Por qué Sánchez no adelantará elecciones aunque el CIS le sonría
El CIS no anuncia una victoria consumada, sino un escenario en construcción. El deterioro del PP aún no ha tocado fondo, la reconfiguración de la derecha sigue su curso, la izquierda todavía puede concentrarse más y la televisión pública añade un vector nuevo a la movilización. En ese contexto, Sánchez no necesita adelantarlas: necesita tiempo para que la tendencia que le favorece termine de madurar. Como recordaba Napoleón tras Austerlitz, nunca hay que interrumpir a un enemigo cuando está cometiendo un error.
La lectura más extendida en ciertos círculos políticos y mediáticos cada vez que el CIS sitúa al PSOE en cabeza es siempre la misma: "Si las encuestas fueran ciertas, Pedro Sánchez convocaría elecciones ahora mismo." Ese razonamiento, sin embargo, parte de una premisa equivocada. La lógica de un ciclo electoral no se decide con una foto fija, sino con la trayectoria de fondo. Lo que reflejan los datos disponibles no es que el Gobierno haya alcanzado ya su techo electoral, sino que se encuentra inmerso en un proceso favorable que todavía no ha concluido: el deterioro progresivo del PP, la reconfiguración de los equilibrios internos en el bloque conservador y la consolidación del control de la agenda por parte del Ejecutivo.
Y es precisamente ahí donde radica nuestra tesis: al PSOE no le beneficia el presente inmediato, sino la continuidad de un proceso que aún no ha desplegado todo su potencial. En política, precipitar una tendencia favorable suele ser un error. Y Pedro Sánchez parece consciente de ello: convocar un proceso electoral cuando la tendencia aún está madurando sería un error estratégico
No hay que confundir sesgo con error
Uno de los lugares comunes más repetidos en la conversación política española es que el CIS "no acierta" porque tiende a sobrestimar al bloque progresista. Y, en efecto, esa tendencia existe: sus estimaciones suelen colocar al PSOE ligeramente por encima del resultado final. Pero de ahí no se sigue que el CIS se equivoque más que las demás encuestas. De hecho, ocurre exactamente lo contrario: pese a ese sesgo, es habitualmente la que más se acerca al resultado real.
Un ejemplo reciente lo ilustra con claridad. En las elecciones generales del 23 de julio de 2023, el CIS otorgaba al PSOE entre el 32% y el 33% de los votos, frente al 31,7% que obtuvo finalmente. La desviación fue, por tanto, de apenas uno o uno y medio puntos porcentuales. En cambio, muchas de las encuestas privadas que se presentan como más "profesionales" o "independientes" erraron con bastante mayor margen: algunas situaron al PP por encima del 36%—más de tres puntos por encima del resultado real, que fue del 33,1%—y otras infravaloraron al bloque progresista en varios puntos.
Este patrón no es excepcional. En buena parte de las convocatorias electorales recientes, el CIS ha cometido errores sistemáticos menores que la media de los sondeos privados, incluso cuando estos provenían de institutos con fuertes recursos técnicos. Esto se debe a dos factores que conviene entender:
Por un lado, el CIS trabaja con muestras mucho más amplias—decenas de miles de entrevistas frente a las 1.000 o 2.000 habituales—, lo que reduce el margen de error.
Por otro, no se limita a ofrecer una "foto" inmediata, sino que elabora modelos de estimación que tienen en cuenta el recuerdo de voto, la probabilidad de participación o la transferencia entre bloques. Estos modelos pueden introducir sesgo, sí, pero también suelen mejorar la aproximación final.
La conclusión, por tanto, no es que el CIS sea infalible—ninguna encuesta lo es—, sino que tener sesgo no equivale a ser menos preciso. GAD3 tiende a sobreestimar al PP, 40dB al PSOE, Sigma Dos al bloque conservador. Todas lo hacen porque toda encuesta implica decisiones metodológicas y contextos editoriales. Pero cuando se comparan las predicciones con los resultados, el CIS no aparece como una anomalía: aparece, más bien, como el instituto que más a menudo ha estado dentro del margen de error más estrecho.
