esta incomparable "Vacas" sigue perdurando como su mejor obra, la más redonda, entera y completa. Convertida en una suerte de melancólico monumento a la perdida quizá irreparable de un prometido talento y transformando a Medem en una suerte de pequeño Rimbaud atado al éxito inconsciente de su adolescencia.
Porque para mi gusto "Vacas" sigue siendo una de las mejores películas que ha dado el moderno cine español.
A través de la mirada transparente del ojo de la vaca, convertido en una suerte de cámara fotográfica biológica, Medem nos presenta, un retrato naturalista del ser humano al que Medem convierte en un animal más.
Confundido en la espesura agreste del bosque de la montaña del interior de Euzkadi y dando rienda suelta al carácter propio de su especie, el hombre ama, odia, quiere, mata, nace, celebra, lamenta, muere... Desde un constante presente, produce un pasado que convenientemente acumulado produce una historia que es la que ese ojo recoge y refleja.
Y al final Medem nos propone una arqueología del sentido que encierran pasado y presente convertidos en un eterno retorno del mismo carácter volátil del ser humano, consecuencia del difícil equilibrio que en cada uno de nosotros se da entre realidad y deseo, entre racionalidad y animalidad y cuyo resultado siempre es la destrucción y el enfrentamiento.
Por eso la historia empieza y acaba con la destrucción de la guerra, como ejemplo máximo de esa capacidad innata para el desorden y la destrucción que nos hace ser la criatura más terrible que hay sobre la tierra.
Silenciosas y calladas, las vacas lo saben mejor que ningún otro animal lo terrible de nuestra condición.
Obra maestra.
Este es para mi gusto el planteamiento que sustenta su opera prima "Vacas" realizada en 1992.
No en vano, el patriarca de la familia, obsesionado con unas vacas que pinta incansablemente, se siente atraído por una cámara de fotos y se las arregla para robarla con la ayuda del joven Peru, representante de la tercera generación de dos familias enfrentadas en el rural interior del País Vasco.
Porque este es el argumento de "Vacas".
La historia de tres generaciones de dos familias de campesinos que viven linde con linde, enfrentadas por el amor y el deseo, amores difíciles, cuando no imposibles, que es algo muy característico del cine de Medem.
Un autor con una obsesión excesiva por intelectualizar el melodrama. Obsesión que ha ido devorando las posibilidades de su cine, hundido progresivamente en una espiral de autorreferencialidad y esteticismo que no ha sido capaz de dar con un contenido de entidad, que fuese capaz de dar profundidad verdadera a sus historias cada vez más ensimismadas y espesas, enredadas en una impotente melancolía infantil centrada en la imposibilidad de un amor siempre imposible de por sí, convertidas en el enésimo esfuerzo baldío por encontrar una historia verdadera que, una vez agotado el filón del amor, pasaron a abundar también en la imposibilidad del sexo como último y desesperado recurso.
Por todo esto, y como parece obvio, mi interés por Medem ha ido decayendo con el tiempo.
No obstante, y por mor de ese mismo tiempo, esta incomparable "Vacas" sigue perdurando como su mejor obra, la más redonda, entera y completa. Convertida en una suerte de melancólico monumento a la perdida quizá irreparable de un prometido talento y transformando a Medem en una suerte de pequeño Rimbaud atado al éxito inconsciente de su adolescencia.
Porque para mi gusto "Vacas" sigue siendo una de las mejores películas que ha dado el moderno cine español.
A través de la mirada transparente del ojo de la vaca, convertido en una suerte de cámara fotográfica biológica, Medem nos presenta, un retrato naturalista del ser humano al que Medem convierte en un animal más.
Confundido en la espesura agreste del bosque de la montaña del interior de Euzkadi y dando rienda suelta al carácter propio de su especie, el hombre ama, odia, quiere, mata, nace, celebra, lamenta, muere... Desde un constante presente, produce un pasado que convenientemente acumulado produce una historia que es la que ese ojo recoge y refleja.
Y al final Medem nos propone una arqueología del sentido que encierran pasado y presente convertidos en un eterno retorno del mismo carácter volátil del ser humano, consecuencia del difícil equilibrio que en cada uno de nosotros se da entre realidad y deseo, entre racionalidad y animalidad y cuyo resultado siempre es la destrucción y el enfrentamiento.
Por eso la historia empieza y acaba con la destrucción de la guerra, como ejemplo máximo de esa capacidad innata para el desorden y la destrucción que nos hace ser la criatura más terrible que hay sobre la tierra.
Silenciosas y calladas, las vacas lo saben mejor que ningún otro animal lo terrible de nuestra condición.
Obra maestra.