Aliado o cliente: Nord Stream: el punto de no retorno (III)
Si en la entrega anterior vimos que Washington abandona o instrumentaliza a sus aliados cuando ya no le son útiles, el caso Nord Stream muestra una evolución aún más inquietante: la posibilidad de que los sacrifique incluso cuando todavía lo son.
El atentado contra el gasoducto Nord Stream, en septiembre de 2022, marcó un antes y un después en la relación entre Europa y Estados Unidos. Aquella infraestructura —resultado de la cooperación germano-rusa— no era solo una vía de suministro: era la columna vertebral de la autonomía energética europea, la base material de un modelo industrial competitivo y de una diplomacia capaz de actuar sin pedir permiso. Su destrucción, en el mar Báltico, cortó de raíz esa posibilidad.
El proyecto que desafiaba el orden atlántico
Conviene recordar que Alemania había defendido el proyecto durante años, incluso frente a la presión estadounidense y de Europa del Este. Merkel mantuvo Nord Stream tras la anexión de Crimea (2014), convencida de que la interdependencia económica era garantía de estabilidad. Scholz intentó preservarlo hasta días antes de la invasión rusa. No era ingenuidad: era la expresión de una visión continental del equilibrio —la idea de que Europa podía ser un actor propio, no solo un apéndice del Atlántico—.
Esa visión se derrumbó en 2022. Nord Stream representaba la última herencia de la Ostpolitik alemana: la apuesta por una Europa que mediara entre potencias en lugar de alinearse con una. Su destrucción marcó el fin de la soberanía energética europea y la victoria definitiva de la lógica atlantista: seguridad militar a cambio de dependencia económica.
Una investigación que no quiere encontrar respuestas
Las investigaciones oficiales avanzan con lentitud sospechosa. Los fiscales alemanes han detenido a varios sospechosos vinculados a una empresa de alquiler de yates y apuntan hacia la posible implicación de un grupo de origen ucraniano, probablemente no oficial pero afín a Kiev. El relato, sin embargo, no resiste el análisis más básico.
¿Cómo pudo un pequeño equipo civil ejecutar una operación de alta complejidad técnica en aguas vigiladas por la OTAN, a 70 metros de profundidad, contra tuberías reforzadas diseñadas para resistir explosiones?
La falta de respuestas sólidas no prueba la implicación de Washington, pero sí deja claro que la verdad está siendo administrada.
Una oposición estadounidense sistemática
La oposición estadounidense a Nord Stream no fue discreta ni reciente. Fue sistemática, pública y amenazante durante años:
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Trump impuso sanciones a las empresas europeas implicadas (2019–2020).
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Victoria Nuland, subsecretaria de Estado, declaró en enero de 2022: “Si Rusia invade Ucrania, de una forma u otra, Nord Stream 2 no avanzará.”
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Biden fue aún más explícito en febrero de 2022: “Si Rusia ataca Ucrania, Nord Stream 2 dejará de existir. Lo detendremos.” Cuando un periodista le preguntó cómo, respondió: “Confíe en que podremos hacerlo.”
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Después de la explosión, ningún funcionario estadounidense expresó sorpresa, condena ni exigió investigación.
La frase de Biden suena hoy más como una confesión anticipada que como una advertencia diplomática.
Tras la explosión, Washington negó cualquier participación, pero figuras como Radek Sikorski —exministro polaco— llegaron a celebrar el suceso con un elocuente “Thank you, USA” que luego borró. Polonia y los Estados bálticos, que siempre se opusieron al gasoducto, fueron los únicos que no expresaron condena.
Poco después, el periodista Seymour Hersh, premio Pulitzer, publicó una investigación que atribuía la autoría a una operación conjunta de Estados Unidos y Noruega bajo cobertura de maniobras de la OTAN. Aunque su versión fue cuestionada por medios establecidos, ninguna explicación alternativa ha resultado más coherente.
¿Quién se benefició?
Ante la ausencia de pruebas definitivas y la inverosimilitud de la narrativa oficial, conviene aplicar el principio básico de cualquier investigación criminal: cui bono, ¿quién se beneficia?
Estados Unidos obtuvo ventajas estratégicas inmediatas y estructurales:
- Eliminó a su principal competidor energético en Europa: el gas ruso barato frente al GNL estadounidense tres veces más caro.
- Convirtió la dependencia militar europea (OTAN) en dependencia económica total.
- Cortó de raíz cualquier posibilidad de reconciliación germano-rusa futura.
- Forzó a Europa a comprar su GNL a precios que triplican los anteriores.