Y este dato es fundamental para entender el debate actual. Que el CIS otorgue hoy al PSOE una ventaja amplia no significa que "se esté equivocando": significa, simplemente, que sus modelos estiman ese escenario con los mismos sesgos—y la misma capacidad de aproximación—que han demostrado en el pasado. Lo sensato no es descartar su resultado por el sesgo, sino leerlo sabiendo que, pese a ese sesgo, suele acercarse más a la realidad que sus competidores.
El deterioro del PP está en marcha
Los últimos datos del CIS confirman que la pérdida de impulso del Partido Popular no es un episodio aislado, sino una tendencia sostenida desde hace meses. En el barómetro de julio de 2025, el PP obtenía un 22,5 % de estimación de voto, tres puntos por debajo del barómetro de abril (25,6 %) y más de doce puntos por debajo del PSOE. Esa brecha se ha ensanchado de forma constante en los sondeos posteriores: 21,3 % en septiembre y 19,8 % en octubre, mientras que el PSOE ha pasado de 32,1 % a 34,8 % en el mismo periodo. El voto directo confirma la misma dinámica: en seis meses, el PP ha caído de 15,2 % a 13,1 %, mientras el PSOE ha subido de 23,6 % a 25,9 %.
Estos datos muestran una pérdida de tracción estructural y no un bache puntual. El PP no solo no crece: retrocede en intención directa y pierde peso relativo en el bloque de la derecha, donde Vox, lejos de diluirse, mantiene un suelo estable por encima del 17 %.
Factores políticos detrás del retroceso
Este deterioro del PP Responde a una serie de episodios políticos recientes que han afectado a su posición pública y debilitado su capacidad de iniciativa.
Pérdida de agenda y centralidad política
El deterioro del PP no se refleja solo en las encuestas, sino también en su capacidad para definir el debate público. En los últimos meses, la conversación política se ha estructurado alrededor de temas propuestos por el Gobierno —políticas sociales, vivienda, derechos civiles, reconocimiento del Estado palestino— frente a los que el PP se ha visto obligado a reaccionar. En ciencia política, esta pérdida de agenda-setting es uno de los indicadores más consistentes de erosión de liderazgo: cuando un partido deja de imponer los marcos del debate, su capacidad para construir mayoría se ve comprometida.
Un proceso estructural, no coyuntural
La conjunción de estos elementos —retroceso sostenido en las encuestas, conflictos territoriales, distancia con la opinión mayoritaria en asuntos internacionales, radicalización discursiva y pérdida de iniciativa política— permite hablar con fundamento de un proceso estructural de deterioro. No se trata de un desplome inmediato ni de un colapso irreversible, pero sí de una erosión acumulativa que limita la capacidad del PP para ampliar su base electoral y disputar el centro político.
En términos de sociología electoral, la situación actual del PP puede describirse como la de un partido atrapado en un doble movimiento adverso: se radicaliza para retener a su base, lo que le aleja del centro, y pierde centralidad en la agenda, lo que dificulta su crecimiento. Y mientras esa dinámica se prolongue, seguirá jugando en un terreno definido por su adversario.
La trampa mortal: cuando retener a Vox se vuelve más urgente que ganar al PSOE
Aquí es donde el deterioro del PP se convierte en un proceso estructural difícil de revertir. Y es donde la frase de Napoleón cobra todo su sentido: el PP está cometiendo un error estratégico fundamental, y lo mejor que puede hacer el PSOE es no interrumpirlo.
El mecanismo es el siguiente:
Primera fase - El PP desciende: En abril 2025, el PP estaba en 25,6% de estimación de voto. En octubre, ha caído a 19,8%. Mientras tanto, Vox se mantiene estable en torno al 17-18%. La distancia entre ambos partidos, que era de 8 puntos, ahora es de apenas 2-3 puntos.
