Europa apuesta por la mili… mientras Rusia redefine la guerra

Europa apuesta por la mili… mientras Rusia redefine la guerra


Soldado cargando un cañón en el frente de la guerra de Ucrania

En el contexto delirante europeo de una supuesta guerra futura con Rusia, no podía faltar —al fin y al cabo, es un delirio— la apelación a la vuelta del servicio militar obligatorio. El ministro alemán de Defensa, Boris Pistorius, calificó de «error» la abolición del servicio militar en 2011, mientras el primer ministro polaco Donald Tusk anunció un plan para proporcionar formación militar a «todos los hombres adultos», con el objetivo de crear un ejército de 500.000 efectivos. Dinamarca extenderá el servicio a las mujeres y aumentará su duración de cuatro a once meses a partir de 2026, con un objetivo anual de 7.500 nuevos reclutas. Serbia y Croacia, por su parte, han anunciado la vuelta de la mili: 75 días para hombres de hasta 30 años en el primer caso y dos meses de instrucción remunerada en el segundo.

Se presenta como signo de seriedad y preparación, pero en realidad es otra muestra de desconexión con la realidad militar contemporánea. Europa habla de recuperar la conscripción como si el tiempo no hubiera pasado, como si volver a llenar los cuarteles con jóvenes devolviera la tranquilidad de creer que las cosas vuelven a su sitio.

Pero lo que la guerra de Ucrania ha demostrado es justo lo contrario: la era del ejército de conscripción ha terminado, y quien no lo entienda está leyendo la historia al revés.


La tecnología impone su ley

El cambio no lo ha impuesto la política, sino la tecnología. El campo de batalla moderno ya no es un territorio de masas, sino un entramado de sensores, drones, sistemas electrónicos y fuego de precisión. Los drones representan ya aproximadamente dos tercios de las muertes en el campo de batalla en una guerra de desgaste que, según estimaciones estadounidenses, ha matado o herido a cientos de miles de soldados.

La infantería sigue siendo necesaria, pero su papel ha cambiado: ya no es la fuerza que avanza, sino la que sobrevive en un entorno saturado de información. Hoy la guerra se libra a nivel de pelotones, incluso de pequeños grupos de dos o tres hombres que actúan como la terminal física de todo un proceso de inteligencia.

Kateryna Mykhalko, directora de Tech Force in UA, explicó que el sistema unificado de ataque ucraniano conecta vehículos aéreos no tripulados de reconocimiento y ataque con la artillería en una red de mando común. En lugar de reemplazar por completo la artillería convencional, las fuerzas ucranianas emplean UAV de ataque más pequeños para ejecutar ataques precisos contra objetivos menores.


El fin de la ventaja numérica

Esto representa una ruptura total con la lógica de la cantidad. En la guerra contemporánea, cada grupo pequeño es un nodo dentro de una red más amplia: un sensor, un punto de fuego, un emisor de datos. La masa, lejos de ser ventaja, se convierte en vulnerabilidad. Cuantos más hombres concentres, más fácil eres de detectar; y cuanto más fácil eres de detectar, más rápido puedes ser destruido en grandes cantidades y en poco tiempo por drones, artillería o misiles de precisión.

Michael Kofman, investigador del Carnegie Endowment for International Peace, advierte que los vídeos de drones ucranianos destruyendo tanques crean la ilusión de un éxito mayor del real: «El problema es que caes en grandes sesgos de muestra. Las unidades menos exitosas probablemente solo mostrarán sus ataques más exitosos».

Cuantos más cuerpos despliegues, más compleja se vuelve la coordinación; cuanto mayor la unidad, más lento su ciclo de decisión. La eficacia táctica se ha miniaturizado. Hoy dos soldados bien conectados valen más que veinte mal coordinados. Por eso, quienes se ríen al ver imágenes de soldados rusos o ucranianos moviéndose en pequeños grupos, en vehículos ligeros o incluso civiles, no entienden de qué se ríen: se están riendo de la realidad. Seguramente porque todavía no se han hecho películas ni series que se la expliquen. El soldado de hoy no es un recluta, es un técnico.


El laboratorio ucraniano

En Ucrania se ve con claridad. Los drones FPV, la guerra electrónica, la inteligencia satelital y la artillería de precisión han convertido el frente en un laboratorio. En 2024, la producción mensual de simples drones FPV saltó de unas 20.000 unidades a 200.000 en 2025, a medida que entraron en funcionamiento nuevas fábricas y líneas de ensamblaje. «Este año, Ucrania aspira a producir alrededor de cuatro millones de drones de todos los tipos, más del doble del total del año pasado».

Ucrania se ha convertido, en esencia, en un laboratorio para una nueva era de guerra con drones, y muchos sostienen que para una nueva era de guerra en su totalidad. Ambos bandos están acelerando el desarrollo de diferentes tipos de sistemas robóticos, impulsados por la necesidad de precisión, la saturación masiva para abrumar al adversario y la reducción de riesgos humanos.

La cantidad humana sirve para sostener líneas, no para ganarlas. Los ejércitos que aún se apoyan en la conscripción producen número, pero no capacidad. Sin entrenamiento especializado, un soldado es poco más que un objetivo. En buena medida, eso explica también las enormes pérdidas ucranianas: su ejército, ampliado por sucesivas oleadas de reemplazo, está compuesto en gran parte por reclutas con instrucción insuficiente. En una guerra dominada por sensores y munición guiada, la falta de preparación se paga con vidas.