- Consolidó el bloque atlántico en el momento de máxima tensión con Rusia.
- Aseguró un mercado cautivo multimillonario para su industria energética.
¿Y quién más podría beneficiarse?
- ¿Rusia? Destruyó su propia inversión multimillonaria, perdió su principal palanca de influencia sobre Alemania y eliminó una fuente crucial de ingresos futuros. Ganó... ¿la posibilidad de culpar a Occidente sin pruebas creíbles que nadie en Europa occidental tomaría en serio?
- ¿Ucrania? Arriesgó alienar a Alemania, su principal apoyo financiero y militar europeo, para sabotear algo que ya estaba políticamente muerto y que nunca volvería a operar mientras durara la guerra. ¿Con qué objetivo estratégico?
- ¿Un grupo independiente? Sin motivo estratégico claro, sin financiación rastreable, pero con capacidad técnica de operaciones especiales navales a 70 metros de profundidad en aguas vigiladas por la OTAN. ¿Plausible?
El análisis de beneficios no apunta a varios sospechosos. Apunta a uno solo. En inteligencia estratégica existe un principio fundamental:
Cuando alguien anuncia públicamente y de manera repetida que hará algo, luego sucede exactamente eso, esa persona se beneficia masivamente del resultado, y nadie investiga seriamente... la carga de la prueba se invierte.
No es quien señala al sospechoso obvio quien debe probar su caso más allá de toda duda razonable. Es quien se benefició masivamente quien debe demostrar que, contra toda lógica, fue otra persona.
El silencio de la víctimaLa reacción alemana no es solo llamativa: es probatoria en sí misma.
Cuando se sabotea infraestructura crítica nacional valorada en miles de millones de euros, un Estado soberano normalmente:
- Declara emergencia nacional.
- Exige una investigación internacional inmediata.
- Convoca al Consejo de Seguridad de la ONU.
- Activa todos sus recursos de inteligencia.
- Presiona diplomáticamente por respuestas.
- Exige reparaciones y responsabilidades.
Alemania no hizo nada de esto. Las pesquisas avanzan sin urgencia, como si Berlín temiera encontrar algo que no pueda admitir. Ningún gobierno europeo ha exigido responsabilidades por la destrucción de una infraestructura en la que se habían invertido miles de millones y que era esencial para su estabilidad económica.
La reacción alemana no es solo llamativa: es probatoria en sí misma.
Cuando se sabotea infraestructura crítica nacional valorada en miles de millones de euros, un Estado soberano normalmente:
- Declara emergencia nacional.
- Exige una investigación internacional inmediata.
- Convoca al Consejo de Seguridad de la ONU.
- Activa todos sus recursos de inteligencia.
- Presiona diplomáticamente por respuestas.
- Exige reparaciones y responsabilidades.
Alemania no hizo nada de esto. Las pesquisas avanzan sin urgencia, como si Berlín temiera encontrar algo que no pueda admitir. Ningún gobierno europeo ha exigido responsabilidades por la destrucción de una infraestructura en la que se habían invertido miles de millones y que era esencial para su estabilidad económica.
¿Por qué esta pasividad tan inusual? La única explicación coherente es que Berlín sabe o sospecha fuertemente quién fue y ha decidido que no puede permitirse saberlo oficialmente.
Cuando la víctima no exige justicia, no es porque ignore la identidad del agresor, sino porque no puede permitirse enfrentarse a quien la atacó. Esa es la definición precisa de una relación de poder asimétrica: cuando el subordinado debe fingir no saber quién le hizo daño.
Recapitulación: más allá de toda duda razonable
Hagamos un ejercicio de claridad y recapitulemos los hechos sin ambigüedad:
- Estados Unidos amenazó públicamente, de manera repetida y explícita, con destruir Nord Stream.
- Estados Unidos tenía la capacidad técnica para hacerlo (operaciones especiales navales en aguas de la OTAN).
- Nord Stream fue destruido exactamente como se había amenazado.
- Estados Unidos se benefició masiva y estructuralmente.
- Los aliados más atlantistas de Estados Unidos (Polonia, Bálticos) lo celebraron públicamente.
- Alemania, la víctima directa, no exige justicia ni investigación seria.
- No existe investigación internacional independiente.
- No hay consecuencias diplomáticas de ningún tipo.
- La narrativa oficial (grupo ucraniano en yate) es técnicamente inverosímil.
La ausencia de pruebas directas no es ausencia de evidencia.Es simplemente evidencia de poder: el poder de ejecutar sin dejar huellas rastreables, y el poder de impedir que se busquen seriamente.