Segunda fase - Pánico en Génova: Cuando un partido está al 25% y su competidor de bloque al 17%, la prioridad estratégica es clara: crecer hacia el centro, donde hay más votantes disponibles. Pero cuando ese partido cae al 20% y su competidor está al 17%, la psicología del liderazgo cambia radicalmente. La pregunta ya no es "¿cómo ganamos al PSOE?" sino "¿cómo evitamos que Vox nos supere?"
Tercera fase - La radicalización defensiva: Para evitar perder más votos hacia Vox, el PP endurece su discurso. Posiciones más duras sobre inmigración. Retórica más agresiva sobre la "agenda woke". Ambigüedad en memoria histórica. Discursos incendiarios sobre el independentismo. Cada declaración está diseñada para no perder por la derecha.
Cuarta fase - El efecto boomerang: Pero cada punto que el PP radicaliza su discurso tiene un coste: pierde votantes de centro que se van al PSOE o a la abstención. Y así el PP vuelve a bajar. De 20% a 19%. De 19% a 18%. Y conforme baja, Vox está cada vez más cerca. Y el pánico aumenta. Y la radicalización se intensifica.
Es un círculo vicioso perfecto.
La literatura de ciencia política llama a esto "competición centrífuga": cuando un partido se ve obligado a competir simultáneamente en dos frentes (centro y extremo), y elige priorizar el extremo por miedo a ser superado por su flanco radical. El resultado casi siempre es el mismo: pierde en ambos frentes.
El papel amplificador de RTVE
Y aquí es donde entra el tercer elemento del proceso: la televisión pública.
RTVE ha recuperado centralidad en el debate político. Sus informativos rondan el 10-11% de share, y la tendencia es creciente. Esto significa que cada declaración radical del PP, cada fricción con Vox, cada propuesta extrema, obtiene una cobertura amplia en un medio que llega a millones de hogares.
Y esa cobertura tiene un efecto doble:
Primero, refuerza la percepción de radicalización del bloque de derechas entre el electorado moderado y de centro, lo que facilita la pérdida de votos del PP hacia el PSOE.
Segundo, y más importante, moviliza al votante progresista abstencionista. Cada vez que un político del PP hace una declaración ultra, cada vez que PP y Vox compiten por ver quién es más radical, hay miles de votantes de izquierda que piensan: "Tengo que ir a votar. No puedo permitir que esta gente gobierne."
Este es el fenómeno que la literatura política denomina "reactancia electoral": la movilización del voto por miedo al adversario. Y RTVE, con su cobertura extensiva, amplifica ese efecto.
La profecía autocumplida
El resultado final es una dinámica que se retroalimenta:
- PP baja → se acerca a Vox
- PP se radicaliza para no perder con Vox
- PP pierde votantes de centro → baja más
- RTVE amplifica la radicalización
- Se moviliza más abstencionismo progresista
- El PSOE sube
- Vuelve al punto 1, pero peor
Y el PSOE no tiene que hacer nada más que esperar.
Porque cada mes que pasa:
- El PP está más cerca de Vox
- La competición interna de la derecha es más feroz
- Las declaraciones son más radicales
- La movilización de la izquierda es mayor
- El margen del PSOE crece
Interrumpir ese proceso convocando elecciones ahora sería congelar una dinámica que todavía está generando réditos. Como decía Napoleón: nunca interrumpas a un enemigo cuando está cometiendo un error.
El PSOE concentra voto y marca el ritmo
La tendencia demoscópica de los últimos meses no solo refleja el retroceso del Partido Popular: también muestra un proceso de concentración del voto progresista en torno al PSOE. Esa concentración se observa en varios indicadores relevantes.
Esta mejora de imagen no puede entenderse al margen del contexto político. En los últimos meses, el Gobierno ha logrado dominar la agenda pública con temas que refuerzan su marco narrativo: políticas de vivienda y sanidad, reformas laborales, reconocimiento del Estado palestino, medidas de igualdad y memoria democrática. Los barómetros de opinión muestran que estos asuntos están entre las principales preocupaciones ciudadanas —en algunos casos por encima de la economía—, y la iniciativa legislativa del Ejecutivo los coloca en el centro del debate.
