Da gusto ver películas como "Diamond Flash".
Películas que no son en absoluto perfectas pero que son portadoras en su imperfección de un sorprendente y arrollador poder de verdad que convierte a la imperfección en una de las bellas artes, colocandola al mismo nivel que ese crimen como hecho estético que tan bien glosó el maldito Thomas de Quincey.
Rompiendo con las convenciones que constituyen ese sentido esperado en los géneros y en los relatos que nos repetimos los unos a los otros una y otra vez, películas como esta "Diamond Flash" de Carlos Vermut vienen a tener ese efecto purificador para el corazón que para Thomas de Quincey tenía el crimen.
Y esa pureza se encuentra precisamente en la posibilidad de ofrecer otra manera de contar las mismas cosas, incluso haciéndolas parecer diferentes.
Una pureza que por definición no puede ser perfecta al tratarse de un terreno virgen del imaginario, por primera vez pisado por nuestra capacidad de producir sentido y, por lo tanto, huérfano de criterio y de canon entre otras cosas por la simple y llana falta de concurrencia.
A lo único y nuevo, mientras lo es, no le es necesario ser bueno o correcto.
Es su propia unicidad y la novedad incomparable que encierra esa unicidad el elemento esencial para la construcción de su valor.
En este sentido, "Diamond Flash" es primera y única.
Y su principal atractivo es la sorpresa que produce al espectador mientras se despliega como relato complejo, fragmentado, que parece suceder en las afueras de otro relato que está sucediendo de manera paralela, en un lugar más allá del fuera de campo y del que apenas llega un flujo de ondas sísmicas que influyen de manera tangencial en lo que se nos cuenta.
Porque lo que busca Vermut es contar los alrededores de una historia, la de un vengador justiciero llamado Diamond Flash que apenas aparece en una historia dedicada a contar pequeñas y menos pequeñas pinceladas del paisaje y las figuras que acompañan la peripecia del justiciero enmascarado en la mejor línea de los folletines mudos del francés Louis de Feuillade.
"Diamond Flash" no se deja mirar fácilmente por las miradas de espectadores acostumbrados a la facilidad convencional de relatos más dóciles.
Es un caballo salvaje que galopa ese interminable jardín de senderos que se bifurcan que es la ficción para generar una metaficción, ficción sobre la ficción, que nos muestra en estado puro el mal contra el que Diamond Flash lucha, un mal que está en todas partes y en todos y cada uno de los personajes que habitan cada una de las historias que la película nos cuenta.
Una lucha que por otra parte promete ser interminable.
Brillante.
Películas que no son en absoluto perfectas pero que son portadoras en su imperfección de un sorprendente y arrollador poder de verdad que convierte a la imperfección en una de las bellas artes, colocandola al mismo nivel que ese crimen como hecho estético que tan bien glosó el maldito Thomas de Quincey.
Rompiendo con las convenciones que constituyen ese sentido esperado en los géneros y en los relatos que nos repetimos los unos a los otros una y otra vez, películas como esta "Diamond Flash" de Carlos Vermut vienen a tener ese efecto purificador para el corazón que para Thomas de Quincey tenía el crimen.
Y esa pureza se encuentra precisamente en la posibilidad de ofrecer otra manera de contar las mismas cosas, incluso haciéndolas parecer diferentes.
Una pureza que por definición no puede ser perfecta al tratarse de un terreno virgen del imaginario, por primera vez pisado por nuestra capacidad de producir sentido y, por lo tanto, huérfano de criterio y de canon entre otras cosas por la simple y llana falta de concurrencia.
A lo único y nuevo, mientras lo es, no le es necesario ser bueno o correcto.
Es su propia unicidad y la novedad incomparable que encierra esa unicidad el elemento esencial para la construcción de su valor.
En este sentido, "Diamond Flash" es primera y única.
Y su principal atractivo es la sorpresa que produce al espectador mientras se despliega como relato complejo, fragmentado, que parece suceder en las afueras de otro relato que está sucediendo de manera paralela, en un lugar más allá del fuera de campo y del que apenas llega un flujo de ondas sísmicas que influyen de manera tangencial en lo que se nos cuenta.
Porque lo que busca Vermut es contar los alrededores de una historia, la de un vengador justiciero llamado Diamond Flash que apenas aparece en una historia dedicada a contar pequeñas y menos pequeñas pinceladas del paisaje y las figuras que acompañan la peripecia del justiciero enmascarado en la mejor línea de los folletines mudos del francés Louis de Feuillade.
"Diamond Flash" no se deja mirar fácilmente por las miradas de espectadores acostumbrados a la facilidad convencional de relatos más dóciles.
Es un caballo salvaje que galopa ese interminable jardín de senderos que se bifurcan que es la ficción para generar una metaficción, ficción sobre la ficción, que nos muestra en estado puro el mal contra el que Diamond Flash lucha, un mal que está en todas partes y en todos y cada uno de los personajes que habitan cada una de las historias que la película nos cuenta.
Una lucha que por otra parte promete ser interminable.
Brillante.