Aliado o cliente: por qué la alianza atlántica ya no protege a Europa (I)
“Ser enemigo de Estados Unidos puede ser peligroso, pero ser su aliado es fatal.”
—Henry Kissinger (Tradicionalmente atribuida)
Durante décadas, Europa confió en que su seguridad estaba garantizada bajo el paraguas atlántico. La OTAN se presentaba como la expresión institucional de una comunidad política compartida, una alianza de valores frente a las amenazas externas. Esa confianza no fue ingenua: respondía a una experiencia histórica concreta. El Plan Marshall reconstruyó un continente devastado, la protección nuclear estadounidense disuadió la amenaza soviética y el proyecto europeo pudo desarrollarse bajo un orden de seguridad estable. Durante medio siglo, la alianza atlántica funcionó —con tensiones, pero funcionó—.
Hoy, sin embargo, esa confianza se resquebraja. La guerra de Ucrania, el sabotaje del Nord Stream, el encarecimiento energético forzado, la presión por el rearme y el giro retórico de Washington hacia la OTAN revelan algo más profundo que un simple desencuentro: Europa se ha convertido en el último aliado traicionado de Estados Unidos, dentro de una larga tradición de socios abandonados cuando dejan de servir a sus intereses.
Lo que hace distinto este caso no es el patrón —Washington lleva décadas sacrificando aliados cuando resulta conveniente— sino la escala. Por primera vez, el socio convertido en víctima no es una potencia periférica prescindible, sino el corazón mismo del sistema occidental. Y por primera vez, esa traición no ocurre por repliegue o abandono, sino mediante un mecanismo más sofisticado: la conversión del aliado en mercado cautivo, obligado a comprar seguridad, energía y armamento al precio que dicte el proveedor.
Esta transformación no se explica solo por diferencias coyunturales, sino por un contexto global nuevo: el declive relativo de la hegemonía estadounidense, la emergencia del eje asiático liderado por China, la fragmentación del orden financiero internacional y la pérdida de competitividad industrial de Occidente. En ese escenario, Washington reconfigura sus alianzas no para defender un ideal común, sino para preservar su posición a costa de sus socios. Europa, atrapada entre la dependencia energética, la subordinación militar y la desindustrialización, se convierte en el campo de pruebas de esa nueva fase imperial.
No es el fin de la alianza atlántica: es su mutación. De pacto defensivo a relación extractiva; de comunidad de valores a contrato de subordinación. Y comprender esa mutación no es un ejercicio de antiamericanismo, sino una tarea de supervivencia política.
Esta serie —Aliado o cliente— nace de esa urgencia. A lo largo de ocho entregas explorará cómo se ha producido esta transformación, desde el patrón histórico de aliados desechables hasta la actual economía de la dependencia. Analizaremos el sabotaje del Nord Stream, la guerra de Ucrania como conflicto por delegación, la metamorfosis de la OTAN, la conversión de la hegemonía estadounidense en un modelo rentista y, finalmente, el precio que paga Europa por su fidelidad.
En la próxima entrega examinaremos el primer eslabón de esta cadena: la constante histórica de Estados Unidos a la hora de abandonar —o utilizar— a sus aliados cuando dejan de serle útiles.
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