Cuando un partido logra imponer su agenda, no solo refuerza su propia base electoral, sino que obliga a sus adversarios a responder en un terreno que no han elegido. En este sentido, el PSOE ha conseguido desplazar el eje de competición desde el tradicional “cambio de gobierno” a un marco más favorable: “moderación y gestión frente a radicalización y bloqueo”. Esa redefinición del terreno político es, en sí misma, una forma de ventaja electoral.
La televisión pública: un factor nuevo en el tablero
Uno de los elementos que diferencia este ciclo político de los anteriores es el papel que ha recuperado la televisión pública como actor político indirecto. RTVE, que en los grandes debates de 2019 y 2023 superó los 8 millones de espectadores, conserva un alcance que ningún otro medio logra. Y en sociología electoral eso importa: el medio con mayor penetración no decide el voto por sí solo, pero multiplica el efecto de los marcos políticos dominantes y puede alterar el clima de opinión en sectores clave del electorado.
Un papel recuperado tras años de irrelevancia relativa: Durante la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero, RTVE optó deliberadamente por un modelo menos intervencionista, con una dirección más profesionalizada y un perfil editorial más neutral. Esa estrategia redujo su capacidad de marcar agenda política y, durante más de una década—incluidos los gobiernos de Mariano Rajoy—, la televisión pública perdió peso como herramienta de influencia electoral.
En el ciclo actual, sin embargo, esa tendencia se ha revertido. RTVE ha recuperado un papel activo en la definición del debate público, alineando en buena medida su cobertura informativa con los ejes centrales de la acción gubernamental: políticas sociales, ampliación de derechos, vivienda, memoria democrática o reconocimiento de Palestina como Estado.
Agenda mediática y movilización electoral: La investigación en comunicación política ha demostrado que los medios públicos ejercen un doble efecto: agenda-setting (determinan qué asuntos ocupan el centro de la conversación política) y framing (influyen en cómo se interpretan esos asuntos).
En la práctica, esto significa que una cobertura prolongada en torno a ciertos temas puede incrementar el interés político y la participación, sobre todo en segmentos con baja propensión al voto. Hay precedentes sólidos: TV3 en Cataluña jugó un papel clave en la consolidación del independentismo, y los debates organizados por RTVE fueron decisivos para votantes indecisos en campañas recientes.
El efecto actual parece seguir esa lógica. La coincidencia entre agenda gubernamental y agenda mediática refuerza la movilización dentro del bloque progresista, al tiempo que obliga al PP y a Vox a responder en un terreno que no eligen. Además, la cadena pública ha recuperado cuota de pantalla en informativos y debates políticos, lo que amplía su capacidad de influencia.
Un proceso en desarrollo: El impacto de RTVE en la dinámica electoral todavía no ha alcanzado su techo. Los datos de audiencia muestran que, en los últimos meses, los informativos y espacios de análisis de la cadena pública han recuperado cuota de pantalla frente a las televisiones privadas, con registros en torno al 10-11% de share en informativos principales. Aunque esta cifra es significativa—y supone un repunte respecto a los mínimos de la pasada década—, sigue por debajo de los niveles alcanzados antes de la reforma impulsada en 2006 por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, cuando los Telediarios de RTVE superaban habitualmente el 20% de cuota y lideraban con holgura la oferta informativa.
Esta comparación histórica es relevante: indica que RTVE ha recuperado centralidad, pero aún tiene margen de crecimiento. Si en la fase final de la legislatura las audiencias de debates, especiales informativos o programas políticos se intensifican—como suele ocurrir en los meses previos a unas elecciones—, la televisión pública podría superar los niveles actuales y ampliar su capacidad de influencia en la movilización electoral
Ganar no es suficiente: la diferencia entre victoria ajustada y mayoría holgada
Aquí llegamos al núcleo de la cuestión estratégica. No se trata solo de ganar las próximas elecciones generales, sino de ganarlas con un margen que permita gobernar establemente durante cuatro años más.
