EL PENSAMIENTO SALVAJE
En el momento de su publicación, el año 1962, esta obra del antropólogo francés Claude Levi Strauss supuso una verdadera conmoción.
Por aquella época, Europa se hallaba en pleno proceso de descolonización. Los salvajes cuyos territorios los "sahibs" europeos habían administrado durante siglos con mayor o menor sentido de responsabilidad, y casi siempre con codicia, accedían a la independencia. Y lo peor no era eso, lo peor era que esos independientes aparecían en los grandes salones enfundados a la manera occidental en trajes de impecable corte y de todo modo reivindicaban una posición de igualdad que implicaba un cierto cambio en el imaginario de los europeos.
Salvo para unos pocos que habían estado en contacto con ellos y para unos muchos que sin conocerlos les condecían de buena gana un nuevo papel en el juego ideológico de la guerra fría, los pueblos sometidos a la colonización se mantenían sumidos en un estereotipo que pintaba una imagen bárbara siempre en eterna y odiosa comparación con las bondades del hombre civilizado y su mundo. Nada podía oponerse a la exitosa combinación de cruz y ciencia. Ante ella, todos los dioses y mitos debían inclinarse y sus propietarios ceder ante una verdad que se antojaba evidente por si misma, intrinsecamente mejor, que parecía imponerse por puras leyes de la física de sólidos aplicadas a las ideas, creencias y conceptos.
"El pensamiento salvaje" aparece con la ambiciosa vocación de cerrar esa grieta que diferenciaba a los hombres y sus culturas situando siempre el mayor valor a un lado del abismo.
La principal tésis del libro es que el hombre civilizado y el hombre salvaje se enfrentan del mismo modo al mundo que les espera afuera. La capacidad de razonar intrínseca al hombre está ahí y Levi Strauss, en un alarde de erudición que (hay que decirlo todo) impide que el libro sea apto para una cómoda lectura de piscina, se encarga de demostrarlo dando un repaso global a los diferentes modos en que aquellos que llamamos salvajes entienden el mundo que les rodea.
A lo largo del libro desfilan complejos sistemas de estratificación de las naturalezas conocidas y de las propias sociedades, sistemas que permiten a los pueblos salvajes sobrevivir explotando al máximo el entorno, pero también organizarse entre ellos para poder existir.
Sobre un mismo espacio y tiempo se superponen los sentidos en el mapa como capas de google y cada uno de ellos cumple perfectamente su función: mantenerles juntos y vivos.
Amparada en sus innegables ventajas, la mirada cosificadora del europeo jamás penetró profundamente en los otros mundos en los que con mayor o menor estrépito irrumpió, pero el talento de Levi-Strauss los convoca, como fantasmas de antemano derrotados por lo que siempre ha sido un proceso de homogeneización global que el sabio francés llegó a intuir y denunciar en su también maravilloso "Tristes Trópicos", un libro publicado en la década de los 50 y en el que llega a afirmar que "la humanidad se instala en la monocultura; se dispone a producir civilización en masa, como cultiva la remolacha".
Y aún hoy, superada la centena, el viejo Levi-Strauss continúa reivindicando esas voces que nos hablan desde las selvas, estepas y desiertos. Unos saberes quizá intencionadamente desnaturalizados y desactivados por la puesta en evidencia de sus desventajes materiales frente a todo lo que la ciencia, el mercado y la técnica pueden ofrecer... si uno tiene dinero para pagarlo... en un planteamiento maniqueo en el que lo instrumental parece poder al saber final, a la capacidad de dar a la vida un sentido orgánico y completo que muchos de esos pueblos, con los saberes y mitos que vienen contándose los unos a los otros desde un tiempo inmemorial.
"Lévi-Strauss dice hoy que "es imposible no sentir nostalgia ante la tribu de los bororos, una sociedad que abolía el tiempo. ¿Qué deseo más profundo que el de querer el vivir en una suerte de presente que es un pasado revivificado sin cesar y mantenido tal como era a través en los mitos y las creencias?". Para él, "la sabiduría, de entrada, consiste en saber que su sociedad, para ser viable, tiene que ser poco numerosa. Cuando eran demasiados la tribu se dividía en dos. Y en comprender que el hombre no es predominante en la naturaleza, que comparte el mundo con otras especies del reino animal y vegetal. Nosotros bautizamos de supersticiosas, prácticas que no son otra cosa que su forma de expresión del respeto hacia el mundo que les rodea"."
No cabe duda de que la ciencia es la forma más refinada de saber instrumental, mucho más que cualquier modo de organización y explotación del mundo existente en cualquier cultura. Pero, y como decían los sabios de la Escuela de Frankfurt, uno de los grandes errores de la modernidad ha sido y es la conversión de lo meramente instrumental en final. Proceso que viene produciendo una gradual pérdida de un sentido final que lo estructure y organice todo.
El hombre no sólo produce medios sino que genera fines, o por lo menos debiera hacerlo. Prueba de ello es la existencia a lo largo y ancho del globo de sistemas que llevan a quienes los viven a entender y a entenderse en su diaria labor de manejar los medios que les procuran la subsistencia. Y para Levi Strauss esa fuente de sentido está ahí, en el cada vez más escaso borde del camino totalizador que sigue nuestra civilización... hasta que quizá lleguemos a un momento en que no recordemos el sentido de las cosas que hacemos y alcancemos, quizá sin saberlo, el estado de extrema animalidad viniendo por el otro extremo.