Por lo visto, el irlandés Neil Jordan intentó durante varios años convertir en película la historia de esta familia noble, los Borgia, de orígen valenciano, que se hicieron con el control de la Roma renacentista y de la sede papal. Al final, Jordan encontró financiación para su proyecto en la televisión y lo que al principio fue visto como un golpe al proyecto finalmente terminó resultando un afortunado acontecimiento del destino.
Jordan ha hecho de la necesidad virtud escribiendo una historia que siempre necesitó ser contada... porque, y entre otras cosas, había mucho que contar porque los protestantes del Norte existen por una razón y en este sentido la moral, inmoral y amoral historia de los Borgia forma parte del proceso de deterioro que la institución católica vivió desde finales de la Edad Media, un deterioro que se concretó en el Renacimiento y que tuvo uno de sus jalones más relevantes en el acceso de esta familia al trono de San Pedro.
Porque la familia Borgia era una familia más en el contexto de la Italia renacentista, entregada a las intrigas necesarias como para procurar el control y la supervivencia... Sforza, Colonna u Orsini... Lo único que le puso las cosas más difíciles a los Borgia era el hecho de no ser italianos sino españoles de ascendencia aragonesa y valenciana.
Borgía sería Borja en castellano.
En su lucha por ese control de fortunas y recursos dentro de Roma llevo a Alejandro Borgia a convertirse en Papa y es aquí donde comienza la serie, dedicándose en su primera temporada a mostrar la oposición que semejante nombramiento encuentra en la propia Roma y fuera de Roma asi como los esfuerzos de Alejandro (Jeremy Irons) por asegurar la viabilidad del éxito de su familia.
Y no había nada espiritual en un papa Borgia que es más un señor terrenal entregado a la política traicionera de las alianzas tan usual en la Italia renacentista que otra cosa... Un señor terrenal que además cuenta con mujer, hijos y amante, la bella Giulia Farnese y que no tendrá el menor escrúpulo en hacer lo que sea necesario por mantener el poder ayudado especialmente por su hijo Cesare y su asesino Micheletto.
Y lo necesario nada tiene que ver con el reino de Dios en la tierra sino con los siete pecados capitales, que igual componen una lista que se queda corto y merced al esfuerzo de los Borgias debiera ser ampliada.
La gota que colmo el vaso y que provocó la disidencia protestante fue la construcción del propio símbolo de la iglesia, la Basílica de San Pedro, para cuya posibilidad y financiación los sucesores de Alejandro no dudaron en traficar con lo más sagrado, pero la existencia de los Borgia ya sienta un fascinante precedente.
Y tampoco es de extrañar que Neil Jordan con su fascinación por todas las historias de lo heterodoxo encuentre en los Borgia un maravilloso espacio afortunado en el que suceden decenas de encuentros con lo desviado en el mismísimo corazón donde nace la autoridad de o moral, lo ortodoxo.
La ironía está ahí, siempre, animando el latir ladino y desconfiado de un relato que convierte al pecado en algo cotidiano.
Brillante.
Jordan ha hecho de la necesidad virtud escribiendo una historia que siempre necesitó ser contada... porque, y entre otras cosas, había mucho que contar porque los protestantes del Norte existen por una razón y en este sentido la moral, inmoral y amoral historia de los Borgia forma parte del proceso de deterioro que la institución católica vivió desde finales de la Edad Media, un deterioro que se concretó en el Renacimiento y que tuvo uno de sus jalones más relevantes en el acceso de esta familia al trono de San Pedro.
Porque la familia Borgia era una familia más en el contexto de la Italia renacentista, entregada a las intrigas necesarias como para procurar el control y la supervivencia... Sforza, Colonna u Orsini... Lo único que le puso las cosas más difíciles a los Borgia era el hecho de no ser italianos sino españoles de ascendencia aragonesa y valenciana.
Borgía sería Borja en castellano.
En su lucha por ese control de fortunas y recursos dentro de Roma llevo a Alejandro Borgia a convertirse en Papa y es aquí donde comienza la serie, dedicándose en su primera temporada a mostrar la oposición que semejante nombramiento encuentra en la propia Roma y fuera de Roma asi como los esfuerzos de Alejandro (Jeremy Irons) por asegurar la viabilidad del éxito de su familia.
Y no había nada espiritual en un papa Borgia que es más un señor terrenal entregado a la política traicionera de las alianzas tan usual en la Italia renacentista que otra cosa... Un señor terrenal que además cuenta con mujer, hijos y amante, la bella Giulia Farnese y que no tendrá el menor escrúpulo en hacer lo que sea necesario por mantener el poder ayudado especialmente por su hijo Cesare y su asesino Micheletto.
Y lo necesario nada tiene que ver con el reino de Dios en la tierra sino con los siete pecados capitales, que igual componen una lista que se queda corto y merced al esfuerzo de los Borgias debiera ser ampliada.
La gota que colmo el vaso y que provocó la disidencia protestante fue la construcción del propio símbolo de la iglesia, la Basílica de San Pedro, para cuya posibilidad y financiación los sucesores de Alejandro no dudaron en traficar con lo más sagrado, pero la existencia de los Borgia ya sienta un fascinante precedente.
Y tampoco es de extrañar que Neil Jordan con su fascinación por todas las historias de lo heterodoxo encuentre en los Borgia un maravilloso espacio afortunado en el que suceden decenas de encuentros con lo desviado en el mismísimo corazón donde nace la autoridad de o moral, lo ortodoxo.
La ironía está ahí, siempre, animando el latir ladino y desconfiado de un relato que convierte al pecado en algo cotidiano.
Brillante.