La otra cara del frente: el aprendizaje ruso

Si Ucrania ha servido como laboratorio de una guerra tecnológica sin precedentes, Rusia ha sido su contraparte pragmática: el país que ha aprendido a ganar tiempo adaptándose a ese nuevo entorno. Lejos del cliché de la fuerza bruta, el ejército ruso ha demostrado una capacidad de reorganización y aprendizaje continuo que ningún otro ejército europeo podría imitar a corto plazo.

Tras las pérdidas iniciales, Moscú abandonó las grandes formaciones mecanizadas y pasó a operar mediante unidades de asalto pequeñas, con alto grado de autonomía y coordinación con drones FPV, reconocimiento y artillería. La producción descentralizada de drones —desde los Lancet hasta miles de modelos improvisados en talleres locales— se ha convertido en un pilar de su estrategia. La guerra electrónica, por su parte, ha alcanzado un nivel de densidad tal que ha forzado a Ucrania y a la OTAN a rediseñar sus tácticas de comunicación y guiado.

La otra ventaja rusa es intangible: la experiencia. Su ejército cuenta con un núcleo profesional veterano de Siria, Chechenia y el Donbás, habituado a la improvisación y al combate prolongado. A ello se suma una industria militar aún funcional y una doctrina que, a diferencia de la europea, evoluciona durante la guerra en lugar de debatirse en despachos.

Y sin embargo, Europa decide desafiar precisamente al único país que ha mostrado capacidad real en esta nueva forma de guerra —y que además es una potencia regional con capacidad nuclear. Un plan sin fisuras.


Años, no semanas

La diferencia entre un ejército profesional y uno de reemplazo no está solo en la experiencia, sino en la formación. En un ejército profesional, el entrenamiento no dura semanas: dura años. Entrenar a un piloto de drones eficaz requiere al menos tres meses. Muchas categorías de operadores también deben actuar como ingenieros y mecánicos, capaces de reparar y reconfigurar sus sistemas en el campo.

El soldado aprende a operar sistemas digitales, comunicaciones cifradas, armamento automatizado, vehículos no tripulados y protocolos de coordinación táctica. Cada puesto exige especialización. Un conscripto apenas tiene tiempo de aprender a sobrevivir.

Fedir Serdiuk, experto ucraniano en guerra con drones, advirtió que Europa se está centrando demasiado en la tecnología y demasiado poco en formar operadores y mandos capaces de integrarla eficazmente en el campo de batalla.


La ilusión europea

Por eso, el regreso del servicio militar en Europa no resolvería nada. Las guerras ya no se ganan con cuerpos, sino con sistemas. Lo que falta no son hombres, sino integración tecnológica, industria y doctrina adaptada a una guerra que se libra en red.

Alberto Bueno, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Granada, señala: «Tengo la impresión de que en España un servicio militar obligatorio no está sobre la mesa. Las Fuerzas Armadas tienen un nivel de profesionalización que disuade de la reinstauración de una mili que no tiene buena imagen y no sería eficiente. Nuestro modelo actual de defensa no contempla este tipo de reclutamiento».

El coronel en la reserva Francisco Rubio Damián añade que el modelo de reservistas voluntarios «se adapta muy bien a la idiosincrasia de la sociedad española y tiene un amplio margen para ampliar su implantación».

Europa puede reclutar, pero no fabricar tiempo. Formar a millones de técnicos capaces de operar en un campo de batalla digital exige décadas, no decretos. Mientras tanto, Rusia mantiene un ejército profesional amplio, reforzado por reemplazos que cumplen funciones logísticas, y una experiencia de combate acumulada que Europa perdió hace una generación.

El militar e historiador francés Michel Goya propone una alternativa: en lugar de formar a un gran número de reclutas poco experimentados que no puedan desplegarse de inmediato, prefiere invertir en la mejora y el refuerzo de las reservas operativas.


El veredicto de la historia

El siglo XXI ha cerrado definitivamente la era del ejército de masas. La tecnología ha hecho lo que la política no se atrevió a hacer: jubilar la conscripción. Lo que viene ahora no es la guerra del número, sino la del conocimiento.

Michael Kofman advierte también a los mandos estadounidenses contra la ilusión de que podrían hacerlo mejor que Ucrania al romper las líneas rusas. Existe un «énfasis excesivo en la guerra de maniobra» en el ejército norteamericano, señaló, aludiendo a una estrategia que busca desorientar al enemigo mediante ataques rápidos e inesperados. Pero con un conflicto como el ucraniano, «hay que hacer las paces con un alto nivel de desgaste».

Y ahí radica la tragedia de las fuerzas occidentales: no están preparadas para una guerra de desgaste. Su armamento es sofisticado, pero carísimo; su industria, lenta; su doctrina, dependiente de la precisión y de una logística perfecta. En la vieja polémica entre fabricar muchos T-34 o un solo Panzer Tiger, Europa ha elegido el Tiger: el símbolo del exceso tecnológico que pierde por agotamiento. Rusia, en cambio, ha optado por la lógica contraria: producir armas más simples, más baratas y en masa, adecuadas para resistir el tiempo y el desgaste.

La tragedia estratégica es clara y sin eufemismos: solo tenemos un plan A, una guerra de movimientos de buenos contra malos en la que los buenos ganarán rápido con movimientos precisos y contundentes. Pero Rusia lo tiene claro y por eso nos ha propuesto una guerra de desgaste, confiada en que es la mejor forma de derrotarnos, y en que somos tan soberbios que no seremos capaces de hacer un análisis crítico al respecto.

Europa puede seguir soñando con cuarteles llenos, pero la realidad es otra: el campo de batalla del futuro no tiene espacio para la nostalgia.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Pasión o sumisión: lo que el fútbol argentino enseña al Atleti

La paradoja trágica de Charlie Kirk