Esta vez el cóctel se puede beber.
La emocionalidad repartida con criterio a lo largo de la historia, los diferentes scripts narrativos combinados con un cierto sentido, la transición entre uno y otro bien hurdida... Y el resultado es un cierto entretenimiento. No un entretenimiento complejo y sofisticado, que apele y seduzca al pensamiento sino un entretenimiento básico y primario, basado en la acumulación de colores, sonidos, efectos y formas, muy próximo a una atracción de un parque temático o a esas luces que se proyectan en el techo para que los niños pequeños se duerman y dejen de romper las pelotas.
No es mucho, pero suficiente comparado con otros productos que estos ojos que se comerán los gusanitos, si es que no los devora el fuego, han visto.
Esta vez el programador de historias que ha creado este producto llamado "Thor. El mundo oscuro" ha producido algo que, por lo menos, evita que me pregunte con melancolía qué diablos hago en esa sala oscura, ante esa pantalla que más parece un baratillo de imágenes que un museo de irrepetibles iconos que quedan grabados a fuego en la mente.
Nada nuevo bajo el sol, pero lo previsible lo es de manera equilibrada y razonable.
Los elfos oscuros quieren recuperar un universo primigenio de oscuridad que les fue arrebatado por el padre de Odin tras una de esas guerras milenarias que solo en la mitología se pueden librar. Por supuesto, nadie de los que estábamos en la sala tenía la menor duda de que, sucediera lo que sucediese, el musculoso marido de Elsa Pataky iba a impedírselo.
Lo que hay entre uno y otro momento no es demasiado difícil de imaginar, una convencional línea recta narrativa... eso sí, hecha con buen pulso.
Hay productos y también productos... y Thor está dentro del primer grupo... o del segundo... No sabría decirlo.
Aceptable.
La emocionalidad repartida con criterio a lo largo de la historia, los diferentes scripts narrativos combinados con un cierto sentido, la transición entre uno y otro bien hurdida... Y el resultado es un cierto entretenimiento. No un entretenimiento complejo y sofisticado, que apele y seduzca al pensamiento sino un entretenimiento básico y primario, basado en la acumulación de colores, sonidos, efectos y formas, muy próximo a una atracción de un parque temático o a esas luces que se proyectan en el techo para que los niños pequeños se duerman y dejen de romper las pelotas.
No es mucho, pero suficiente comparado con otros productos que estos ojos que se comerán los gusanitos, si es que no los devora el fuego, han visto.
Esta vez el programador de historias que ha creado este producto llamado "Thor. El mundo oscuro" ha producido algo que, por lo menos, evita que me pregunte con melancolía qué diablos hago en esa sala oscura, ante esa pantalla que más parece un baratillo de imágenes que un museo de irrepetibles iconos que quedan grabados a fuego en la mente.
Nada nuevo bajo el sol, pero lo previsible lo es de manera equilibrada y razonable.
Los elfos oscuros quieren recuperar un universo primigenio de oscuridad que les fue arrebatado por el padre de Odin tras una de esas guerras milenarias que solo en la mitología se pueden librar. Por supuesto, nadie de los que estábamos en la sala tenía la menor duda de que, sucediera lo que sucediese, el musculoso marido de Elsa Pataky iba a impedírselo.
Lo que hay entre uno y otro momento no es demasiado difícil de imaginar, una convencional línea recta narrativa... eso sí, hecha con buen pulso.
Hay productos y también productos... y Thor está dentro del primer grupo... o del segundo... No sabría decirlo.
Aceptable.