La diferencia es fundamental:
Convocar ahora (octubre 2025): El PSOE ganaría con alta probabilidad. Los datos del CIS, incluso corregidos por su sesgo habitual, sugieren una victoria clara. Pero el margen sería ajustado. Probablemente en torno a 130-140 escaños, lo que obligaría a depender de múltiples socios parlamentarios: Sumar, ERC, Junts, PNV, Bildu, y posiblemente otros partidos regionalistas. Un gobierno en permanente negociación, vulnerable a cualquier crisis, sin capacidad de implementar reformas profundas.
Esperar a 2026-2027: Si los tres procesos descritos continúan madurando (deterioro del PP, guerra interna PP-Vox, efecto movilizador de RTVE), el escenario puede ser radicalmente diferente. Un PSOE en 37-40% de voto, con el PP y Vox dividiendo el voto conservador en torno al 16-18% cada uno, podría traducirse en 160-180 escaños para los socialistas. Eso significa mayoría absoluta o muy cerca de ella, con capacidad real de gobernar sin depender de equilibrios imposibles.
No es lo mismo gobernar con 135 escaños que con 175. La primera opción es supervivencia política. La segunda es capacidad de transformación.
Y aquí entra un factor crucial: la personalidad política de Pedro Sánchez. Su trayectoria demuestra que no es un líder que busque la opción conservadora cuando cree que las probabilidades están a su favor:
- Resistió la moción de censura interna del PSOE cuando todos le daban por muerto (2016-2017)
- Presentó moción contra Rajoy cuando nadie creía que prosperaría (2018)
- Repitió elecciones en noviembre 2019 apostando a mejorar su posición
- Ha gobernado en minoría durante años, aguantando presiones internas y externas
Sánchez es un jugador de riesgo calculado. Y si acepta el análisis que hemos desarrollado—que el deterioro del PP aún tiene recorrido, que la radicalización de la derecha seguirá intensificándose, que RTVE puede movilizar más abstencionismo progresista—, entonces la decisión racional es esperar y apostar fuerte.
El tiempo, no la foto, es lo que importa
La política no es una fotografía fija, es una película en movimiento. Y la película que se está proyectando ahora mismo muestra tres tendencias convergentes: un Partido Popular en deterioro sostenido, un Partido Socialista que sigue ampliando su peso dentro del bloque progresista y un ecosistema mediático—con la televisión pública en primer plano—que refuerza los marcos narrativos del Gobierno y amplifica su capacidad de movilización.
En ese contexto, adelantar elecciones hoy no sería una muestra de fortaleza, sino un error estratégico: supondría interrumpir un proceso que aún no ha completado su recorrido. Los gobiernos que comprenden cómo funcionan los ciclos políticos saben que no se convoca cuando se ha llegado al punto máximo, sino cuando la curva sigue apuntando hacia arriba. Y esa curva, hoy, sigue subiendo para el PSOE.
El cálculo es sencillo: mientras el PP continúe atrapado en sus contradicciones—radicalizado por la competencia con Vox, en tensión con la opinión pública en asuntos internacionales, incapaz de marcar la agenda—, el tiempo juega a favor del Gobierno.
En términos prácticos, esto implica que el escenario óptimo de convocatoria probablemente se sitúe entre mediados de 2026 y principios de 2027: suficiente tiempo para que los tres procesos descritos alcancen su punto de máxima confluencia, pero sin entrar en la zona de riesgo de desgaste propio ni dejar margen a una recuperación inesperada del PP.
Napoleón lo resumió con una frase célebre que pronunció en uno de los momentos clave de la batalla de Austerlitz: "Nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error."
En este caso, no hay prisa en detener a un adversario que aún no ha terminado de equivocarse. Cada semana que pasa puede consolidar un poco más la posición socialista, intensificar la concentración de voto dentro de la izquierda y ampliar el margen de maniobra institucional del Ejecutivo.
Por eso, si la dinámica actual se mantiene, el mayor riesgo para el PSOE no es esperar, sino precipitarse. Convocar elecciones ahora sería congelar un proceso que todavía está generando réditos. Dejar que madure es, probablemente, la opción más racional.
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