Por lo visto, Marcelino Camacho ha muerto de puro tiempo en su vieja y misma casa de siempre, la de Carabanchel.
Vivimos unos tiempos extraños, tanto que los comportamientos desviados son tan frecuentes que se han convertido en norma y quienes los contemplan sin criterio deducen olimpicamente que son formas correctas de conducta engordando la bola de nieve de la hedonista desorientación.
Todo se compra y se vende en este infinito supermercado en que nuestro mundo se ha convertido, incluso uno puede comprarse la conciencia social, quitársela y ponérsela como si una diadema de miss universo se tratara de modo que es posible estar con los humillados y ofendidos desde la melancólica balaustrada de un chalet con vistas al mar Mediteráneo.
No es necesario sacrificarse. No es necesario sufrir. Por qué renunciar a tenerlo todo, hasta lo incompatible...
Marcelino Camacho, héroe de la resistencia al franquismo cuando los héroes no abundaban y uno de los artífices máximos de la transición ha muerto en su misma y vieja casa de siempre. No necesitaba más. Le bastaba con mirarse al espejo todos los días para reconocerse, como hacen los hombres y las mujeres que se visten por los pies. Seguramente, como la inmensa minoría, deseó rodearse moderadamente de cosas, llevar una vida lo más cómoda posible, quizá incluso soñase con una parecida balaustrada abierta al mismo mar, pero nunca llegó tan lejos. Seguramente porque le preocupaba de verdad la gente. En su esquema de valores de verdadero hombre de izquierdas había tesoros más importantes y decidió seguir del lado de la gente antes de dedicarse a ganar dinero. Hay quién cree que las dos cosas son posibles, como lanzar un corner y rematarlo o estar en misa y repicar, pero, en realidad no lo son... entre otras cosas porque están separadas por una delgada línea roja.
Hoy nos ha dejado.
En el espejo de las ideas donde debiéramos mirarnos todos, cada día, todas las mañanas, su ejemplo brilla ahora invisible, oscurecido por los neones que anuncian novedades y rebajas, que nos prometen que todas las cosas al mismo tiempo son posibles si tenemos el suficiente dinero para pagarlas.
La conciencia, esa aguafiestas, no importa.
Ahora incluso descansa en paz.