Estos beneficios no fueron colaterales: fueron estructurales
Para entender la magnitud real del golpe, hay que mirar más allá del atentado mismo y analizar sus consecuencias materiales: qué le pasó a la economía alemana, qué le pasó a la industria europea, qué le pasó a la capacidad de Europa de actuar como actor independiente en el tablero geopolítico.
Porque el verdadero sabotaje no fue contra unas tuberías en el fondo del Báltico. Fue contra un modelo completo de Europa: una Europa con capacidad de decisión energética propia, con industria competitiva, con diplomacia independiente.
El coste oculto: Europa sin energía, Alemania sin industria
El golpe a Alemania no fue solo simbólico: fue estructural y devastador. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que los precios energéticos disparados desde 2022 han reducido significativamente la producción de los sectores intensivos en energía y han mermado el producto potencial del país. El Banco Central Europeo (BCE) calcula que los choques de suministro energético redujeron en torno a un 2 % la producción industrial alemana entre 2021 y 2022.
Según un análisis reciente del Atlantic Council, la producción industrial total de Alemania en 2024 ronda el 90 % de los niveles de 2015, con una caída especialmente acusada en automoción y química —los dos sectores que habían sido el corazón del modelo exportador alemán—.
Las consecuencias son visibles en todo el tejido industrial:
- BASF ha cerrado plantas químicas y recortado miles de empleos citando directamente los sobrecostes energéticos como causa principal.
- ArcelorMittal ha paralizado hornos en Bremen y Hamburgo.
- Numerosas empresas medianas del Mittelstand —la columna vertebral de la economía alemana— han trasladado operaciones completas a Estados Unidos, donde la energía industrial cuesta tres veces menos.
El economista Andrew Kenningham, de Capital Economics, lo resume sin eufemismos:
“Los insumos energéticos europeos son tres veces más caros que en EE. UU., y la industria alemana se está reduciendo en una cuarta parte.”
La Clean Energy Wire confirma esa tendencia irreversible: una de cada cuatro empresas industriales alemanas planea reducir producción doméstica o deslocalizar directamente por los costes energéticos, y más del 50 % declara haber congelado inversiones en I+D, lo que hipoteca el futuro tecnológico del país.
El golpe a Alemania no fue solo simbólico: fue estructural y devastador. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que los precios energéticos disparados desde 2022 han reducido significativamente la producción de los sectores intensivos en energía y han mermado el producto potencial del país. El Banco Central Europeo (BCE) calcula que los choques de suministro energético redujeron en torno a un 2 % la producción industrial alemana entre 2021 y 2022.
Según un análisis reciente del Atlantic Council, la producción industrial total de Alemania en 2024 ronda el 90 % de los niveles de 2015, con una caída especialmente acusada en automoción y química —los dos sectores que habían sido el corazón del modelo exportador alemán—.
Las consecuencias son visibles en todo el tejido industrial:
- BASF ha cerrado plantas químicas y recortado miles de empleos citando directamente los sobrecostes energéticos como causa principal.
- ArcelorMittal ha paralizado hornos en Bremen y Hamburgo.
- Numerosas empresas medianas del Mittelstand —la columna vertebral de la economía alemana— han trasladado operaciones completas a Estados Unidos, donde la energía industrial cuesta tres veces menos.
El economista Andrew Kenningham, de Capital Economics, lo resume sin eufemismos:
“Los insumos energéticos europeos son tres veces más caros que en EE. UU., y la industria alemana se está reduciendo en una cuarta parte.”
La Clean Energy Wire confirma esa tendencia irreversible: una de cada cuatro empresas industriales alemanas planea reducir producción doméstica o deslocalizar directamente por los costes energéticos, y más del 50 % declara haber congelado inversiones en I+D, lo que hipoteca el futuro tecnológico del país.
Una fractura geopolítica irreversible
En términos estructurales, Nord Stream selló la derrota definitiva del proyecto europeo de autonomía estratégica. Lo que antes era una interdependencia energética relativamente equilibrada con Rusia se transformó, de la noche a la mañana, en una dependencia jerárquica absoluta de Estados Unidos.
La energía, que durante décadas fue instrumento de soberanía y palanca diplomática,se ha convertido en un vector directo de control geopolítico.
La lección profunda
Más allá de quién colocó exactamente los explosivos —algo que quizá nunca se sepa con certeza forense—, la lección profunda del caso Nord Stream es ésta: Europa ya no controla su destino material ni su narrativa política.
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